La invasión de los ladrones de cuerpos |
Si el reto utópico supremo consiste en "imaginar un nuevo paraíso y una nueva Tierra", podemos preguntarnos cómo serían las plantas que crecerían en esos mundos soñados. No son pocas las películas, en especial las de serie B, y las novelas que tienen como protagonistas a plantas de toda índole y condición (carnívoras, inteligentes, ambulantes, antropomorfas, vampíricas, etc.), que se pueden agrupar en cinco categorías fundamentales: a) plantas alienígenas, b) plantas mutantes, c) plantas extraterrestres, d) plantas en naves, transbordadores y estaciones espaciales y e) ciberjardines y plantas virtuales.
En el apartado a) se encontrarían aquellos relatos y cómics en los que las plantas procedentes de otros planetas prosperan en la Tierra, a la que han llegado a bordo de platillos volantes, meteoritos, asteroides, cometas o literalmente caídas del cielo. Un ejemplo emblemático de este primer tipo es el clásico cinematográfico de Don Siegel La invasión de los ladrones de cuerpos, basado en un relato de Jack Finney que llevaba por título Los ladrones de cuerpos, y que ha sido objeto de sucesivos remakes. Salvando las diferencias y las particularidades, en todos los casos el argumento es similar: unas extrañas plantas provenientes del espacio producen unas vainas de enorme tamaño semejantes a judías o habas, solo que, en su interior, crecen cuerpos humanos. Estos resultan ser sosias o copias perfectas de los habitantes del pueblo de Santa Mira, a los que sigilosa y paulatinamente van suplantando. Esta historia se ha interpretado por parte de los críticos cinematográficos como una parábola de la deshumanización, la pérdida de identidad y el conformismo que aquejaba a la sociedad estadounidense.[...]
En el segundo apartado de la clasificación aparecen las plantas mutantes, resultado de experimentos genéticos y accidentes nucleares. [...]
Quizá una de las más insólitas, hilarantes y descerebradas producciones cinematográficas que se recuerdan sobre plantas mutantes sea El ataque de los tomates asesinos de John De Bello. Todo comienza cuando un grupo de tomates modificados genéticamente empieza a atacar a la población, en especial a aquellas personas que acostumbran a ingerir o manipular estos frutos. El gobierno estadounidense encarga a una unidad de élite que combata a esos "terroristas rojos"que están sembrando el pánico y el caos en las calles.[...]
La tercera posición en esta particular taxonomía corresponde a la botánica sideral o extraterrestre. [...]
Wells, uno de los indiscutibles padres de la ciencia ficción, especuló con la posibilidad de que las plantas en otros planetas fueran de colores diferentes al verde. Leemos en La guerra de los mundos: "el reino vegetal de Marte, en vez de tener al verde como color dominante, es de tinte rojo-sangre vívido". La clorofila es el pigmento que da a estos organismos su característico color y que, a su vez, permite la fotosíntesis . Mediante este proceso las plantas aprovechan los fotones azules y los fotones rojos de la luz solar a la par que reflejan los fotones verdes. Imaginémonos por un momento un planeta que orbitara alrededor de una estrella de un tamaño y con una composición atmosférica diferente a la nuestra. La energía luminosa necesaria para llevar a cabo la fotosíntesis que captarían las especies vegetales variaría a tal punto que estas presentarían colores diversos, como ha señalado Nancy Y Kiang en un artículo de Scientific American. Según esta científica, alrededor de estrellas más calientes y más azules que nuestro sol, las plantas tenderían a absorber el celeste y presentarían un color que podría ir del verde al rojo, pasando por el amarillo. Por el contrario, en la proximidad de estrellas más frías, como las enanas rojas,los planetas recibirían menos luz visible. Y, en consecuencia, las plantas tratarían de absorber tanta como les fuera posible, razón por la que probablemente, tendrían un aspecto negruzco.[...]
