El juego animal es un rompecabezas desde el punto de vista de la selección natural. Imaginemos una escena con dos guepardos jóvenes jugueteando en la hierba de la sabana, no muy lejos de una manada de gacelas de Thompson. Corretean, se tiran al suelo, hacen fintas, gruñen, expresando una alegría de movimientos absolutamente contagiosa. Pero, a la vez, están asumiendo un riesgo enorme. Los leones están constantemente merodeando, y despedazarán sin piedad a todo joven guepardo que atrapen. Por otra parte, el alboroto ha espantado las gacelas, una de las cuales acecha cuidadosamente la madre guepardo, necesitada de carne por las demandas de alimento de dos cachorros en rápido crecimiento.
¿Cuál es la razón de ser de este juego, que en apariencia reduce las posibilidades de supervivencia del guepardo? Seguramente los cachorros harían mejor en copiar celosamente las técnicas maternas de acecho, acoso y derribo de las presas, concentrando sus energía y actividades en algo útil que pueda incrementar sus posibilidades de supervivencia, no demasiado grandes a priori para un guepardo. Sin embargo, este tipo de comportamiento se observa en todos los animales superiores. [...] El juego invita a la participación.
En el juego contemplamos la gama de movimientos más rica, variada e impredecible de que es capaz un animal. Comparado con el comportamiento orientado a un fin, que tiende a mostrar fuertes elementos repetitivos que le dan un carácter algo estereotipado, incluso mecánico, el juego es extraordinariamente fluido. Marchar, cavar, cazar, comer, cortejar y aparearse son conductas que implican secuencias bien definidas de movimientos repetitivos; el juego, en cambio, incluye toda clase de movimientos en secuencias impredecibles. [...]. Una ilustración de esta conducta la ofrecen unos peces pequeños asiáticos de Barbus . Si se colocan dos machos en un acuario provisto de una vegetación rica y variada, inicialmente cada uno se dedica a explorar el terreno sin preocuparse de lo que hace el otro. Pero cuando se encuentran su actividad se incrementa, haciéndose más rica y variada y mostrando todo el repertorio de que son capaces. Cuando se separan se "enfrían", y gradualmente se ponen de acuerdo sobre el lugar de descanso de cada uno, que define el "campamento base" de su territorio. Una vez se han repartido el espacio, cada pez tiende a pasar más tiempo en la vecindad de su base, con lo que se establece una frontera bastante bien definida que delimita ambos territorios. De esta forma se rompe la simetría original del movimiento, en la que todas las regiones del acuario eran visitadas por ambos peces con más o menos la misma frecuencia.
Hay otra simetría susceptible de romperse. La inicial equivalencia de ambos peces en cuanto a movimiento e interacción puede convertirse en una relación de dominancia-subordinación en la que uno de los machos tiene más libertad de movimientos y tiende a ahuyentar al otro. Pero incluso cuando ya cada uno se ha establecido en un territorio o uno de los dos se ha hecho dominante, ambos machos tienden a entrar de nuevo en un estado de comportamiento seudolúdico que restablece la simetría rota y una condición de equivalencia más fluida. A diferencia de las cascadas de rupturas de simetría en la morfogénesis de la forma adulta, que son esencialmente irreversibles, las simetrías cuya ruptura conduce a un comportamiento ordenado y predecible en los peces pueden restablecerse, con lo que se recuperan pautas de actividad más simétricas.
[...] El reconocimiento de esta equivalencia procede de Koenraad Kortmulder. A él se debe la noción de comportamiento seudolúdico y el reconocimiento de sus semejanzas y diferencias con respecto a la dinámica del desarrollo. [...] Cuando dos miembros de una misma especie comienzan a interactuar se estimulan mutuamente, entrando en un estado de mayor actividad y diversidad de movimientos, como si se "acaloraran", y disolviendo ligaduras previas como la restricción territorial y la relación dominante-subordinado. Esto se parece a una transición de fase en un sistema físico a temperatura creciente, como puede ser el paso de sólido a líquido, un estado con más libertad de movimiento y más simetrías dinámicas que el de partida. El juego, o el comportamiento seudolúdico, es como un estado de alta temperatura o excitado, en el que los movimientos de los participantes están apenas constreñidos, un estado semejante al caos. Cuando se vuelve a enfriar el orden resurge, por lo general en los mismos términos de territorialidad y dominancia. ¿Por qué, después de establecer un patrón ordenado de relaciones dentro del acuario, los peces lo disuelven sólo para repetir otra vez todo el proceso?. [...]. Una consecuencia de esta repetición es que, en condiciones propicias, a partir de la alta simetría del estado de juego pueden surgir nuevos patrones cuando esta simetría vuelve a romperse. La vegetación del entorno puede cambiar alterando la distribución territorial, la relación de dominancia puede modificarse con la edad, y la presencia de otros peces transforma las pautas de conducta. De nuevo tenemos la impresión de que existe un atractor caótico hacia el que retornan una y otra vez los animales que interactúan y a partir del cual emerge un orden apropiado.
El cambio de enfoque en la nueva biología que está surgiendo de las ciencias de la complejidad se centra en los orígenes del orden emergente en los sitemas dinámicos complejos. Este enfoque entra en resonancia con un mito aún más profundo que el del pecado y la redención, y que nuestra cultura comparte con todas las demás: el mito del orden surgido del caos.
Las manchas del leopardo
La evolución de la complejidad
Brian Goodwin
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