Dicen que el santo apenas se perturbó y que continuó con sus oraciones como si nada hubiese pasado, de ahí que los marineros españoles que se embarcaban hacia la conquista de América siglos después invocasen su figura ante el miedo de naufragar cuando las tormentas y los relámpagos arreciaban. Este es, en principio, el origen de considerar a San Telmo como el patrón de los marineros.
No obstante, y a pesar de no considerarme el más indicado para cuantificar la eficacia de este método oratorio a San Telmo, me gustaría que conocieseis otro personaje histórico al que, personalmente, le otorgaría con más méritos el altisonante distintivo de Patrón de los marineros: James Lind, uno de los pioneros que la medicina tuvo contra el escorbuto.
Como os podéis imaginar no hay cifras oficiales ni exactas pero las estimaciones más aceptadas dicen que en los 300 años que van desde el siglo XV al XVII, más de tres millones de marineros murieron a causa del escorbuto. El escorbuto era la causa más común de muerte de todo aquel que embarcaba y no solía distinguir entre marinería y oficialidad.
Cuando un capitán planificaba un largo viaje, alguna travesía que se estimara fuese a durar más de un año, sabía con total seguridad que casi la mitad de la tripulación iba a contraer escorbuto. En algunos navíos y en trayectos aún más largos (de hasta cinco años) ese porcentaje se elevaba hasta el 80%… y pocos lograban sobrevivir.
El gran problema era que no se sabía cuál era su causa. A lo largo del tiempo se especuló con incontables razones para la enfermedad como el aire ahogado y maloliente de los apretados camarotes, el espesamiento de la sangre, la grasa en las ollas de las cocinas del barco o incluso la tristeza y la apatía. Y así como las posibles causas que se barajaron ahora nos resultan ridículas, los remedios que se llegaron a aplicar tampoco se quedan atrás: desde baños en sangre animal hasta enterrar al marinero en arena hasta la cabeza… La verdad es que se intentó con casi todo.
Con el tiempo y sobre todo con el éxito sobrevenido e inesperado de algún tratamiento ocasional que salvó la vida de algunos marineros, la cuestión se fue delimitando un poco y a base de observación y experimentación los remedios se fueron orientando hacia la dieta… Pero lo cierto es que surgieron tantas dietas milagrosas y productos “antiescorbúticos” que se hacía difícil saber cuál era la correcta.
Es aquí cuando entra en escena nuestro “santo patrón”… Un aventurado escocés que respondía al nombre de James Lind y que, a mediados del siglo XVIII, desempeñó labores médicas en el buque de la Royal Navy “Salisbury” en dos cortos viajes (sí, 10 semanas embarcado era un viaje corto en aquella época) durante los años 1746 y 1747.
El primero de estos viajes lo horrorizó y en el segundo se llenó de gloria…
Lind tenía que hacer algo, y lo que se le ocurrió no es más que lo que ahora llamaríamos experimentación con grupos de control… La idea era simple, pero brillante: Tratar conjuntamente pero con diferentes remedios a varios grupos de marineros y anotar su evolución. Así, a algunos los trató ofreciéndoles vinagre, a otros berros, a otros les dio incluso agua de mar, y por supuesto a otro puñado de afectados les dio naranjas y limones… El resultado de estos últimos se probó como eficaz y los marineros que comieron cítricos se recuperaron mejor y más rápidamente que el resto.
Aun así el escocés no las tenía todas consigo porque otros productos y verduras como el “Chucrut” (una especie de repollo escabechado) también lograron apaciguar el escorbuto, por lo que Lind en aquel año (1747) aún no sabía a ciencia cierta cuál era la clave al rompecabezas.
Cook se disponía a zarpar en 1768 hacia el sur del océano Pacífico con la misión (en una primera etapa) de estudiar el insólito acontecimiento del tránsito de Venus que ocurriría al año siguiente, en 1769.
Siguiendo las indicaciones de Lind, y en previsión de una larga travesía, Cook se tomó muy en serio la dieta de sus marineros planificando un estricto menú que incluía supuestos “antiescorbúticos” como sopa deshidratada en forma de gachas, berros, mastuerzos de hoja ancha y el famoso “Chucrut” de repollo.
Pero seamos sinceros… el chucrut sabía a demonios. Su sabor agrio era horrible y algunos de los marineros, después de tan solo unas semanas engullendo todos los días aquella espantosa comida avinagrada, se rebelaron e incluso dos de ellos se negaron a probarlo más.
Cook no se andaba por las ramas y en su diario dejó anotada la pena por negarse a seguir la dieta:
“Castigamos a Henry Stevens y a Thomas Davister con 12 latigazos cada uno por rechazar su ración”…Sin embargo el castigo físico no era algo que agradara a Cook (al que los historiadores suelen describir como un hombre afable, paternal y bastante razonable) así que, ideó un brillante plan para que la marinería siguiera la dieta, y hasta la pidiera…
Al día siguiente, Cook retiró del chucrut de la dieta de los marineros, pero sibilinamente, lo dejó en el menú de los oficiales…
La respuesta no se hizo esperar y también la podemos leer en sus propias palabras:
“Pues tal era el carácter y el modo de ser de los marineros en general que, en el momento en que vieron que sus superiores lo valoraban y a ellos se les negaba, de la noche a la mañana se convirtió en el producto más selecto del mundo y su inventor en el hombre más honrado…”
Y nuestro próximo protagonista iba a ser uno de los afectados: sir Joseph Banks.
Banks era un naturalista, aventurero y loco de la botánica que se embarcó en el Endevour de Cook para descubrir, detallar y describir todas las nuevas especies que pudiese encontrar por aquellas lejanas tierras.
Pero el dinero no lo compra todo y Banks vio peligrar su pasión botánica cuando, a mitad del viaje, comenzó a descubrir que el escorbuto hacía mella en su cuerpo… encías sangrantes, heridas en la boca y en la cara, fuerte halitosis y dientes que empezaban a moverse más que la cubierta del Endevour…
Banks se propuso hacer lo que años atrás había hecho el propio Lind, pero esta vez el paciente sería él mismo… Comenzó a probar en su propio cuerpo diferentes tratamientos e iba anotando los resultados obtenidos a la noche siguiente.
- Bebía una pinta de malta cada tarde… nada.
- Comía con estricta solemnidad británica su ración de chucrut… nada.
- Y finalmente probó con zumo de limón… ¡Eureka!
“Recurrí al zumo de limón. El efecto fue sorprendente… en menos de una semana mis encías se hicieron más fuertes que nunca y ahora mismo solo me quedan algunos pocos granos en la cara”…Era la vitamina C de los cítricos. Ellos por supuesto aún no lo sabían y ni siquiera podían imaginar que este ácido ascórbico es indispensable para una síntesis correcta del colágeno… Lo que sí quedaba claro es que el zumo de naranja y de limón funcionaban, y cuando Banks remitió sus visibles resultados a Cook, éste se olvidó un poco del avinagrado chucrut y comenzó a incluir diversas clases de cítricos en la dieta de los marineros.
El resultado fue increíble, milagroso… histórico. Ningún marinero de la expedición del Endevour murió de escorbuto, algo impensable en esa época.
Eso sí, a partir de entonces, y oficialmente desde 1795, todas las expediciones de la armada británica comenzaron a llevar en sus bodegas una buena cantidad de naranjas y limones consiguiendo así que el escorbuto desapareciera poco a poco de las cubiertas de los buques en todo el mundo.
Fuente: http://culturacientifica.com/2014/08/15/el-viaje-de-exploracion-que-acabo-con-el-temible-escorbuto/
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