Una casa incendiada por el ejército birmano en el pueblo de Gawduthar, al norte de Rakhine. REUTERS |
"Mi querida Aung San Suu Kyi. Yo ya estoy viejo, decrépito y formalmente retirado, pero rompo mi promesa de permanecer en silencio por la profunda tristeza que me causa la situación de la minoría rohingya".
Así arranca el arzobispo sudafricano y premio Nobel de la Paz Desmond Tutu su sobrecogedora carta dirigida a "mi querida hermana menor", la también premio Nobel y actual dirigente birmana Aung San Suu Kyi, co-responsable de la represión contra la comunidad rohingya que ya se ha cobrado mil muertos y 270.000 refugiados, en lo que pretende ser una mediación para frenar las masacres.
"Tu irrupción en la vida pública disipó nuestra preocupación por la violencia perpetrada contra los rohingya, pero lo que unos llaman "limpieza étnica" y otros "lento genocidio" ha persistido y recientemente se ha acelerado", escribe el arzobispo, de 85 años. "Si el precio político de tu ascenso a la oficina más importante de Birmania es tu silencio, es un precio demasiado alto. Un país que no está en paz consigo mismo, que no reconoce y protege la dignidad y el valor de todo su pueblo, no es un país libre".
Un grupo de refugiados rohingya que viven en Malasia gritan y sufren en una protesta para denunciar la limpieza étnica contra esta minoría. MOHD RASFANAFP |
Esta sucinta invitación a la dimisión no tiene muchas posibilidades de doblegar la voluntad de la ambiciosa Aung San Suu Kyi, quien defiende públicamente que el mundo es víctima de la "desinformación" rohingya y que la comunidad internacional aviva las tensiones étnicas en Birmania con sus críticas. Tampoco tuvo el más mínimo efecto la carta de otra premio Nobel, Malala Yousafzi, quien el pasado lunes escribió que "el mundo está esperando" que la birmana, conocida como La Dama, actúe para poner fin a la barbarie. No lo hizo la advertencia del secretario general de la ONU Antonio Guterres, quien recordó que las operaciones del Gobierno birmano "podrían constituir" limpieza étnica, ni tampoco la petición on line que, con casi 400.000 firmas, pide que se revoque el prestigioso premio con el que la Academia sueca reconoció en 1991 la defensa de los Derechos Humanos de la política birmana.
Desde que accedió al poder, la birmana ha confirmado que los Derechos Humanos no son precisamente su prioridad, al menos los referidos a los rohingya, una comunidad musulmana que no tiene derecho ni a ser nombrada en Birmania. Eso explica que Suu Kyi ni se inmutase en enero, cuando otros 13 Premios Nobel de la Paz, entre ellos el propio Tutu, Muhammad Yunus, Malala Yousafzai, José Ramos Horta y Oscar Arias, criticaron los crímenes cometidos contra los rohingya en la ofensiva de octubre de 2016, donde ya se denunciaron masacres que bien podrían constituir crímenes contra la Humanidad.
"Mil muertos o más"La crudeza de la actual represión militar contra los rohingya no tiene precedentes y está provocando una reacción igualmente histórica ante la magnitud de los crímenes y del movimiento de población, producto de una política literalmente de "tierra quemada" -se están incendiando las aldeas, de forma que no quede nada a dónde regresar- que parece encaminada a expulsar de forma permanente a un pueblo que, a ojos de los birmanos, está compuesto por inmigrantes bangladeshíes, pese a llevar varias generaciones instalados en el país.
La relatora especial de la ONU para Birmania, Yanghee Lee, ha estimado a France Presse que la actual ofensiva podría haber causado "alrededor de mil muertos o más". En los comunicados de la Oficina de la Consejera de Estado Suu Kyi, sólo figuran datos de víctimas no musulmanas, miembros de las fuerzas de seguridad y bajas de los "terroristas extremistas" rohingya, pero no se mencionan muertes de musulmanes. Lee confirmó que hay muertos "en ambas partes" pero detalló que la mayor parte de víctimas se "concentrarían fundamentalmente en la población rohingya".
Una familia de refugiados rohingya cruza un río en Bangladesh. MOHAMMAD PONIR HOSSAINREUTERS |
De prestar atención a los relatos de los refugiados, no hay ninguna duda de que se están produciendo masacres de rohingya en el interior del estado de Rakhine a manos de los uniformados y de las milicias budistas, amparadas en la impunidad. Dado que el Ejército impide la entrada en Rakhine a los observadores independientes -también a la ayuda humanitaria, imprescindible en este contexto de violencia- es imposible contrastar unos y otros testimonios, aunque un grupo de periodistas autorizado a acompañar al Ejército birmano pudo ver aldeas musulmanas en llamas y ejemplares del Corán despedazados en las calles, lo cual incrementa las dudas sobre las acusaciones de la oficina de la Consejera de Estado, que acusa a los rohingya de quemar sus propios pueblos.
