Max-Ernst |
Es un ejemplo extremo a la vez que difícil de estudiar, porque, para comprobarlo, se necesitaría encontrar una cultura que utilice una lengua en la que se echen a faltar ciertos conceptos importantes.
Algunos proponentes de ese tipo de tesis llegan aún más lejos y afirman que el cambio del idioma que habla una persona puede conducir a un cambio en su manera de pensar. El ejemplo más destacado de esa idea nos lo proporciona la llamada programación neurolingüística, o PNL. La PNL es una mezcolanza de psicoterapia, desarrollo personal y otros enfoques conductuales, y su premisa básica es que el lenguaje, la conducta y los procesos neurológicos están entrelazados.
A pesar de su popularidad y su atractivo, son muy pocas las pruebas que nos indican que la PNL realmente funciona, lo que la sitúa en el mismo territorio que las pseudociencias y las medicinas alternativas.
No obstante, algo que desde la PNL se afirma a menudo es que el componente no verbal de la comunicación es muy importante, y eso es muy cierto. Y la comunicación no verbal se manifiesta de muchas maneras diferentes.
En el libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Oliver Sacks refirió el caso de un grupo de pacientes con afasia que no podían entender el lenguaje hablado, pero que encontraban graciosísimo el discurso del presidente que estaba siendo televisado en aquellos momentos, a pesar de que esa no era ni mucho menos la intención con la que el mandatario estaba pronunciando dicha alocución. La explicación era que los pacientes, despojados de su comprensión de las palabras, se habían vuelto expertos en reconocer pistas y señales no verbales que la mayoría de personas pasamos por alto, distraídas como nos tienen las palabras que se dicen en momentos así. El presidente no dejaba de presentarse (a ojos de aquellos pacientes) como alguien que revelaba continuamente su insinceridad mediante sus tics faciales, su lenguaje corporal, su ritmo de discurso, su elaborada gestualidad, etcétera. Estas son cosas que, para un paciente con afasia, funcionan como grandes señales de alarma de la insinceridad.
El cerebro idiota
Dean Burnett
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