Niki Sublime |
Parece imposible que, mientras vivió, nadie tomara en consideración a un escritor del calibre de Philip K Dick, con la enorme influencia que ejerció en tantos de sus colegas contemporáneos, con la profundidad de los problemas existenciales que afrontó en sus escritos (qué es "real", qué es "humano", qué diferencia un androide de un ser humano, la esencia del tiempo y su manipulación, la relación entre la locura y la capacidad efectiva de percibir la realidad) y con la elegancia de su escritura. Durante toda su vida se vio obligado a luchar contra los problemas económicos y la imposibilidad de ver reconocido su trabajo ( solo El hombre en el castillo, en 1962, fue galardonado con el premio Hugo), y tuvo que hacer incursiones en la ficción "popular" para escapar de la marginación que condenaba a los escritores de ciencia ficción a publicaciones de serie B, totalmente ignoradas por la crítica. Le ocurrió precisamente a él, a quien más que a ningún otro autor se le debe la actual aceptación de la ciencia ficción, reconocida, por lo menos en su forma más noble, como uno de los géneros literarios que mejor han sabido recorrer e investigar las cuestiones existenciales que atormentan a la humanidad del siglo XXI. Justo a él, a quien la cinematografía ha recurrido a manos llenas, desde la celebérrima Blade Runner (basada en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? 1968), que lo proyectó por fin al Olimpo de los más grandes, hasta las más recientes Minority report y Matrix . Cinematografía que halla en él su inspiración, aunque a veces ni se lo reconoce (El show de Truman, de Peter Weir, claramente tomada de Tiempo desarticulado, 1959, es el ejemplo más escandaloso) Habría disfrutado Dick de una vida diferente y escrito otros libros si el éxito le hubiera llegado en vida? ¿Nos habría dejado aquellas profundas obras maestras como Una mirada a la oscuridad (1977)
El fotomontaje, realizado por Niki Sublime, se inspira en un hecho de crónica periodística: en 2005, David Hanson, artista especializado en la creación de androides, olvidó en el avión con destino a San Francisco un robot con las facciones de Philip Dick. Gracias a un sofisticado sistema, el robot era capaz de mantener una conversación, reconocer una cara y citar fragmentos del escritor. La pieza valorada en 25.000 dólares, solo se recuperó en 2010 en San Petesburgo, en el curso de una operación contra la piratería informática. Parece ser que esta cabeza de Dick se utilizaba como hardware portátil para transportar películas y videojuegos piratas de Rusia a Sudamérica
Maria Baiocchi
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