"Asunto inacabado"La violencia ha provocado un éxodo humano que parece insinuar que Naypyidaw está decidido a acabar con la mera presencia de rohingyas en la zona. Como declaró el general Min Aung Hlaing, responsable del Tatmadaw (así se conoce al ejército), éste pretende terminar un "asunto inacabado" que data de la II Guerra Mundial. En 1942, el actual estado de Rakhine -entonces Arakan- asistió a graves episodios de violencia entre los rohingya, considerados aliados de los británicos, y los arakaneses budistas, pro-japoneses, azuzando un rencor que alcanza nuestros días.
A lo largo de medio siglo, los rohingya han ido perdiendo derechos y la persecución de la Junta Militar -y después, del actual Gobierno civil, rehén de los militares- ha ido agravándose. La discriminación y la represión han servido de excusa a la aparición del Ejército de Salvación Rohingya de Arakan (ESRA) que, con sus operaciones contra puestos fronterizos, han legitimado a los uniformados para emprender una operación militar de una crueldad sin precedentes.
El discurso oficial birmano habla sólo de "legítima defensa contra terroristas extremistas", pero uno menciona otra realidad en boca de los supervivientes, que mencionan masacres a cuchillo, personas quemadas con vida, amputaciones de civiles, bebés lanzados a ríos y ataques de helicópteros artillados contra civiles desarmados.
De ello dan fe los refugiados llegados al paupérrimo y vecino Bangladesh. Momena, de 32 años, huyó de la aldea de Kirgari Para en la madrugada del 26 de agosto con dos de sus tres hijos, ante "los sonidos del combate. Había mucho ruido, y vi a los soldados entrar en mi aldea. [...] Me refugié con otros aldeanos en la jungla. Volví a la mañana siguiente, cuando los soldados se marcharon, y vi a 40 o 50 vecinos muertos, incluidos niños y ancianos. Todos tenían cortes de cuchillo, heridas de bala o ambas cosas. Mi padre estaba muerto, había sido degollado". La mujer desconoce la suerte de su marido y de su hijo de 10 años, como ignora el paradero de su madre.
Un grupo de refugiados huyen hacia Bangladesh a través del río Naf. MOHAMMAD PONIR HOSSAINREUTERS |
En otros testimonios obtenidos por The Guardian en Bangladesh, los supervivientes de la aldea de Tula Toli dan fe de otra masacre. El rotativo británico citaba entre otros a Zahir Maher, un superviviente que logró esconderse en la jungla, pero desde allí asistió al asesinato de su familia. Los adolescentes y los adultos fueron disparados con fusiles, mientras que los niños y los bebés, incluida su hija Hasina, de seis meses, fueron lanzados al río por los uniformados.
"Limpieza étnica"Los testimonios llevan a Human Rights Watch a mostrar su temor de que se está acometiendo una "limpieza étnica". "Las operaciones legítimas contra un grupo armado no incluyen quemar a la población civil en el exterior de sus casas", denuncia la directora de HRW para el Sureste Asiático, Meenakshi Ganguly.
Aunque el concepto de limpieza étnica no está formalmente definido en la ley internacional, expertos de la ONU lo definen como "una política intencional, diseñada por un grupo étnico o religioso, para eliminar por medio de la violencia y el terrorismo a otra población individual o grupo religioso de ciertas áreas geográficas. El objetivo parece ser la ocupación de territorio con exclusión del grupo purgado".
La ONG ha constatado mediante imágenes satélite amplios incendios de aldeas rohingya en los municipios de Rathedaung, Buthidaung y Maungdaw, en una represión que no tiene visos de terminar. "No hay indicaciones de que los horrores que se están descubriendo disminuyan", advierte Ganguly, para quien "Naciones Unidas debe presionar a Birmania ahora para terminar estos horribles abusos".
Birmania se encuentra tranquila al respecto: denuncia a la comunidad internacional por su apoyo a los rohingya, tacha todo de mentiras e invenciones y ya ha declarado que cuenta con el apoyo de China y Rusia para impedir cualquier condena en el Consejo de Seguridad, lo cual le garantiza impunidad para proseguir su campaña de represión.
El asesor de Seguridad Nacional Thaung Tun aseguró el miércoles en una rueda de prensa en la capital, Naypyidaw, que "estamos negociando con algunos países amigos para que no lo lleven ante el Consejo de Seguridad. China es nuestro amigo, como lo es Rusia, así que no hay muchas posibilidades de que esta cuestión vaya adelante", añadió.
Por su parte, Israel ha descartado dejar de proporcionar armas al Ejército de Birmania, alegando que se trata de "un asunto claramente diplomático", según el portal Middle East Eye. La página web asegura que empresas israelíes como TAR Ideal Concepts han entrenado a fuerzas especiales birmanas, y citando a ONG y oficiales birmanos, afirma que Tel Aviv ha vendido armas, barcazas y más de 100 carros de combate al Tatmadaw.
Fuente: http://www.elmundo.es/internacional/2017/09/08/59b2805622601da2588b45ad.html
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