lunes, 8 de diciembre de 2014

El relato de los relatos

Espriroquetas.
  Puede que sea la fábula de las fábulas, el relato de los relatos: érase una vez, hace mucho,mucho, mucho tiempo, cuando sólo había bacterias en nuestro planeta.
  Aunque nadie más las importunara, estas bacterias tenían un problema: las que comían bien se desplazaban lentamente por su propio peso, mientras que las que surcaban rápidamente las aguas de aquí para allá pasaban hambre.
  Esto no era tan malo. Las limitaciones mutuas de las grandes y lentas y de las rápidas y hambrientas impedían que se comieran unas a otras. Esta privación fortuita regulaba la competencia, permitiendo que ambas poblaciones persistieran sin agotar todos los recursos disponibles.
  Hasta aquí muy bien (o al menos no tan mal).
  Entonces, un día, una bacteria grande y gorda se comió a una bacteria enjuta e inquieta, que no estaba bien alimentada pero era una nadadora excelente y veloz. De hecho, esto no ocurrió sólo una vez, sino miles de millones de veces a lo largo de la infancia de nuestro planeta.
  Pero aquel día ocurrió algo diferente y ciertamente extraordinario. La bacteria gorda no digirió a la atlética, sino que ambas se fusionaron. Sin hablarse, con el antiguo lenguaje de la bioquímica, un texto de moléculas y texturas en vez de palabras, la Bacteria Grande formuló una proposición simbiótica. Quería constituir el pacto definitivo, perfecto, total, simbiótico: una fusión no de posesiones, ni de labios u otras partes del cuerpo, sino de seres completos.
  "¿Por qué no nos movemos como tú lo haces", dijo la Gran Bacteria, "y comemos como yo sé hacerlo?"
  Y así fue como la Bacteria Veloz ya no tuvo que volver a pasar hambre, y se convirtió en una mantenida dentro del albergue translúcido de seres semipermeables mayores. Y así fue como la Bacteria Grande, aunque se las había arreglado bastante bien por sí sola, tenía ahora un medio de propulsión, igual que su descendencia, tan variopinta como ancho era el mar o alto el cielo.
  Ciertamente, éste fue un pacto de lo más fantástico. Es como si una piedra hubiera encontrado alas para volar, o como si un caracol hubiera inventado ruedas motorizadas.
  Lo cierto es que este pacto simbiótico no fue tan fácil. Hicieron falta unos asombrosos 1500 millones de años desde la primera de estas propuestas -la combinación de las inquietas espiroquetas con las arqueas- para que evolucionara una célula con núcleo, algo parecido a un paramecio o una ameba.
  La autora de esta fábula es, por supuesto Lynn Margulis [...]. Ilustra el nacimiento de la primera célula eucariótica, la célula que creó todo nuestro mundo vivo -todos los animales, plantas y hongos- mediante la amalgama profunda y permanente de diferentes tipos de bacterias. Aunque la primera parte de la historia, la fusión de las veloces espiroquetas con células bacterianas de mayor tamaño,no es universalmente aceptada, ni mucho menos, las partes segunda y tercera de esta fábula, que tienen que ver con la fusión de seres primitivos para producir las primeras células animales y vegetales, sí han hecho fortuna. Ahora se acepta, sobre la base de la evidencia genética, que las partes de la célula responsables de la respiración aeróbica, las mitocondrias, y las partes fotosintéticas de las células de las algas y plantas se originaron cuando nuestros ancestros remotos, las arqueas y las bacterias, se fusionaron.  El fabuloso procedimiento de la amalgama de seres separados para convertirse en uno solo hizo posible que estemos aquí ahora.
  Y la lección no podía ser más clara: la colaboración puede imponerse a la competencia.

Una mitocondria cercana al núcleo de una célula eucariota

  La simbiogénesis -la reunión de distintos organismos para formar nuevas entidades viables -es la idea más bella y poderosa de la biología después de la selección natural.
  Aunque a Lynn Margulis le corresponde el mérito de hacer que el mundo reconociera su veracidad, la idea no era original. Como ocurre a menudo, la idea que triunfa no es bien entendida de entrada por la comunidad científica. Otros pensadores revolucionarios, como el alemán Andreas Schimper (1883), el ruso Konstantin Merezhkovsky (1909), el francés Paul Portier (1918) y el estadounidense Ivan Wallin (1927), especularon de manera similar, y tuvieron que afrontar la incomprensión y el menosprecio de sus colegas.
  Una joven Lynn Margulis se enamoró de la simbiogénesis -fue ella quien finalmente proporcionó una descripción precisa de las fases del proceso que condujo de las bacterias a las células eucarióticas- en vez de disuadirla, las críticas la espolearon. No lo tuvo fácil, ni mucho menos. Su artículo pionero, "On the Origin of Mitosing Cells", se publicó en 1967 en la audaz y prestigiosa revista Journal of Theoretical Biology , pero sólo después de haber sido rechazado quince veces (¡quince!) por otras revistas de primera clase. Gracias a su insistencia, esta fábula -conocida técnicamente como teoría de la endosimbiosis seriada- se aceptó finalmente como verdadera.

Jorge Wagensberg, profesor de teoría de los procesos irreversibles en la facultad de Física de la Universidad de Barcelona, es uno de los comunicadores científicos más eminentes de España. Durante quince años dirigió CosmoCaixa, el museo de la ciencia de Barcelona, institución que recibió el premio al museo europeo del año en 2006

Jorge Wagensberg
 

Lynn Margulis
Dorion Sagan (ed.)

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