Durante siglos, dar a luz ha sido uno de los enigmas que más ha acompañado a la existencia humana. Amuletos, escapularios, velas, medallitas, estampas y multitud de supersticiones se congregaban alrededor de este momento tan crucial en la vida de las mujeres desde el principio de los tiempos. Y escribo la palabra crucial porque era bastante normal que la mujer muriera durante el parto. El final de la gestación y el alumbramiento era un asunto femenino y "casero" en el que siempre se excluía al hombre. La esperanza de vida de la mujer era cortísima debido a los problemas y peligros que se presentaban con muchísima frecuencia durante el parto. Que un hombre se quedara viudo era bastante habitual. Hoy en día, las mujeres somos las que vivimos más años y somos nosotras las que nos convertiremos en viudas. Podríamos decir que es una especie de conquista, un avance que no pudo crecer de no ser por el trabajo y la investigación de muchos médicos, estudiosos y matronas.
En el siglo XVIII, el parto, al fin, comenzó a estar más cerca de la ciencia que de las supersticiones y de los hechizos. El mayor interés por la obstetricia y la reproducción supuso un paso hacia adelante bestial para todas esas mujeres y recién nacidos que morían entre manos llenas de suciedad y sangre. Incluso se culpaba a la mujer partera de la alta mortalidad y los problemas que surgían durante el nacimiento.
Los médicos comienzan a estar presentes en el parto, la población empieza a ser consciente de la importancia de la higiene, y el vientre femenino se convierte en objeto de estudio.
Angélique Marguerite Le Boursier Du Coudray fue una de las responsables de que cambiara por completo el modo de ver y de conocer el cuerpo de la
mujer en el momento del parto. Matrona francesa nacida en 1712, tras terminar sus estudios —y al ver la gran
ignorancia de las parteras, cirujanos y matronas y los errores bestiales que se
practicaban en torno al nacimiento del
bebé y al cuerpo de la mujer que daba a luz— se decidió a dar cursos gratuitos.
Para ello, creó el primer maniquí obstétrico de tamaño natural, un muñeco que
simulaba un bebé y un cuerpo de mujer para que estudiantes, médicos, matronas y
mujeres vieran con total claridad y aprendieran qué pasaba en el momento del
parto. Mientras lo que hoy puede ser
algo bastante normal en las facultades de medicina y veterinaria (no puedo olvidar
mis prácticas de reproducción en Lisboa con un potrillo de trapo), ella se
dedicó a viajar por toda Francia, amparada por una orden real de Luis XV, para
enseñar con sus vientres de algodón la
partería a mujeres campesinas del mundo rural para reducir la mortalidad
infantil y de las madres del país.
"La máquina", así
se llamaba el particular modelo anatómico, tenía correas y cadenas que simulaban con bastante detalle el proceso del parto.
Incluso el bebé tenía nariz y orejas cosidas, pelo dibujado con tinta y una
boca. El muñeco pasaría por las manos y las ganas de aprender de más de 500
cirujanos, que tenían una cosa en común, todos eran hombres.
Pero su trabajo no solo queda aquí. También publicó un libro
de texto de obstetricia, 'Abrégé de l'art
des accouchements', que se convirtió en manual de base de muchísimos libros de
partería. Pionera, adelantada para su época, creyente en la ciencia y en la
enseñanza, el conocimiento de Angélique du Coudray llegó a más de 4.000 mujeres de las zonas menos favorecidas de
Francia, en una época en la que pocos dirían que objetos tan comunes como el
algodón, el cuero y la tinta se convertirían en los mejores aliados del vientre
materno para luchar contra la muerte de la madre y del bebé en el parto.
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