lunes, 8 de diciembre de 2014

Crítica científica a los círculos escépticos y al cientificismo desde la sociología

No hace mucho mantuve un intenso debate en las redes sociales sobre los factores que afectan nuestro estado de salud a raíz de la publicación de esta investigación sobre el cáncer en España. Un extenso y riguroso estudio que representa las diferencias en la incidencia de los diferentes tipos de cáncer por municipios en toda España. El debate acabó derivando en la existencia o no de relación entre la instalación de, por ejemplo, líneas de alta tensión e incidencia del cáncer; así como en la credibilidad de determinados “círculos escépticos”, es decir, grupos de personas con una visión muy crítica con todo aquello que no tenga demostración científica. Especialmente, o quizás exclusivamente, desde las ciencias naturales, entendidas como la ciencia que estudia la naturaleza por medio del método experimental, es decir, la física, la química, la geología, entre otras disciplinas. Esto no quiere decir que los círculos estén compuestos por científicos “naturales” o que todos los científicos “naturales” sean “escépticos”. Aunque es posible que en muchos casos exista una alta connivencia.
 
En concreto, el debate se centró en comentar este documental sobre la relación entre radiación no ionizante y salud. El documental, obra de un círculo escéptico, recoge la opinión de diferentes científicos y expertos en el tema. Al final, se induce a pensar que en realidad no existe relación alguna o que, al menos, no se ha demostrado científicamente, poniendo de alguna manera en tela de juicio (cuando no humillando) toda crítica por parte de asociaciones ecologistas o vecinales cuando ven amenazada sus vidas ante la instalación de antenas de telefonía u otro tipo de infraestructuras que emiten radiación no ionizante en sus propios barrios.

Dudo mucho que los círculos escépticos estén financiados por ninguna empresa de telefonía o nada por el estilo, como he oído en alguna ocasión. De lo que sí comienzo a estar seguro es de que su discurso tiene un profundo sesgo ideológico. Es cierto que los “escépticos” tienen un cuidado casi obsesivo por aparentar objetividad. Sin embargo, el problema del documental y de la visión dominante en este tipo de círculos es su visión cientificista de la realidad. Se trata de un viejo debate dentro del mundo de las ciencias sociales. El sesgo ideológico se produce en el momento en que parten de que la única fuente de conocimiento válida es la que proviene de la aplicación de métodos inductivos característicos de las ciencias naturales. Esta visión es muy típica entre los científicos “naturales” pero también se da, y mucho, entre científicos sociales. De hecho, las políticas de austeridad se fundamentaron en relaciones estadísticamente significativas entre deuda y crecimiento. Relaciones que a la postre se demostraron espurias. Se trata en definitiva de una postura que considera que los resultados de la ciencia experimental están por encima del “bien y del mal” (léase también izquierda y derecha) como si la objectividad sólo fuese posible gracias a esta forma de hacer ciencia. Es posible que esta visión esté legitimada cuando se trata de experimentos de laboratorio donde el investigador tiene bajo control todas las variables, pero presenta enormes limitaciones cuando se trata de producir conocimiento sobre el hombre y la sociedad. Decía el sociólogo Pierre Bourdieu que no hay nada más perverso que pretender ser cien por cien objetivo. O autores como Heron, (1996) quienes llegan a sugerir que, dada la dificultad de ser completamente objetivo, es recomendable que el propio investigador declare abiertamente cuáles son sus valores personales con relación al tema investigado. Siendo este, posiblemente, el principio de máxima objetividad, pues así, al menos, advertimos a futuros investigadores.

