En las relaciones internacionales, la crisis del Coronavirus ha dejado rastros muy inquietantes.
TRUMP DEMONIZA A CHINA
En el centro de la tormenta se sitúa China. La pandemia ha vuelto a tensar las relaciones entre las dos superpotencias. Las autoridades de Pekín revertieron una situación desfavorable, con una combinación de autoritarismo sin complejos y una determinación asombrosa. En buena parte del mundo occidental se observa un reconocimiento medido de la actuación china.
En la administración Trump, sin embargo, se ha preferido optar por el espíritu combativo de la guerra fría. Desde el absurdo término de “virus chino” empleado por el lenguaraz presidente, hasta los reproches directos o velados de algunos de sus colaboradores. El secretario Pompeo acusó a Pekín de “provocar un riesgo para su pueblo y para todo el mundo”. El otrora ultraderechista jefe propagandístico, luego despedido, Steve Bannon, dijo que en realidad Trump se equivoca: no es “virus chino”, sino “virus comunista chino” (1).
Yanzong Huang, un colaborador del Consejo de Relaciones exteriores de Washington y especialista sanitario ha descrito la secuencia del enfrentamiento chino-norteamericano por el coronavirus (2). Lo curioso del caso es que Washington y Pekín comparten un historial de positiva colaboración en materia de pandemias. Al comienzo de la crisis, parecía que se iba a seguir en la misma línea. Trump charló cordialmente por teléfono el 7 de febrero con Xi Jinping y le ofreció la ayuda del Centro de prevención de enfermedades.
Pero algo ya se había torcido horriblemente unos días antes. Comenzaron los cruces de reproches y amenazas y el postureo nacionalista por ambas partes. A los chinos les ofendió la publicación de unos artículos en la prensa americana y expulsó a periodistas de varios medios afincados en Pekín (Wall Street Journal, New York Times y Washington Post). Las palabras subieron de tono hasta alcanzar el ridículo: acusaciones mutuas de haber provocado deliberadamente la producción y extensión del virus. Hasta llegar a la situación actual.
Otros veteranos de la cooperación china-norteamericana como Paul Haenle, miembro de las administraciones Obama y Bush Jr., (3) abogan por la recuperación de la confianza, en beneficio de la salud mundial, como han hecho, por ejemplo, Bill y Melinda Gates, que donaron 5 millones de dólares a China el pasado mes de enero, o el multimillonario chino Jack Ma, que envió un millón de mascarillas y 500.000 kits de pruebas a Estados Unidos.
Xi Jinping |
EL 'DESACOPLAMIENTO'
Todo inútil. Centauros de la guerra fría insisten en el “poder maligno” de Pekín y en la necesidad de adoptar medidas en consecuencia. En esta administración y fuera de ella hay una línea de pensamiento que ha ganado fuerza en los dos últimos años: la promoción de lo que se ha llamado el desacoplamiento de las economías norteamericana y china. Se apreció claramente durante la reciente guerra comercial (inacabada). Mientras unos altos cargos pretendían simplemente obtener concesiones de Pekín, esa corriente radical vio llegado el momento de presionar a favor de desvincular progresivamente las economía de las dos superpotencias (4).
La lógica del desacoplamiento ha resurgido ahora como consecuencia del coronavirus, como era de temer. Los reproches sobre la supuesta estrategia de Pekín de favorecer la dependencia occidental en material sanitario (mascarillas, herramientas de pruebas, equipos de protección individual, etc.) han encontrado eco en el Congreso. Algunos legisladores republicanos han presentado proyectos de ley para reducir los intercambios entre los dos países en el dominio sanitario.
Los partidarios de la línea dura en las relaciones comerciales con China aseguran ahora que, debido a la recesión económica provocada por la crisis, Pekín no estará en condiciones de honrar el compromiso que puso fin a la guerra, en particular la compra adicional de productos norteamericanos por valor de 200.000 millones de dólares.
LAS VÍCTIMAS MÁS VULNERABLES
Mientras la paranoia de la seguridad cunde, se observa menos preocupación por la suerte de las poblaciones más vulnerables, como son los refugiados, por ejemplo. La ONU y las ONG han denunciado estos días la pavorosa situación de desprotección en la que se encuentran los 70 millones de personas desplazadas en todo el mundo. Se ha hecho especial hincapié en los cuatro millones de sirios agolpados en Turquía o llegados a Grecia, en otros tantos yemeníes al borde de la desnutrición, en los afganos que malviven en Pakistán o en Irán, o en los rohingya expulsados de Myanmar, o los incontables y olvidados africanos. Sin dejar de tener en cuenta, claro está, a los refugiados más estables o más veteranos, como los palestinos de Gaza y de todo Oriente Medio (5). Para ellos no hay material de protección, ni lo habrá. Y en un hábitat de hacinamiento e insalubridad, no hay lugar para la “distancia social”.
Trump ha respondido a esta inquietud creciente, a su estilo: limitando aún más un ya escuálido derecho de asilo en Estados Unidos. Estos seres humanos preocupan bastante menos que las supuestas maquinaciones perversas de los enemigos reconocibles.
Otros analistas más templados tratan de ofrecer una visión más allá de la angustia actual sobre cómo el Coronavirus cambiará el mundo. Una docena de expertos en relaciones internacional ofrecen un diagnóstico ligeramente pesimista: un mundo menos abierto, fin de la globalización en su estado actual, mayor dominio de China, más estados fallidos y debilitamiento del liderazgo norteamericano.
Pero también se hace virtud de la necesidad y se predice un renovado sentimiento de resistencia, la reinvención de empresas y sectores, la urgencia de diseñar nuestras estrategias de convivencia mundial y una optimista invocación de cada cual a sacar lo mejor de sí mismos (6). Lo que Macron, Sánchez y Conte, por citar sólo a los líderes europeos más agobiados, han tratado de hacer desde ya mismo.
Fuente: https://www.nuevatribuna.es/articulo/global/geopolitica-coronavirus-pandemia-guerrafria-eeuu-china-globalizacion/20200325084200172603.html
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