sábado, 3 de diciembre de 2011

Conquista de lo inútil

...........hacía días que teníamos problemas con un miembro del equipo al que cada vez se le notaba más perturbado, disperso, incoherente, al punto de que tuve la sospecha de que se drogaba. Lo que no sabía era que se había vuelto momentáneamente loco. Había llegado a Iquitos demacrado, alterado, confundido. Para tenerlo mejor controlado, al final decidí llevarlo con nosotros a la oficina principal del Nanay. Le cedí mi palafito y me alojé provisionalmente en el de enfrente. La primera noche, casi al amanecer, mi palafito ardió en llamas** le había prendido fuego, se había montado en una moto, vestido sólo con un trapo alrededor de la cintura, y había enfilado a toda prisa hacia la ciudad, un gran machete aferrado entre los dientes. Además se había pintado la cara de negro para ser invisible, como los indios en la película. En la ciudad tomó de rehenes a dos empleados jóvenes de una agencia de viajes, pero por suerte los liberó nuevamente antes de que la policía empezara a disparar. Pasaron semanas hasta que, con sobornos, conseguimos que se levantaran los cargos en su contra y pudimos enviarlo a casa acompañado de un médico y un enfermero. Felizmente se trataba de un episodio pasajero **  es hasta hoy alguien con quien me une una amistad inquebrantable.


 Veinte años más tarde volví a Camisea siguiendo el rastro de mi trabajo con Kinski. Legué en una lancha a través del pongo de Mainique y me detuve en Shivankoreni, y ahí encontré también a dos de los machiguengas que en su momento se habían ofrecido a matar a Kinski. El pueblo ha cambiado muy poco. Las mismas chozas, el mismo embarcadero. Sólo han quitado las porterías de fútbol, porque muchos de los jóvenes han abandonado el lugar. Hay una choza nueva, cubierta de chapa de zinc. Es el dispensario; la farmacia, sorprendentemente bien provista de medicamentos. La ha puesto la compañía petrolífera, pero por lo demás el territorio de los machiguengas entre ambos ríos, sobre el que ahora tienen un título de propiedad, se encuentra intacto. De nuestros dos campamentos no encontré ningún rastro,.....Sólo si uno sabía por dónde habíamos subido el barco se adivinaba que la vegetación era de un verde ligeramente más claro.......Reconocí la selva como algo familiar, que estaba dentro en mí, y supe que la amaba, aunque eso fuera en contra de mi buen juicio.
 Me di cuenta de algo, de un cambio que a la vez no era ningún cambio. Sólo que cuando trabajaba aquí no lo había notado: entre las chozas había por entonces una extraña tensión, una enemistad agobiante. Las familias casi no tenían contacto entre ellas, como si se hubieran peleado. Sólo que, de alguna manera, yo siempre lo había negado o pasado por alto. Solo los niños jugaban entre ellos......era casi imposible que una familia entrase en contacto con otra, el odio bullía innegablemente, como si entre choza y choza, entre familia y familia, entre clan y clan, reinara algo así como un clima de venganza.
 Miré a mi alrededor, y en el mismo odio en ebullición se encontraba, furiosa y humeante, la selva, mientras el río, con majestuosa indiferencia y sarcástico desprecio, todo lo minimizaba: las fatigas de los hombres, la carga de los sueños y los suplicios del tiempo.

Werner Herzog
http://es.wikipedia.org/wiki/Werner_Herzog

(Herzog vive en Los Ángeles, donde dirige una serie de seminarios de cine en los que no se imparte ningún tipo de enseñanza técnica, una escuela "para los que han viajado a pie, han mantenido el orden en un prostíbulo o han sido celadores en un asilo mental (...) en resumen, para los que tienen un sentido poético. Para los peregrinos. Para los que pueden contar un cuento a un niño de cuatro años y mantener su atención, para los que sienten un fuego en su interior".)

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