miércoles, 6 de septiembre de 2017

Los árboles que viven en la nieve



Para los árboles que viven en la nieve, el invierno es un viaje. Las plantas no viajan por el espacio como nosotros; por regla general, no se desplazan de un sitio a otro. Pero sí que viajan en el tiempo, soportando un suceso tras otro, y, en este sentido, el invierno es un trayecto especialmente largo. Los árboles sigue el consejo habitual para cualquier viaje prolongado a través de un entorno rústico: preparar bien el equipaje.
   Estar desnudo sin moverse del sitio, al aire libre y a temperaturas bajo cero durante tres meses es una sentencia de muerte para casi cualquier ser vivo del planeta, salvo para las numerosas especies arbóreas que llevan haciéndolo cien millones de años o más. Las píceas, los pinos, abedules y el resto de especies que pueblan Alaska, Candá, Escandinavia y Rusia soportan hasta seis meses de clima gélido todos los años.
   Los organismos vivos están hechos fundamentalmente de agua, y los árboles no son una excepción. Cada célula de un árbol es básicamente una caja de agua, y el agua se congela a exactamente cero grados Celsius. El agua, además, aumenta de volumen al congelarse -justo lo contrario que la mayoría de los líquidos-, y esa expansión puede reventar cualquier receptáculo que la contenga.
   Las células animales pueden soportar temperaturas bajo cero durante un breve espacio de tiempo porque están quemando azúcar constantemente para producir energía en forma de calor. Las plantas, en cambio, fabrican azúcar absorbiendo energía en forma de luz. Si el sol no pega lo bastante fuerte para mantener el aire por encima de los cero grados, tampoco lo hace con el árbol. Debido a la inclinación del eje de rotación de la Tierra, el Polo Norte se esconde del sol durante parte del año, con lo que se reduce la cantidad de calor que se recibe a altas altitudes, y esto es lo que causa el invierno en el hemisferio norte.
   A fin de prepararse para su largo viaje invernal, los árboles pasan por un proceso conocido como "endurecimiento". En primer lugar, aumentan drásticamente la permeabilidad de las paredes de las células, permitiendo que salga el agua pura y aumentando así la concentración de azúcares, proteínas y ácidos que deja tras de sí en el interior. Estos compuestos químicos actúan como un potente anticongelante, de forma que la temperatura de las células ya puede caer muy por debajo de cero, mientras que el fluido que contienen se mantiene en forma de líquido espeso. Los espacios intercelulares, a su vez, se han llenado de un destilado extremadamente duro de agua de las células, tan pura que no hay átomos sueltos en torno a los que pueda formarse y crecer un núcleo de hielo. El hielo es un cristal tridimensional de moléculas, y la congelación requiere un punto de nucleación; alguna anormalidad química a partir de la cual pueda empezar a construirse la estructura. El agua pura, libre de tales puntos, puede estar "superrefrigerada" hasta cuarenta grados bajo cero y mantenerse en forma líquida, sin cristales de hielo. En ese estado "endurecido", con algunas células atestadas de compuestos químicos, es como el árbol se embarca en su viaje invernal y permanece impasible al paso de las heladas, granizadas y ventiscas propias de la estación. Estos árboles no crecen durante el invierno; se limitan a permanecer en pie y conducir al planeta hasta el otro lado del Sol, donde el Polo Norte volverá a inclinarse por fin hacia la fuente de calor, y el árbol vivirá su verano.
   La inmensa mayoría de los árboles septentrionales se preparan bien para su travesía del invierno, y es muy raro que alguno muera por el daño producido por las heladas. Un otoño muy frío trae el mismo endurecimiento que uno templado, porque no es el cambio de temperatura lo que les da la señal a los árboles, sino el acortamiento de los días, que perciben como una disminución constante de luz a lo largo de los sucesivos ciclos de veinticuatro horas, y que desencadena el endurecimiento. A diferencia de la tónica general de invierno, que puede ser suave un año y riguroso al siguiente, el ciclo de cambios en la luz es exactamente el mismo todos los años.
   Multitud de experimentos han demostrado que es el cambiante "fotoperiodo" lo que pone en marcha el proceso de endurecimiento arbóreo; se puede hacer que se dispare en julio si engañamos a los árboles mediante luz artificial. El endurecimiento funciona desde hace eones, porque un árbol puede confiar en que el sol le dirá cuándo se avecina el invierno, incluso en aquellos años en que el clima se vuelve caprichoso. Son plantas que saben que cuando tu mundo está cambiando rápidamente es importante tener identificado lo único con lo que siempre puedes contar.


La memoria secreta de las hojas
Una historia de árboles, ciencia y amor

Hope Jahren

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