lunes, 26 de diciembre de 2011

La sonrisa del flamenco

En su ensayo "Technical Education", escrito en 1877, Thomas Henry Huxley proclamaba que "el gran objetivo de nuestra existencia no es el conocimiento, sino la acción". Dado que Huxley no era ningún holgazán intelectual, podemos estar seguros de que lo que defendía no era una serie de esfuerzos no meditados, sino que estaba razonando que los concimientos duramente obtenidos sólo adquieren su valor máximo cuando resultan útiles. Como escribe Marx en su última tesis sobre Feuerbach: "Hasta el momento, los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de distintas maneras; de lo que se trata, no obstante, es de cambiarlo".
  La originalidad absoluta e impoluta no es más que una ilusión; todas las grandes ideas habían sido pensadas y expresadas antes de que los fundadores convencionales las proclamaran a los cuatro vientos. Copérnico no invirtió el movimiento celeste él solo, ni Darwin fue el inventor de la evolución. Los grandes fundadores convencionales obtienen sus reputaciones justamente adquiridas porque se preparan para la acción, y captan todas las implicaciones de ideas que sus predecesores expresaron sin llegar a apreciar su poder revolucionario.
  Todo académico sabe que varios científicos prominentes habían desarrollado complicados sistemas de pensamiento evolutivo antes de Darwin. Este no había ignorado a estos autores por mala voluntad, sino simplemente porque no había oído hablar de ellos. Las razones de esta justificada ignorancia refuerzan el papel de Darwin y nos ayudan a comprender la diferencia que existe entre limitarse a exponer una idea y comprender lo que puede llegar a significar y a hacer.
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La sonrisa del flamenco
Stephen Jay Gould


                                                                      

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