Decía Primo Levi que hoy día la auténtica ciencia ficción es la ciencia, porque la imaginación literaria no puede competir en inventiva con las realizaciones tecnológicas. Consiguientemente, la mejor ciencia ficción hace tiempo que dejó de lado su fijación con los inventos científicos, y se ha encaminado hacia la especulación filosófica.
Uno de los exponentes más estimulantes de este nuevo curso fue Philip Dick, nacido el 16 de diciembre de 1928. Su obra es una continua incursión en aquella reserva de caza, ahora ya abandonada por los dimisionarios de la filosofía, cuyos confines están definidos por las preguntas ¿qué es verdaderamente la realidad? y ¿ qué es verdaderamente el hombre?
Influenciado por la lectura del caso clínico freudiano del presidente Schreber, Dick se entretuvo ante todo con protagonistas aparentemente paranoicos, que son, por contra, los únicos en conocer la verdadera realidad que todo el mundo ignora. En la novela
Tiempo desarticulado exploró, en cambio, la posibibildad opuesta, en la que todos saben pero conspiran a fin de que el protagonista sea el único en no conocer la verdadera realidad, como en la película
El show de Tuman.
En 1962, Dick obtuvo su primer éxito con
El hombre en el castillo, en la actualidad un clásico de lo contrafactual. O sea, de aquel género que se desarrolla a partir de premisas del tipo ¿y si las cosas hubiesen sido distintas? El caso específico atañe la Segunda Guerra Mundial: Rusia cede a la presión alemana, los japoneses invaden Hawai, Rommell derrota a los ingleses en África, los aliados capitulan en 1947, sus líderes son procesados por crímenes de guerra.. El libro contiene, además una segunda novela, que se desarrolla, dentro del mundo ficticio de la primera, una ulterior hipótesis contrafactual: ¿Y si en cambio el Eje hubiese
perdido la guerra? La novela en la novela, sin embargo, no describe exactamente nuestra realidad, la "verdadera", sino sólo una que se le asemeja.
Después de haber producido obras en las que la realidad estaba distorsionada por factores físicos, bioquímicos, psicológicos o sociológicos, en 1969, Dick escribió
Ubik, su mejor novela. Esta vez los protagonistas no son víctimas del tiempo ramificado, de la droga, de la enfermedad mental o de la conspiración, sino de la muerte misma. Sus cuerpos fueron hibernados poco después de la defunción y en sus mentes en disolución se mantiene, durante un cierto tiempo, una vida cerebral que genera una imagen ficticia de la realidad, y que seres externos tratan de influenciar, como el
Libro tibetano de los muertos, en el que
Ubik se inspira abiertamente.
Como puede imaginarse, a fuerza de jugar con el fuego, Dick terminó por quemarse el cerebro y perder completamente el sentido de la realidad. En febrero de 1974 tuvo lo que los religiosos denominan experiencia mística y los psiquiatras delirio esquizofrénico. Durante horas le centellearon en la mente millones de obras de arte abstracto del estilo de Klee y Kandisky, y durante meses fue "reeducado" por una voz metálica a la que dio el nombre de
Valis, un acrónimo que significa "vasto sistema activo, vivo e inteligente"·
A lo largo de ocho años trató de comprender la naturaleza de su expriencia. La analizó desde todos los puntos de vista posibles en las ocho mil páginas de la
Exégesis, de la que sólo se publicaron algunos extractos espeluznantes. Habló de ella en una conferencia que provocó escándalo, titulada "Si considerarais que este mundo es malvado, deberíais ver otros". Y la narró en la gnóstica
Trilogía de Valis, confirmando plenamente la intuición de Borges de que la teología es una rama de la literatura fantástica.
El 17 de noviembre de 1980 Dick tuvo una teofanía durante la cual vio por fin a Dios en persona. El 2 de marzo de 1982 murió. Pocos meses después estalló en la pantalla
Blade runner, la mítica película basada en la novela
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, en la que Dick había afrontado la pregunta fundamental de la era cibernética ¿cómo puede distinguirse una máquina de un hombre?
En uno de sus ensayos, él mismo sintetizó el problema de la siguiente manera: "Tal vez un día veremos un hombre disparar a un androide recién salido de una fábrica de criaturas artificiales, y el androide, con gran sorpresa del hombre, empezará a sangrar. El robot a su vez disparará y, con gran sorpresa por su parte, verá una voluta de humo levantándose de la bomba eléctrica que se halla en el lugar del corazón del hombre. Será un gran momento de verdad para ambos". A nosotros no nos queda más que esperar y confiar.
Piergiorgio Odifreddi