sábado, 28 de octubre de 2017

El viaje ideológico de Valle-Inclán

 El viaje ideológico de Valle-Inclán

Cuentan que, estando ya gravemente enfermo, Valle esperaba ansioso el desenlace final con una única decepción: hubiera dado la vida por contar con más brazos además de aquel con el que había escrito algunas de las grandes obras maestras de la literatura en castellano. Achacaba al brazo perdido en aquella célebre pelea tabernaria el hecho de no haber podido abrazar a sus hijos en plenitud.

Para entonces, Valle-Inclán ya nos había hecho creer que su pensamiento político había girado claramente hacia la izquierda. Tanto que se negó incluso a recibir la extremaunción ("mañana", solía contestar al ser preguntado por la conveniencia de acudir al acto litúrgico, en un último arrebato vital). Si algo pretendió Valle durante toda su existencia fue llevarse la literatura a cada rincón de su vida, convertir en letra cada vivencia, cada segundo. Y esto incluye, por supuesto, su ideal político.

Pero Valle, envuelto en misterios y contradicciones hasta el final, no siempre había predicado con aquella causa. Sus primeros pasos literarios los dio de la mano de Alfredo Brañas, abrazando todavía con las dos manos el regionalismo tradicional que promulgaba el escritor carballés. Sería criticado años más tarde por su falta de galleguismo, quizás por no haber basado su obra en el idioma gallego, del que llegó a decir con su ceceo habitual: "El día que loz gallegoz tengan definido zu idioma dezcubrirán de nuevo el castellano".

Polémicas natales aparte (declaró haber nacido en una barca que navegaba entre Villanueva de Arosa y Puebla del Caramiñal, para no decantarse por ninguno de los dos), será en esta época cuando Valle se incline por un gobierno regional, federalista (término tan de moda últimamente) y anticentralista. Llegó incluso a proponer la creación de Lusitania, creyendo estar más cerca del estereotipo portugués que del castellano.

Tormenta carlista
De aquel galleguismo tradicionalista nos quedan obras como Los molinos del Sarela, cercana a la zarzuela; Cenizas, estrenada en 1899 en el teatro Lara de Madrid, con Jacinto Benavente en el papel de protagonista; y un espíritu constante que se puede admirar, por ejemplo, en el ensayo de corte quevediano La lámpara maravillosa (1916). Don Ramón María cerró esta época con un meridiano: "No tenemos más que piedras". "Lo que tiene por contrario a la unidad de España, es el centralismo actual, al que hay necesidad de matar. Hay que dar independencia y capacidad a las regiones para que puedan desenvolver sus energías", declaró en una entrevista para la publicación El Mundo (1909). Poco a poco el pensamiento político de Valle se fue tornando carlista, algo que, aquí sí, quedará impregnado poderosamente en su obra. Sus páginas se van llenando de caballeros feudales, honrados siervos, afrentas políticas e infructuosas luchas. Ya por entonces se integra en el movimiento carlista en forma de columnista agazapado e incluso estrena alguna obra claramente propagandística como La corte de Estella (1910).

 Sus relaciones con el rey exiliado son públicamente conocidas e incluso viaja a México gracias a una carta de recomendación firmada por el propio rey Carlos VII. Aquí nace la maravillosa trilogía llamada La guerra carlista, (1908-1909) que incluye los títulos Los cruzados de la Causa, El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño. En ella, Valle-Inclán nos traslada a esa lucha constante que mantuvo durante años un grupo de hombres en el norte de España, con románticos personajes que luchan por un ideal que, dicho sea de paso, el autor promulga masticándolo de manera copiosa. Las alabanzas a la nobleza y al clero, la crítica al liberalismo y la exigencia de un trato legítimo a la Causa son tres de los hilos conductores de la trilogía, lo que convierte a la obra en un arraigado tratado carlista capaz de alcanzar la categoría de best seller.

Primera crisis ideológica
Pero el desengaño llegó pronto. Su primer desencuentro se produjo con la llegada de la Gran Guerra. Los carlistas habían adoptado una postura claramente germanófila y Valle, imprevisible siempre, se había decantado por el bando aliado. Al ser cuestionado por el tema años más tarde, achacaría su decisión al hecho de que los alemanes manejaran una doctrina protestante incompatible con su sesudo catolicismo.

