viernes, 1 de septiembre de 2017

Un hombre desesperado


Friedrich Reck
Septiembre 1938

    De vuelta de Berlín, que he encontrado agitada y ya un poco degradada debido a la persistencia de la crisis checa, he visto en el Alto Palatinado, desde la ventanilla del coche cama, las interminables columnas de tropas que avanzan hacia la frontera, con artillería y coches de suministros. Alemania, es decir esta joven generación educada después de la guerra mundial conforme a los principios del salteador de caminos, muestra estos días una curiosa disposición de ánimo: considera la voluntad de ese llamado Führer una especie de ley cósmica, y a todos sus oponentes, incluso los de fuera de las fronteras del país, criminales. Cierto, cierto, se trata de un Estado extrajero y de tratados firmados, pero el Führer lo quiere así...
   Más o menos así están las cosas. Si por fin Inglaterra se decidiera a actuar y al fin dijera "No", sería posible que este Führer borracho por el éxito de sus atracos políticos, y que poco a poco se siente cada vez más el centro del universo, desapareciese de la escena política, justo en el momento en que por vez primera no pudiera imponer su voluntad.
   Desde luego, todo indica que Inglaterra también se quedará atenazada esta vez, mirando sin hacer nada, como durante la invasión de Austria, reforzando así la posición de Hitler. Eso nos lleva a nosotros, que no somos los peores alemanes, a esperar la guerra como una liberación de esta plaga de insectos. He mantenido una larga conversación sobre ello con Pfl., que no comprende mis sentimientos. Pfl. es economista, y según una vieja teoría mía la verdadera sustancia del nacionalismo es de naturaleza económica.
   Entretanto el plebiscito destinado a legitimar o revocar el proceder de Hitler en Austria ha sido falseado de la manera más vergonzosa, y puedo demostrarlo. Naturalmente, he votado "no", junto con los cuatro adultos de mi casa, y en el pueblo conozco al menos a otras veinte personas de confianza que hicieron lo mismo... en los resultados oficiales, mi pueblo ha "aprobado la política del Führer" por unanimidad, sin que se indique un solo voto en contra. La atmósfera está llena de rumores sobre conspiraciones y atentados, que curiosamente giran todos en torno a la guardia pretoriana formada por las SS y a los llamados caballeros de la Orden teutónica (calma: en la mayoría de los casos se trata de mancebos de farmacia y mozos de cuerda). Y hace poco en Múnich vi lo siguiente...
   Estaba afeitándome en mi pequeño hotel de siempre, junto a la estación, cuando por la ventana de mi habitación, situada en el tercer piso, pasó rápidamente una sombra, y enseguida oí un estampido sordo... un reventar nauseabundo y animal, como recuerdo haber oído en África cuando un coche despedaza sobre la calzada una víbora bufadora inflada expuesta al sol.
   Cuando me asomé, en la calle yacía con las piernas abiertas, vestido con pantalones negros de montar y chaqueta de pijama a rayas blancas y azules, un hombre con el cráneo reventado cuyo cerebro se desparramaba en un charco de sangre. Había gente mirando alrededor, un ciclista desmontado contaba, presa de la excitación, que el hombre que saltó del cuarto piso estuvo a punto de caerle encima; una mujer gritó que había visto incluso el suicida antes de saltar, en el alféizar de una ventana. Mientras un empleado de hotel cubrió el cadáver con un gran papel de embalaje; por último, apareció el servicio de limpieza, enroscó una manguera en la boca de riego más próxima y limpió el pavimento, mientras bajo el papel asomaban las puntas de las botas.
