miércoles, 14 de diciembre de 2011

Con la esperanza entre los dientes

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 De los miles de millones de conversaciones por telefonía móvil que ocurren cada hora en el centro y el extrarradio de las ciudades del mundo, la mayoría, sean privadas o de negocios, comienzan con una declaración del paradero o ubicación aproximada de quien llama. La gente necesita de inmediato identificar con precisión dónde se encuentra. Es como si los persiguiera la duda de que tal vez no estén en ninguna parte. Envueltos en tantas abstracciones, tienen que inventar y compartir su localización transitoria.
 Hace más de treinta años, Guy Debord escribió de manera profética: "Así como la acumulación de bienes de consumo producidos masivamente para el espacio abstracto del mercado aplastó todas las barreras regionales y legales, y todas las restricciones corporativas de la Edad Media que mantenían la calidad de la producción artesanal, también destruyó la autonomía y cualidad de los lugares".
 El término clave del caos global actual es la dislocación o relocalización. Esto no se refiere únicamente a la práctica de mover la producción adondequiera que la mano de obra sea más barata y las regulaciones mínimas. Contiene también el sueño demente de salirse de margen, propio del nuevo poder en funciones: el sueño de minar el estatus y confianza de todos los lugares fijos previos, de tal manera que el mundo entero sea un solo mercado fluido.
 El consumidor es esencialmente alguien que se siente perdido (o a quien se le hace sentir perdido) a menos que consuma. Las marcas y logotipos de las mercancias son el sitio que nombra esa ninguna parte.
 En el pasado, fue práctica común de quienes defendían su tierra natal contra los invasores el cambiar las señales de los caminos para que una que indicaba ZARAGOZA, apuntara en la dirección opuesta: hacia BURGOS. Hoy no son quienes se defienden sino los invasores extranjeros los que invierten los signos para confundir a las poblaciones locales, acerca de quién gobierna a quién, acerca de la naturaleza de la felicidad, del alcance del quebranto o de dónde ha de hallarse lo eterno. El propósito de estas direcciones falseadas es persuadir a la gente de que ser un cliente es la salvación última
. Sin embargo, a los clientes los define el sitio de su salida y su pago, no dónde viven y mueren.
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John Berger

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