lunes, 31 de octubre de 2011

Cuadernos en octavo

(Releyendo a Kafka)

Érase una vez una comunidad de canallas, es decir, no eran canallas, sino gente normal. Siempre se ayudaban entre ellos. Si por ejemplo uno de ellos había hecho desgraciado a alguien de una manera canallesca -o sea, no a la manera de un canalla, repito, sino como es normal, como es usual-, a alguien de fuera, que no pertenecía a la comunidad, y luego él lo confesaba a la comunidad, ellos investigaban el caso, le juzgaban, le imponían una penitencia, le perdonaban y cosas así. No lo hacían con mala intención, quedaban estrictamente salvaguardados los intereses de los individuos y de la comunidad y al que confesaba se le ofrecía el color complementario del que él había mostrado: "¿Cómo? ¿ Te preocupas por eso? ¡Pero si has hecho algo natural, si has obrado como debías! Todo lo demás sería incomprensible. Lo que pasa es que estás sobreexcitado. A ver si recobras el sentido común". Así se ayudaban siempre entre ellos, ni siquiera después de la muerte abandonaban la comunidad, antes bien, subían danzando en corro al cielo. En su conjunto era un espectáculo de la más pura inocencia infantil el verlos volar. Pero como delante del cielo todo se descompone en sus elementos, caían de golpe, auténticos peñascos.




No hay comentarios:

Publicar un comentario