viernes, 8 de agosto de 2014

Sed todos calvos (Un relato de W. Fernández Flórez)

  Pero... ¿usted qué ha hecho, señor director? Vamos a ver, ¿usted qué ha hecho? ¿Qué concepto de las cosas es ese? ¿Cómo no se da cuenta de que, por regir e inspirar una revista, ha contraído usted la gravísima responsabilidad de insuflar ideas en los cerebros de millares y millares de seres, y tiene, por tanto, que procurar que tales ideas sean de las de primera clase? ¿Por qué induce al error a tantos individuos, a  tantas familias? ¿Hasta qué punto podremos resistir los que tanto le queremos a usted y al periódico el que, al reprochar a cualquiera una opinión casi monstruosa, nos conteste que la ha aprendido en esas páginas? No, señor direrector, no. Hay que traer otra vez los hechos de la brida hasta la meta de la verdad.
  Hace tres o cuatro números -no me acuerdo exactamente, porque mi espíritu quedó muy perturbado- un artículo titulado "Los calvos" apareció en las columnas de su periódico. Una pluma herética escribía en él: "¿Por qué se esfuerzan ustedes en ser calvos? No hace absolutamente ninguna falta ser calvo, y no viene a nada el procurarse tal condición". Luego seguían algunas apreciaciones poco respetuosas para la falta de pelo.
  Cuando ciertos calvos conscientes y ofendidos se acercaron a mi para preguntarme cómo podían interpretar tal agresión y si debían creer que usted había tomado partido contra ellos, yo reflexioné un momento y dije: "No. Cierto que el señor director tiene el único defecto de poseer una cabellera abundante, y muchos de los prejuicios que se relacionan con ella; pero no me parece que se le deba incluir entre los que desprecian irreflexiblemente una buena calva tersa y rutilante. He de decir más: le supongo capaz de llegar a ser calvo, con el tiempo; de figurar entre esos señores que, aunque pasan la mayor parte de su vida en el error, al llegar a los sesenta, a los setenta años, se convencen y se quedan como una bola de billar. Tardía resolución que ya no les puede procurar los puros placeres de una calva lograda en la primera o segunda juventud -que son las mejores-, pero que hay que admitir, que nunca es tarde para el arrepentimiento. Mejor me inclino a sospechar que se trata de un manejo de la Asociación Secreta Internacional Contra los Calvos (conocida por la A.S.I.C.C), que tiene agentes por todas partes y que logran infiltraciones sorpredentes. Esta Asociación dispone de cuantiosos fondos, procedentes en parte de legados de esas personas que no saben a quien dejar su dinero, y en parte de la innumerables empresas que se dedican inútilmente a la fabricación de específicos para sostener, teñir o renovar el pelo. Es tan poderosa su acción que hasta han catequiazado calvos auténticos -condenables renegados- que se duelen públicamente de su falta de cabello y que afirman que son infelices. Es más que probable que alguno de los afiliados a la A.S.I.C.C haya deslizado con aire inocente esas cuartillas en un número de este periódico.
  Bien. Pero hay que rectificar. Yo no tengo aún el honor de contarme entre los calvos totalitarios. No obstante, sé de ese asunto lo que puede saber el que más y quiero tomar a mi cargo el hacer aquí las aclaraciones pertinentes.
  El pelo en la cabeza es un atraso. La Naturaleza concedió al hombre, apenas creado, una extraordinaria cantidad de pelo, atenta a su deber de librarle del frío, en cuanto le era posible. Pero cuando el hombre comenzó a cubrirse con pieles ajenas y después inventó los tejidos y se hizo trajes, la Naturaleza se dijo: "Perfectamente; puesto que este bicho no necesita el pelo que le dí, retirémoslo".  La Naturaleza no derrocha nunca nada.
   Es decir, que un hombre que tenga una cabellera apretada y copiosa debe ser considerado como un ejemplar pasado de moda, que no evolucionó, que se conserva en un estado más primitivo [...]
  El calvo es superior, es más limpio y es más bello. La ideas opuestas a esta idea las encontramos no en la moderna civilización, sino en tiempos distantes, cuando el hombre era todavía más bruto y llegaba a creer que en el pelo había un poder especial..
  De la calva no se sacó todo el posible partido estético, porque lo impidieron sus numerosos enemigos al representarla como algo inferior y al clavar en ella toda suerte de epigramas despectivos. Pero si con las trenzas o bucles de una mujer se pueden formar peinados artísticos, ¿qué maravillas no será dado realizar sobre ese pergamino terso, satinado y propicio que envuelve el cráneo? Si la propaganda de la A.S.I.C.C. no alcanzase la eficacia que, por desgracia, está obteniendo, o si los calvos y sus amigos se decidiesen a acometer por su cuenta una enérgica contrapropaganda, veríamos cosas muy interesantes.
   ¿Qué se opone, por ejemplo, a iluminar esa piel, que ya parece preparada para tal fin? El arte se inclinaría sobre las calvas, se apoderaría de ella [...] Un paisaje delicado , quizás fuese una "marina" en la que una ola avanzase imponentemente o un barquito con velas color chocolate bogase sobre el fondo oro y rojo de una puesta de sol. Quizá un pájaro asomando en su nido, entre la fronda de unas ramas. Quizá una meticulosa miniatura: el retrato de la mujer amada, el del presidente del Tribunal que nos aprobó en aquellas oposiciones que decidieron nuestra vida, el del tío que nos legó la fortuna.
  Y las aplicaciones de orden práctico serían más numerosas aún. Con el pelo de un sujeto no se puede hacer nada. Pero en una calva se puede escribir. Usted, por ejemplo, si en un momento está en mala situación, pues va y contrata esa calva y se sienta en el cine o el teatro o se pasea por las calles, ganando un buen sueldo por haber dejado trazar cualquier figura en la piel del cráneo y una palabras que digan: "Contra la tos, pastillas X", o "Comprad vuestros abrigos en la casa H".
  Un día llegará, un día llegará... Y entonces, señor director, usted entonará el confíteor*

*confíteor.
1. m. Oración que se dice en la misa y en la confesión.
2. m. Confesión paladina de alguna falta o error.


La nube enjaulada
W. Fernández Flórez
 

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