Cuentan que, estando ya gravemente enfermo, Valle
esperaba ansioso el desenlace final con una única decepción: hubiera
dado la vida por contar con más brazos además de aquel con el que había
escrito algunas de las grandes obras maestras de la literatura en
castellano. Achacaba al brazo perdido en aquella célebre pelea
tabernaria el hecho de no haber podido abrazar a sus hijos en plenitud.
Para entonces, Valle-Inclán ya nos había hecho creer
que su pensamiento político había girado claramente hacia la izquierda.
Tanto que se negó incluso a recibir la extremaunción ("mañana", solía
contestar al ser preguntado por la conveniencia de acudir al acto
litúrgico, en un último arrebato vital). Si algo pretendió Valle durante
toda su existencia fue llevarse la literatura a cada rincón de su vida,
convertir en letra cada vivencia, cada segundo. Y esto incluye, por
supuesto, su ideal político.
Pero Valle, envuelto en misterios y contradicciones
hasta el final, no siempre había predicado con aquella causa. Sus
primeros pasos literarios los dio de la mano de Alfredo Brañas,
abrazando todavía con las dos manos el regionalismo tradicional que
promulgaba el escritor carballés. Sería criticado años más tarde por su
falta de galleguismo, quizás por no haber basado su obra en el idioma
gallego, del que llegó a decir con su ceceo habitual: "El día que loz
gallegoz tengan definido zu idioma dezcubrirán de nuevo el castellano".
Polémicas natales aparte (declaró haber nacido en
una barca que navegaba entre Villanueva de Arosa y Puebla del Caramiñal,
para no decantarse por ninguno de los dos), será en esta época cuando
Valle se incline por un gobierno regional, federalista (término tan de
moda últimamente) y anticentralista. Llegó incluso a proponer la
creación de Lusitania, creyendo estar más cerca del estereotipo
portugués que del castellano.
De aquel galleguismo tradicionalista nos quedan obras como Los molinos del Sarela, cercana a la zarzuela; Cenizas,
estrenada en 1899 en el teatro Lara de Madrid, con Jacinto Benavente en
el papel de protagonista; y un espíritu constante que se puede admirar,
por ejemplo, en el ensayo de corte quevediano La lámpara maravillosa (1916). Don Ramón María cerró esta época con un meridiano: "No tenemos más que piedras". "Lo
que tiene por contrario a la unidad de España, es el centralismo
actual, al que hay necesidad de matar. Hay que dar independencia y
capacidad a las regiones para que puedan desenvolver sus energías", declaró en una entrevista para la publicación El Mundo
(1909). Poco a poco el pensamiento político de Valle se fue tornando
carlista, algo que, aquí sí, quedará impregnado poderosamente en su
obra. Sus páginas se van llenando de caballeros feudales, honrados
siervos, afrentas políticas e infructuosas luchas. Ya por entonces se
integra en el movimiento carlista en forma de columnista agazapado e
incluso estrena alguna obra claramente propagandística como La corte de Estella (1910).
Sus relaciones con el rey exiliado son públicamente
conocidas e incluso viaja a México gracias a una carta de recomendación
firmada por el propio rey Carlos VII. Aquí nace la maravillosa trilogía
llamada La guerra carlista, (1908-1909) que incluye los títulos Los cruzados de la Causa, El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño.
En ella, Valle-Inclán nos traslada a esa lucha constante que mantuvo
durante años un grupo de hombres en el norte de España, con románticos
personajes que luchan por un ideal que, dicho sea de paso, el autor
promulga masticándolo de manera copiosa. Las alabanzas a la nobleza y al
clero, la crítica al liberalismo y la exigencia de un trato legítimo a
la Causa son tres de los hilos conductores de la trilogía, lo que
convierte a la obra en un arraigado tratado carlista capaz de alcanzar
la categoría de best seller.
Pero el desengaño llegó pronto. Su primer
desencuentro se produjo con la llegada de la Gran Guerra. Los carlistas
habían adoptado una postura claramente germanófila y Valle, imprevisible
siempre, se había decantado por el bando aliado. Al ser cuestionado por
el tema años más tarde, achacaría su decisión al hecho de que los
alemanes manejaran una doctrina protestante incompatible con su sesudo
catolicismo.
La puntilla llegó con la crítica que don Ramón María
dirigió a la dictadura encabezada por Primo de Rivera, tan celebrada
por los tradicionalistas. La ruptura ya era insalvable, y de aquel
episodio nos quedan un puñado de obras maestras que supieron escapar de
la simple trivialidad política.