   El horripilante cadáver quedó tumbado bajo el papel de embalaje mientras se acordonaba la callecita; cada vez que el viento se metía bajo el pardo envoltorio, aparecían las piernas abiertas en la postura de un macabro amago de coito. El portero, al que interrogué, me contó que ese hombre, vestido con uniforme de las SS y ligeramente achispado, hacia las seis de la mañana había  pedido una habitación lo más alta posible y que le subieran un litro de cerveza y una botella entera de coñac, de la que encontramos tres cuartas partes vacía en la triste buhardilla, junto a la cama deshecha. Encontramos también la guerrera negra tirada en el suelo y, dispersas sobre la cama, una gastada colección de esas postales que ofrecen  a los viajeros en la Praça do Comercio de Lisboa y, sobre todo, en Port Said, y que representan el acto del apareamiento ampliado en todos sus detalles, por así decirlo, para miopes. Solo al cabo de unas horas me enteré de los resultados de las primeras indagaciones policiales. El muerto, que naturalmente se había registrado con nombre falso, era un SS procedente de la escuela de mandos de Tölz que había participado en un complot contra Hitler y el partido, y tras cuyos pasos andaba el verdugo. El caso, con todos sus horribles detalles y los aún más horribles restos del muerto, me recuerda una historia que me contó hace años mi amigo Hans von Bülow, sobrino del gran director de orquesta. En la campaña de Finlandia de 1918 apresaron al jefe de una banda bolchevique, un oficial prusiano al que habían capturado en el primer año de la guerra y que, después de pasar por la cárcel y la revolución, se había convertido en un completo saqueador..., un oficial de carrera que antes de la guerra y durante unos años había disfrutado en su regimiento de la educación propia de su clase. Este hombre, pues, totalmente asalvajado después de cuatro años de cautiverio en Siberia y rebajado a la condición de desgreñado, fue aprendido y condenado a muerte como jefe de una banda que carga sobre su conciencia innumerables atrocidades. Y ahora viene lo increíble: cuando se encontraba ante el pelotón de ejecución y vio los negros ojos de los fusiles que le apuntaban, pidió un cigarrillo, lo encendió, dio un par de caladas, y en el último instante antes de la orden de "fuego" se bajó los pantalones...
   Se dio la vuelta, mostró a la muerte las posaderas desnudas, plantó un montón de excrementos delante del pelotón y recibió al fin, junto con las balas, el sacramento de la muerte...en mitad de la defecación. He hablado una y otra vez de esta vieja historia. Al principio, uno tiene la tentación de pensar en Chopin, que gritó la palabra merde a la muerte que se acercaba; podría tener la tentación de ensalzar el desprecio a la muerte de la joven generación.
   Sería injusto. Lo que parece "valor ante la muerte" no es más que negrificación, lo que recuerda al estoicismo no es más que la expresión de ese estado de masa en que el ser humano no es ni bueno ni malo, sino profundamente, y con cierto entusiasmo, nada más que una nulidad. En realidad no sabría caracterizar mejor el estado espiritual de estos turbios contemporáneos.
   Hoy circulan rumores sobre una sublevación popular en Viena... rumores en los que no creo en absoluto. En todo caso se tratará de un poco de alboroto y unas cuantas verduleras apelotonadas, y eso será todo. La masa actúa como un robot, digiere, duerme con sus rubias oxigenadas y engendra hijos para que el termitero perviva... repite con los eslóganes del gran Manitú, denuncia o es denunciada, muere o la matan y así va vegetando; por lo demás, sin ruborizarse siquiera ante la herencia de sus padres, ante los momentos de un gran pasado, ante las joyas de la corona de su propia cultura.
   Lo insoportable no es que exista todo esto, este mundo plagado de neandertales. Lo insoportable es que este rebaño de neandertales exija de los pocos humanos íntegros que aún quedan que hagan el favor de volverse también neandertales, y que en caso de negativa los amenace con la aniquilación física. Heráclito dice: "Ya no saben que los muchos siempre son e Mal, y los pocos el Bien. Los efesios en edad adulta deberían ahorcarse, y dejar la ciudad a los jóvenes. Echaron de la ciudad a Hermodoro, el más notable de entre ellos, gritando: No habrá entre nosotros nadie que sea el más capaz. Si hay tal, que lo sea en otra parte, entre los otros."


Diario de un hombre desesperado
Friedrich Reck

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