El auge de los discursos de odio en todo el mundo y dos atentados
contra sinagogas en 2018 y 2019 han dado la voz de alarma ante el
crecimiento del antisemitismo. Pero también se produce un fenómeno
contrario: la acusación de antisemitismo y la identificación de las
críticas al Estado israelí como críticas al pueblo judío están siendo
utilizadas para desacreditar protestas legítimas.
El alcalde de Madrid tenía una respuesta preparada contra el pequeño
escándalo que generó la cesión de un edificio en pleno centro de Madrid
para la construcción de un museo por parte de una entidad privada cuyo
vicepresidente es un compañero de partido.
José Luis Martínez Almeida capeó las críticas acusando de antisemitismo
a los colectivos que criticaban una decisión con impacto emocional para
la izquierda —el edificio había albergado hasta noviembre de 2019 el
centro social La Ingobernable—. Una izquierda que “ha hecho del
antisemitismo quizá una de sus razones de ser”, sintetizó el alcalde
popular.
Las respuestas al comodín que había sacado de su manga Martínez Almeida no tardaron en llegar. La Red Internacional Judía Antisionista emitió un comunicado defendiendo el trabajo de La Ingobernable y cuestionando la pertinencia de un Museo Judío en una ciudad que cuenta ya con el Centro Sefarad-Israel, de titularidad pública. Antes había respondido JCall, una organización europea que hace un año abrió un espacio de debate en Barcelona, que añadió una crítica a la acusación lanzada por el alcalde de la capital: “Denunciamos que se utilice la acusación partidista de antisemitismo contra todos aquellos que protesten por el uso privado del edificio”, a lo que sumaban su preocupación por el uso “injusto e irresponsable” de ese término para criticar legítimas protestas.
Jonás Benarroch, portavoz de Jcall Barcelona, califica como una “infamia” las declaraciones de Martínez Almeida. Alejandro Baer, profesor de Sociología y director del centro de estudios sobre el genocidio y el holocausto en la Universidad de Minnesota, coincide en que la acusación de antisemitismo “se ha vuelto un arma en política para descalificar al adversario” y que las palabras del alcalde de Madrid y de los promotores del museo a las críticas son un mal punto de partida para el museo en tanto son una “banalización del antisemitismo y su instrumentalización política”.
Antes de la “izquierda madrileña” a la que vagamente se refirió el alcalde de Madrid, otros políticos han sido criticados bajo la misma acusación. Ada Colau, Pablo Iglesias, el PSOE del Ayuntamiento de Jaén o el alcalde de Cádiz, José María González ‘Kichi’, son solo algunos de los cargos de responsabilidad que han tenido que afrontar críticas por su supuesto odio hacia el pueblo judío, las mismas que en la esfera internacional se han vertido sobre Jeremy Corbyn —para quien la acusación fue una losa durante toda su campaña— o el senador de Vermont y judío asquenazí, Bernie Sanders.
David Hatchwell, presidente de la Fundación Hispano-Judía, la entidad beneficiada en la cesión del edificio del Paseo del Prado por parte del Ayuntamiento de Madrid, ha sido especialmente explícito en su condena del “antisemitismo” de la izquierda al escribir que “Podemos es un movimiento chavista cuyo odio enfermizo y obsesivo contra Israel y su cercanía al régimen terrorista iraní negacionista de la Shoá lo han convertido en una amenaza existencial para la vida judía en España”.
Antisemitismo de la izquierda
Manifestación en Nueva York contra la ocupación de Gaza. Heri Rakotomalala |
Las respuestas al comodín que había sacado de su manga Martínez Almeida no tardaron en llegar. La Red Internacional Judía Antisionista emitió un comunicado defendiendo el trabajo de La Ingobernable y cuestionando la pertinencia de un Museo Judío en una ciudad que cuenta ya con el Centro Sefarad-Israel, de titularidad pública. Antes había respondido JCall, una organización europea que hace un año abrió un espacio de debate en Barcelona, que añadió una crítica a la acusación lanzada por el alcalde de la capital: “Denunciamos que se utilice la acusación partidista de antisemitismo contra todos aquellos que protesten por el uso privado del edificio”, a lo que sumaban su preocupación por el uso “injusto e irresponsable” de ese término para criticar legítimas protestas.
Jonás Benarroch, portavoz de Jcall Barcelona, califica como una “infamia” las declaraciones de Martínez Almeida. Alejandro Baer, profesor de Sociología y director del centro de estudios sobre el genocidio y el holocausto en la Universidad de Minnesota, coincide en que la acusación de antisemitismo “se ha vuelto un arma en política para descalificar al adversario” y que las palabras del alcalde de Madrid y de los promotores del museo a las críticas son un mal punto de partida para el museo en tanto son una “banalización del antisemitismo y su instrumentalización política”.
