William-Adolphe Bouguereau |
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Volví a casa durante las vacaciones de verano. Estuve varios días tendida en la cama de mi madre. Tenía unas pesadillas horrorosas. Imágenes de niñas muriendo empaladas y luego devoradas por las hormigas y los gusanos. Estuve tendida en aquella cama, la misma que mi padre había comprado para él y mi madre décadas atrás. El mismo colchón. Mi hermano había sido concebido en aquella cama. Me habían violado en aquel colchón. Mi madre venía por la noche. Con suavidad, asustada al verme, se metía entre las sábanas al otro lado de la cama, leía un rato, ponía el despertador después, se quitaba las gafas y las colocaba en la mesilla de noche, me deseaba buenas noches y, por último, apagaba la luz. Se despertaba muy de mañana, se levantaba e iba a atender a los perros y los gatos. Yo lloraba hasta que los ojos se me ponían rojos y tan hichados que me costaba abrirlos. No me moví de la cama de mi madre hasta que un día vino por fin y me preguntó por qué. Le recordé lo que mi padre me había hecho. Le recordé que me había violado cuando era tan solo una niña. "¿Te acuerdas de cuando me corté los dedos con las cuchillas de afeitar? Solo tenía cuatro años cuando me corté las manos." Se sentó en el filo de la cama y me tocó el brazo bajo las mantas. No dijo nada. No dijo nada entonces, ni esa noche, ni al día siguiente, cuando me levanté de aquella cama. Tampoco volvió a mencionarme nunca nada sobre lo que le había contado y ella ya sabía...
Diario de un incesto
Anónimo
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