Dudo mucho que los círculos escépticos tengan intenciones perversas, pero lo que parece cada vez más claro es que en muchos casos, insisto, presentan un profundo sesgo ideológico (tal vez semi-inconsciente dado la escasa formación en filosofía y epistemología dentro de las ciencias naturales), así como un profundo desconocimiento del mundo social. Con esto no estoy diciendo que el método de las investigaciones a la que se hacen referencia para justificar sus argumentos esté interesadamente mal aplicado o carezca de rigor. El sesgo ideológico puede también estar condicionado por un mal planteamiento de la investigación o el uso que se haga de los resultados finales. Un claro ejemplo lo tenemos con las encuestas de opinión. Es habitual que estas se hagan con el mayor rigor científico por parte del equipo técnico. Sin embargo, bien debido a la forma de plantear el problema de investigación, bien por el uso interesado de la misma, acaban por sesgar los resultados. Algo así sucede con el posicionamiento habitual de muchos “escépticos”. No dudo de que los científicos que intervienen en el documental sobre antenas de telefonía arriba mencionado hayan aplicado el método con la mayor rigurosidad. Otra cosa es que después los resultados sean utilzados como una especie de arma ideológica arrojadiza por parte de determinados grupos de interés y en contra de todo aquel que se oponga a la instalación de antenas de telefonía móvil en el barrio.

Sí considero que no se debe legislar para prohibir antenas y otro tipo de instalaciones sin antes investigar a fondo la existencia o no de problemas asociados, tal y como sugiere uno de los doctorando en química que aparece en el documental. Sin embargo, lo que sugiere la visión “escéptica” es limitar el tipo de conocimiento válido a una forma muy particular de hacer ciencia, como es la que resulta de llevar a cabo experimentos propios de las ciencias naturales, es decir, X número de casos reales, X número de casos de control, aplicación de test de significación estatística e interpretación de los datos. Lo que a menudo se conoce como positivismo. Postura que llevada a extremos deriva en lo que se conoce como cientificismo. Pero uno puede criticar esa forma de hacer ciencia y seguir siendo científico. Considero que abordar el problema del impacto de la tecnología en la sociedad desde una perspectiva estríctamente experimental es muy complicado. Claro que es útil. Es decir, disponer de datos empíricos es útil y necesario, pero se hace necesaria una visión más cualitativa para entender el problema en toda su magnitud. En el fondo, tiene mucho que ver con la fiolosofía de investigación, es decir, en poner más énfasis en la pregunta de investigación que en la propia respuesta. Que un físico no haya podido confirmar una relación estadísticamente significativa entre radiación no ionizante y casos de cáncer después de diez años investigando me parece muy interesante y útil. Pero eso no debería ser utilizado, sin más, para impedir que un barrio se llene de antenas de telefonía móvil o líneas de alta tensión. Lo mismo sucede con las minas a cielo abierto. También es habitual escuchar voces “cientificistas” diciendo que no existe una relación entre el uso de cianuro y contaminación de las aguas y cosas por el estilo. Y lo mismo con el fracking, las centrales térmicas, nucleares, etc. ¿Y por qué creo que este tipo de investigaciones no deben ser determinantes? Pues porque existen otras formas de hacer ciencia que, insisto, son más ágiles a la hora de analizar el problema. ¿Qué formas? Diferentes formas en cuanto al planteamiento de las investigaciones. La pregunta no sería sólo “existe relación entre cáncer y radiación”, sino que también podría ser “relación entre cáncer y falta de zonas verdes en las urbes españolas”, por poñer un ejemplo. También diferentes formas de investigar en cuanto a lo que se entiende por impacto de las tecnologías. Aquí los científicos sociales y, en particular los sociólogos, tenemos mucho que decir. Puede no existir una relación directa entre minas a cielo abierto y casos de cáncer. Sin embargo, el impacto social que provocan podría, a largo plazo, derivar en una mayor incidencia de ese u otros problemas. Pero esto resulta díficil (a veces imposible) de entender para determinados escépticos cientificistas y grupos de interés. Sobre todo cuando se desconoce el significado de conceptos como Gemeinschaft, habitus, interacción simbólica, cohesión social, gentrificación etc. O quizás no sea tan díficil porque, por mi experiencia, los científicos sociales suelen tener menos pedantería y más pedagogía a la hora de epxlicar determinados conceptos. Supongo que es una forma de mantener el status quo de las “ciencias duras”. Pero la realidad es que el desarrollo tanto teórico como empírico de las ciencias sociales permite hablar de una forma de hacer ciencia tan sofisticada como en las ciencias naturales. Así es que existen muchas voces que claman por una menor separación entre ambas. El estudio de la relación entre tecnología y seres humanos así lo requiere. El viejo debate de ciencias duras y blandas, o letras y ciencias es cada vez más espurio.


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