La puntilla llegó con la crítica que don Ramón María dirigió a la dictadura encabezada por Primo de Rivera, tan celebrada por los tradicionalistas. La ruptura ya era insalvable, y de aquel episodio nos quedan un puñado de obras maestras que supieron escapar de la simple trivialidad política. 

Añadir leyenda
 "Convencido de la grandeza del ideal carlista, entendía que era deber mío consagrar mis energías a su defensa, aunque ello significa restarme todos mis lectores anteriores, como en efecto me los resté en un solo día, pues al publicar mi primera obra carlista, no me quedó ni uno sólo de mis anteriores lectores, y la prensa en general que antes me llenara de elogios, no tuvo para esta obra ni la leve noticia de su aparición", dijo en entrevista de 1911 para El Pueblo, Buenos Aires. El giro a la izquierda ya es total. España ha caído en una peligrosa deriva y Valle no es ajeno a la situación. Con la llegada de la República, se declara seguidor incondicional de Lerroux. Hablamos del líder de un partido que solicita, entre otras cosas, un reparto equitativo de la tierra y la disolución inmediata de cualquier orden religiosa. ¿Dónde han quedado aquellos mayorazgos ocupados por valerosos terratenientes capaces de dejarse la vida por un sueño, alentados por una mayoría clerical firme y convencida?

Los nuevos héores

Una vez más, Valle-Inclán no ha hecho otra cosa que llevarse la literatura a su vida (y no al contrario, como suele hacer el resto). Su obra se centra ahora en las preocupaciones de la Generación del 98 y sólo entonces nacen Tirano Banderas (1926), una crítica feroz al caudillaje sudamericano; o El Ruedo Ibérico (1927-1932), una serie de novelas que satirizan la corte isabelina, muestran todos los defectos que la realeza y la nobleza exhibieron durante el XIX y canonizan esporádicamente a ciertos héroes surgidos del pueblo más revolucionario.

En la década de los treinta, un Valle ya enfermo y envejecido acaricia con la suave elegancia de la experiencia la realidad deformada por espejos cóncavos que tanto exaltó en la maravillosa Luces de Bohemia (1924). La opinión pública ya le relaciona indistintamente con anarquistas, comunistas o bolcheviques mientras recibe las alabanzas de célebres republicanos como Machado o García Lorca.
Él se encierra en su trabajo como director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma esperando a que llegue el momento ("¡Me muero! ¡Pero lo que tarda esto!"). Pronto un cáncer de vejiga se llevaría su rostro español y quevedesco, su negra guedeja y su luenga barba. Pero se agarrarían a la vida para siempre sus Sonatas o sus Comedias Bárbaras (1920).

La última leyenda

Una mañana de enero, lluviosa como todas en Santiago, don Ramón María fue enterrado con honores. Cuentan que, al sumergir el féretro en la oscura fosa, alguien arrojó un rosario sobre la madera justo en el momento de la despedida. Un anarquista saltó para apartar de allí el símbolo quebrando la tapa que ocultaba el cuerpo sin vida de genio gallego, visible ahora para todos los asistentes al entierro. Sería, quizás, la última leyenda que envolvería la figura de Valle-Inclán y, una vez más, irremediablemente teñida de oscuro partidismo político.

Su último apoyo se lo prestó, por cierto, a su querido amigo Azaña, a quien vio como la única figura capaz de sacar a España del suicidio que terminará fraguándose en julio de 1936, ya sin Valle para poder contarlo. Y precisamente todos estos giros políticos, todos estos ideales que cambian de trinchera como de chambergo, los definió mejor que nadie el propio Azaña: "¿Quién sabe lo que piensa Valle de nada ni de nadie? Le he oído defender siempre con muchísima gracia y desenvoltura posturas completamente opuestas".

Por tanto, todo cuanto hay de verdad o de mentira en la ideología valleinclanesca sólo se puede admirar desde su obra, ésa que en 2016 pasa a ser de dominio público. Hay que acercarse a la trilogía carlista para saborear el tradicionalismo que se hizo inmortal en sus páginas y no en su carnet. Hay que sumergirse en el Ruedo Ibérico para empaparse de las críticas al poder que nunca vertió. Hay que acercarse, en 2016 más que nunca, a la obra de uno de los mayores genios que han emergido del complicado pero siempre fértil panorama social español. Hay que acercarse a Ramón María del Valle-Inclán, en suma.
 

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