Añadir leyenda |
"Convencido de la grandeza del
ideal carlista, entendía que era deber mío consagrar mis energías a su
defensa, aunque ello significa restarme todos mis lectores anteriores,
como en efecto me los resté en un solo día, pues al publicar mi primera
obra carlista, no me quedó ni uno sólo de mis anteriores lectores, y la
prensa en general que antes me llenara de elogios, no tuvo para esta
obra ni la leve noticia de su aparición", dijo en entrevista de 1911 para El Pueblo,
Buenos Aires. El giro a la izquierda ya es total. España ha caído en
una peligrosa deriva y Valle no es ajeno a la situación. Con la llegada
de la República, se declara seguidor incondicional de Lerroux. Hablamos
del líder de un partido que solicita, entre otras cosas, un reparto
equitativo de la tierra y la disolución inmediata de cualquier orden
religiosa. ¿Dónde han quedado aquellos mayorazgos ocupados por valerosos
terratenientes capaces de dejarse la vida por un sueño, alentados por
una mayoría clerical firme y convencida?
Los nuevos héores
Una vez más, Valle-Inclán no ha hecho otra cosa que
llevarse la literatura a su vida (y no al contrario, como suele hacer el
resto). Su obra se centra ahora en las preocupaciones de la Generación
del 98 y sólo entonces nacen Tirano Banderas (1926), una crítica feroz al caudillaje sudamericano; o El Ruedo Ibérico
(1927-1932), una serie de novelas que satirizan la corte isabelina,
muestran todos los defectos que la realeza y la nobleza exhibieron
durante el XIX y canonizan esporádicamente a ciertos héroes surgidos del
pueblo más revolucionario.
En la década de los treinta, un Valle ya enfermo y
envejecido acaricia con la suave elegancia de la experiencia la realidad
deformada por espejos cóncavos que tanto exaltó en la maravillosa Luces de Bohemia
(1924). La opinión pública ya le relaciona indistintamente con
anarquistas, comunistas o bolcheviques mientras recibe las alabanzas de
célebres republicanos como Machado o García Lorca.
Él se encierra en su trabajo como director de la
Academia Española de Bellas Artes en Roma esperando a que llegue el
momento ("¡Me muero! ¡Pero lo que tarda esto!"). Pronto un cáncer de
vejiga se llevaría su rostro español y quevedesco, su negra guedeja y su
luenga barba. Pero se agarrarían a la vida para siempre sus Sonatas o sus Comedias Bárbaras (1920).
La última leyenda
Una mañana de enero, lluviosa como todas en
Santiago, don Ramón María fue enterrado con honores. Cuentan que, al
sumergir el féretro en la oscura fosa, alguien arrojó un rosario sobre
la madera justo en el momento de la despedida. Un anarquista saltó para
apartar de allí el símbolo quebrando la tapa que ocultaba el cuerpo sin
vida de genio gallego, visible ahora para todos los asistentes al
entierro. Sería, quizás, la última leyenda que envolvería la figura de
Valle-Inclán y, una vez más, irremediablemente teñida de oscuro
partidismo político.
Su último apoyo se lo prestó, por cierto, a su
querido amigo Azaña, a quien vio como la única figura capaz de sacar a
España del suicidio que terminará fraguándose en julio de 1936, ya sin
Valle para poder contarlo. Y precisamente todos estos giros políticos,
todos estos ideales que cambian de trinchera como de chambergo, los
definió mejor que nadie el propio Azaña: "¿Quién sabe lo que piensa
Valle de nada ni de nadie? Le he oído defender siempre con muchísima
gracia y desenvoltura posturas completamente opuestas".
Por tanto, todo cuanto hay de verdad o de mentira en la ideología valleinclanesca
sólo se puede admirar desde su obra, ésa que en 2016 pasa a ser de
dominio público. Hay que acercarse a la trilogía carlista para saborear
el tradicionalismo que se hizo inmortal en sus páginas y no en su
carnet. Hay que sumergirse en el Ruedo Ibérico para empaparse
de las críticas al poder que nunca vertió. Hay que acercarse, en 2016
más que nunca, a la obra de uno de los mayores genios que han emergido
del complicado pero siempre fértil panorama social español. Hay que
acercarse a Ramón María del Valle-Inclán, en suma.
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