Antes de la “izquierda madrileña” a la que vagamente se refirió el alcalde de Madrid, otros políticos han sido criticados bajo la misma acusación. Ada Colau, Pablo Iglesias, el PSOE del Ayuntamiento de Jaén o el alcalde de Cádiz, José María González ‘Kichi’, son solo algunos de los cargos de responsabilidad que han tenido que afrontar críticas por su supuesto odio hacia el pueblo judío, las mismas que en la esfera internacional se han vertido sobre Jeremy Corbyn —para quien la acusación fue una losa durante toda su campaña— o el senador de Vermont y judío asquenazí, Bernie Sanders.
David Hatchwell, presidente de la Fundación Hispano-Judía, la entidad beneficiada en la cesión del edificio del Paseo del Prado por parte del Ayuntamiento de Madrid, ha sido especialmente explícito en su condena del “antisemitismo” de la izquierda al escribir que “Podemos es un movimiento chavista cuyo odio enfermizo y obsesivo contra Israel y su cercanía al régimen terrorista iraní negacionista de la Shoá lo han convertido en una amenaza existencial para la vida judía en España”.
Antisemitismo de la izquierda
Sí,
existe antisemitismo en la izquierda, aunque solo sea por el hecho de
que la izquierda participa de una prolongada tradición histórica que ha
sido antijudía, “que pervive como resabio en el lenguaje, en la cultura
popular y religiosa”, defiende Alejandro Baer. Una serie de tópicos a
los que se añadieron los prejuicios que definen el antisemitismo
moderno: el del judío poderoso y conspirador, “alguien que socava por
dentro el orden de las naciones europeas”, ambicioso y artero. Un
imaginario racista que también cala, explica Miquel Ramos, periodista y
editor del mapa Crímenes de Odio, “en personas que se consideran de
izquierda” y tienen prejuicios o han sido influenciados por los
discursos de odio, “sean antisemitas, islamófobos, machistas o contra
los gitanos”. Ramos considera que la sustitución en determinados
discursos de la retórica antijudía por propaganda de odio islamófoba no
ha evitado una combinación de ambos odios. Este periodista denuncia la
construcción identitaria occidental y su poso supremacista como algo
transversal a las ideologías.
Laura, una española residente en Jerusalén, cree que es innegable la existencia del antisemitismo en todo el mundo e introduce un elemento que define la actual controversia en torno al uso y abuso de los discursos sobre antisemitismo: “Supongo que no será difícil para un israelí joven pensar ‘si a mi abuelo lo odiaban y lo perseguían en Europa por ser judío, los europeos que me critican a mí ahora por defender mi país lo hacen porque soy judío y no porque esté violando no sé cuántas leyes internacionales’. Es un pensamiento totalmente natural”, explica Laura, que abunda en el hecho de que una inmensa mayoría de la población israelí cree que, en la base de las críticas internacionales a Israel, subyace un antisemitismo histórico no superado: “Las voces nacionales que ponen algún pero a esa asociación de ideas provienen de la izquierda, que es bastante pequeña ahora mismo entre la población judía israelí (más o menos el 10%)”, resume esta trabajadora española.
Esa identificación entre Israel y el pueblo judío es motivo de
preocupación para comunidades judías en la diáspora. Grupos como Jcall
en Europa, Jstreet o Jews Voice for Peace, que agrupa a más de 70.000
personas en Estados Unidos, están en alerta ante una sinécdoque —tomar
el todo por la parte— que, consideran, amenaza la propia diversidad
judía. La pensadora feminista Judith Butler, que forma parte de Jews
Voice for Peace junto a otras referencias del pensamiento crítico como
Noam Chomsky o Naomi Klein, señalaba en un vídeo de 2016 el hecho de que
el Estado de Israel “solo representa a su mayoría demográfica”, que
representa cada vez menos, según Butler, a los judíos de la diáspora, y
que niega derechos de ciudadanía al millón y medio de personas
palestinas que residen en Israel o en los territorios ocupados de Gaza.
