Con una población cercana a los 95 millones de personas, en su mayoría musulmana aunque también cristianos, Egipto aún ve la homosexualidad
como una enfermedad. De hecho el tema es tabú en todo el país y la
orientación se mantiene como un secreto de puertas afuera y casi como un
estigma de puertas adentro.
El pasado 22 de septiembre tuvo lugar el concierto de Mashrou’ Leila
una banda indie del Líbano cuyo líder es abiertamente gay. Desde
entonces se ha perseguido y arrestado a los asistentes al concierto que
mostraron una bandera arco iris. De momento ya son 11.
Por si eso fuera poco, Human Rights Watch y Amnistía Internacional
exigen al gobierno egipcio que además de liberar a los detenidos
inmediatamente deje de practicar exámenes anales. Estos se utilizaban
para determinar si los detenidos tenían o no relaciones íntimas con
otros hombres y así poder reforzar y confirmar la acusación.
Dejando de lado que no todas las
relaciones homosexuales tienen por qué ser anales, me llama
poderosamente la atención la estupidez del examen anal. ¿No podría ser
considerado ese mismo examen como un acto sexual en sí? ¿Cómo determina,
sin un estudio previo, el examinador quién ha tenido y quien no sexo
anal? Y así con miles de incongruencias que se me ocurren.
Tal y como podemos leer en el Times of Israel no es solo el estado quien persigue a los homosexuales, la prensa también se dedica a señalar a quien puede serlo además de intentar dar lecciones de moralidad.
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