Los uniformados kurdos no han tenido que afrontar ningún desafío militar de envergadura en la última década, más allá de algunos atentados terroristas. Pero en los últimos meses, los fanáticos del Estado Islámico (EI) –incluso Al Qaeda los repudia— comenzaron a conquistar territorio en Irak después de haberse apoderado de una buena porción de Siria. El EI había amenazado de muerte –y muy a menudo cumplido la amenaza– a toda comunidad religiosa que no se convirtiera al Islam. Y sus hombres, bien pertrechados con armas estadounidenses arrebatadas a un ejército iraquí que inexplicablemente se esfumó de Mosul en los primeros días de contienda, se aproximaban a Bagdad entre informes de horribles matanzas de civiles y militares capturados, lo que solo provocó una tibia reacción de Washington (el envío de asesores militares al Gobierno de Nuri al Maliki, al que EE UU pretendía relevar de su cargo y que finalmente renunció al cargo). Pero el 8 de agosto, el EI, y el temor a las atrocidades que perpetra, se plantaron a las puertas de Erbil.
Entonces apareció la imperiosa necesidad de proteger a los ciudadanos estadounidenses que viven en Kurdistán y a la comunidad yazidí –considerada hereje por los fundamentalistas–, que huía despavorida de sus pueblos rumbo a zonas montañosas en el noroeste de Irak. Barack Obama habló de impedir un “genocidio”, de la imperiosa urgencia de distribuir ayuda humanitaria a los yazidíes refugiados, y ordenó a su ejército que atacara, ahora sí, al Estado Islámico, que poco a poco se fue alejando de la protegida Erbil.
No parece, sin embargo, que la protección de los yazidíes –por mucho que algunos grandes medios internacionales le otorgue gran cobertura– sea el detonante de la intervención militar norteamericana. Porque tampoco se ha hecho nada para proteger a cualquier otra de las minorías religiosas –incluidas las cristianas— también perseguidas por el EI, y a veces acosadas desde hace tiempo en varios países de Oriente Medio. Priman los intereses económicos, políticos y estratégicos, y la fuerza para defenderlos. Y, en este contexto, los asuntos que conciernen al Kurdistán son palabras mayores para Washington. La utilización del argumento humanitario es poco menos que un insulto a una inteligencia mediana.
Sólo en el último año los gobernantes de Estados Unidos y los europeos han pasado por alto una brutal matanza en El Cairo contra los seguidores de los Hermanos Musulmanes que protestaban contra el golpe de Estado ejecutado contra el primer Gobierno democrático elegido en décadas en Egipto, e incluso personajes cada día más turbios –como el ex primer ministro británico Tony Blair, metido en tantos embrollos en Oriente Medio– la justificaron sin tapujos como una necesidad imperiosa. Pues bien, a día de hoy los portavoces estadounidenses hablan sin sonrojarse del “proceso democrático en Egipto”, cuyo régimen acaba de permitirse, en un ejercicio de desfachatez al que se ha sumado Arabia Saudí, aconsejar a Obama “contención” en la gestión de los disturbios raciales en Ferguson.
Los jefes de Gobierno europeos con amplios intereses en la región también han mantenido un silencio sepulcral durante el casi todo el mes de carnicería en Gaza, adoptando después en sus declaraciones la narrativa del agresor israelí. Que la gran mayoría de las víctimas son civiles (casi 500 niños) y que barrios enteros (100.000 personas, el 6% de la población de la franja han quedado sin hogar) han sido aplanados apenas han merecido las típicas frases acuñadas: “Deeply concerned” (profundamente preocupados), “maximum restraint”, (contención máxima, a ambas partes, por supuesto).
Durante tres años, los mismos Gobiernos han observado las matanzas ejecutadas en Siria por el régimen y por los yihadistas. Pero en este caso no han recurrido a las cínicas justificaciones empleadas en conflictos como el que acabó con el régimen del déspota Muamar el Gadafi en 2011. “Masacra a su propio pueblo” fue la coletilla preferida por David Cameron y Nicolas Sarkozy para justificar el ataque aéreo a Libia. Un Sarkozy que alababa a Bachar el Asad dos años antes de estallar la revuelta en Siria; el mismo Sarkozy que ahora tiene problemas judiciales porque, supuestamente, el dictador Gadafi financió con decenas de millones de euros su campaña electoral. ¿Ignoraba el líder francés la naturaleza de estos regímenes? ¿Y Cameron? ¿Tiene en mente la masacre que se perpetró en 2009 contra los tamiles cuando visita a los gobernantes responsables de este presunto genocidio en Sri Lanka?
Y qué decir de la división de Sudán (el petróleo abunda en el sur), auspiciada desde Occidente y nueva fuente de guerras. La lista de intervenciones y silencios nada humanitarios es interminable, y seguirá creciendo. Ahora Cameron suspende sus vacaciones y Francoise Hollande llama a una conferencia internacional para afrontar los riesgos que entraña la organización yihadista del EI para Siria, Irak y Líbano. Pero, ¿sólo se le ha ocurrido esa idea tras conocerse a través de un vídeo el salvaje asesinato del periodista estadounidense James Foley a manos de un miembro del EI con perfecto acento británico?
Fuente: http://juanmiguelmunoz.es/?p=54
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