En el apartado de plantas en naves, transbordadores y estaciones espaciales, cabe destacar la película Naves misteriosas de Douglas Trumbull. Esta fábula ecologista de inspiración hippy, aderezada por la música folk de Joan Baez y sus canciones reivindicativas, se desarrolla a comienzos del siglo XXI. Para entonces, la fauna y flora han desaparecido de la faz de la Tierra y el único resto de la antigua naturaleza sobrevive a bordo de la nave espacial Valley Forgue, que hace las veces de arca de Noé botánica mientras orbita alrededor de Saturno. Cuando el jefe de la expedición recibe la orden de destruir esa reserva de biodiversidad, se rebela contra sus jefes y, tras asesinar a sus tres compañeros, emprende una huida a la desesperada rumbo a lo desconocido. Con la ayuda del trío de androides que forma la tripulación, cuida de su jardín o, mejor sería llamarlo, invernadero galáctico hasta que, a punto de darle caza las autoridades terrestres, decide inmolarse junto a su paraíso en un acto de idealismo demente.
La última categoría la ocupan los ciberjardines. Estamos ante una manifestación nueva, característica de la era digital, que utiliza progrmas de realidad virutual y telepresencia para generar simulaciones electrónicas de un jardín. El objetivo ideal de estos dispositivos, al que nos vamos aproximando de día en día, sería crear en el usuario la ilusión tridimensional de un espacio ajardinado con el que poder interactuar. En un futuro no muy lejano será posible sumergirse en una realidad perceptiva continua, semejante a la avalancha de impresiones sensoriales que inundan nuestros sentidos cuando nos desplazamos por un parque real. En la medida en que podamos no solo deambular por esos incorpóreos paisajes, sino también disfrutar de una visión de 360º e incluso manipular el entorno, la experiencia del jardín dejará de estar asociada a un espacio físico concreto.
Si bien la historia de los ciberjardines está toavía por escribir, las tecnologías abren un horizonte inabarcable e inquietante. Basta recordar el jardín virtual que se ha creado en el aeropuerto de Ámsterdam para ayudar a combatir el estrés de los pasajeros, o las aplicaciones ya existentes para smarphones y tablets que permiten diseñar, cuidar y regar jardines en las pantallas táctiles.[...]
Aeropuerto de Amsterdam |
El hecho es que las plantas ocupan un lugar de honor en el imaginario de la ciencia ficción. A veces se enfrentan a los protagonistas; otras les sirven de guías o son sus aliados; y en ocasiones también representan un oasis de felicidad. Y por más que, técnicamente, provengan del espacio exterior o de un laboratorio, en realidad brotan de las profundidades de la psique humana. Son, por así decirlo, una proyección del inconsciente y una fantasía poética. La imposible comunicación con esas criaturas verdes facilita, justamente, la transferencia de nuestros recónditos temores y angustias, convirtiéndolas a un mismo tiempo en el símbolo de lo que se pliega y escapa a nuestro dominio.
El ancestro, si se puede calificar como tal, de esa vasta flora alienígena y mutante es la mítica mandrágora. A esta planta herbácea del grupo de las solanáceas, también conocida como manzana de Satán o del amor y hierba de Circe, de hojas verdes oscuras, flores blancas ligeramente teñidas de púrpura y frutos parecidos a pequeñas manzanas malolientes, que crece en el suelo boscoso y en las umbrías orillas de ríos y arroyos, la rodea una aura mágica. Esta reputación se debe a la supuesta forma humana de sus raíces más que a sus propiedades narcóticas, medicinales o a sus virtudes generativas o afrodisíacas.
Según una leyenda medieval, los mejores ejemplares crecían justo debajo de los patíbulos, a partir del semen que, antes de expirar su último aliento, eyaculaban los ahorcados sobre la tierra. La persona que recolectaba la mandrágora debía tener la precaución de taparse los oídos para no enloquecer o, en el peor de los casos, morir con el grito que emitía su raíz cuando era desenterrada, tal y como se cuenta en Romeo y Julieta de William Shakespeare. Un procedimiento para arrcarla del suelo sin correr riesgos innecesarios fue propuesto por el historiador romano Flavio Josefo, quien recomienda atar el extremo de una cuerda al tallo y el otro a un perro negro convenientemente adiestrado para que, al acudir a la llamada de su amo, la desplantara de un tirón antes de expirar. Se cuenta que los nigromantes y los alquimistas las empleaban para crear homúnculos, esto es, seres artificiales que utilizaban como sirvientes. Podemos concluir diciendo que el cine y la literatura de ciencia ficción han reinventado el mito medieval de las mandrágoras, actualizando su contenido.
Jardinosofía
Una historia filosófica de los jardines
Santiago Beruete
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