BDS
Laura, una española residente en Jerusalén, cree que es innegable la existencia del antisemitismo en todo el mundo e introduce un elemento que define la actual controversia en torno al uso y abuso de los discursos sobre antisemitismo: “Supongo que no será difícil para un israelí joven pensar ‘si a mi abuelo lo odiaban y lo perseguían en Europa por ser judío, los europeos que me critican a mí ahora por defender mi país lo hacen porque soy judío y no porque esté violando no sé cuántas leyes internacionales’. Es un pensamiento totalmente natural”, explica Laura, que abunda en el hecho de que una inmensa mayoría de la población israelí cree que, en la base de las críticas internacionales a Israel, subyace un antisemitismo histórico no superado: “Las voces nacionales que ponen algún pero a esa asociación de ideas provienen de la izquierda, que es bastante pequeña ahora mismo entre la población judía israelí (más o menos el 10%)”, resume esta trabajadora española.
Desalojo de La Ingobernable Pablo Rivas |
Alejandro Baer explica que se produce un diálogo de sordos en
esa relación entre Israel y el antisemitismo. Para este profesor
universitario, hay un sector que ve en la crítica legítima a ese Estado
“un mero pretexto para articular sentimientos e ideas antisemitas”, pero
en el sector que critica ese uso instrumental de la acusación de
antisemitismo se niega un componente de odio a los judíos que, a su
juicio, frecuentemente reproduce tópicos y prejuicios bajo el paraguas
del discurso “antisionista”.
BDS
Laura ha decidido
permanecer en el anonimato para responder al cuestionario de El Salto.
Su cautela viene por el especial celo que ponen las autoridades
israelíes para controlar la expansión y los vínculos de ciudadanos
israelíes con el Movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones, más
conocido por sus siglas BDS, que plantea una protesta de rechazo a
Israel desde el consumo, en el ámbito académico, y desde el punto de
vista del derecho internacional por la ocupación de Palestina. El BDS es
el enemigo número uno del Estado de Israel en Occidente. Como explica
Laura, el boicot se considera como profundamente antisemita por la
mayoría de la ciudadanía, con las pocas excepciones de Merez, el partido
de izquierdas, que protesta matizadamente contra el uso que se utiliza
del concepto “antisemitismo”, y de la oposición frontal de la minoría de
israelíes que se moviliza contra la ocupación en el interior del país.
Fuera
de Israel, el BDS ha generado controversia y ha sido motivo de debates
institucionales sobre el supuesto “discurso de odio” que lo encarna. En
el Congreso de Estados Unidos, el Estado de Massachusetts, o el
Parlamento alemán se han discutido mociones para la condena penal de
aquellas organizaciones o empresas que lleven a efecto acciones de
boicot —no así a quienes “llamen” simplemente al boicot— sobre la base
de que es un movimiento antisemita. Héctor Grad, que participa en el BDS
de Madrid, recuerda que hace pocas semanas el Parlamento valenciano
admitió a trámite una moción de esas características a instancias de
Toni Cantó, diputado de Ciudadanos.
Rabbi Brant Rosen, militante de Jews Voice for Peace, explicaba en una entrevista en Jacobin Magazine hasta qué punto el movimiento BDS ha asustado al Estado israelí, algo que queda revelado por la coerción que está ejerciendo hacia las personas que apoyan el movimiento de Boicot, que, al menos en Estados Unidos, son judías en su mayoría. Para Judith Butler, el BDS es un movimiento legítimo de boicot equiparable al veto que supuso el fin del régimen de apartheid de Sudáfrica.
Alejandro Baer, por el contrario, es muy crítico con el BDS entre otros motivos por su “visión parcial de la historia y la realidad Israelí-Palestina”, pero cree que hay muchas razones para oponerse a dicho movimiento, “sin necesidad de censurarlo automáticamente de movimiento antisemita”.
Israel ha dedicado millones de euros para perseguir la campaña de boicot y desinversiones a través de la oficina de Hasbará —literalmente de “esclarecimiento”— dependiente directamente del Gobierno. Héctor Grad cree que, más que el boicot a uno o a varios de sus productos, el Estado de la estrella de David teme las sanciones, en cuanto suponen un cuestionamiento de su política exterior.
El proceso de primarias demócratas en Estados Unidos y las declaraciones de Bernie Sanders y Elisabeth Warren sobre la necesidad de revisar la relación con Israel han multiplicado las protestas por parte del American Israel Public Affairs Committee — AIPAC, el principal lobby dedicado a la relación EE UU-Israel— y sus medios de comunicación asociados, al tocar algunas “líneas rojas” de la relación histórica entre los dos países.
Supremacismo
Rabbi Brant Rosen, militante de Jews Voice for Peace, explicaba en una entrevista en Jacobin Magazine hasta qué punto el movimiento BDS ha asustado al Estado israelí, algo que queda revelado por la coerción que está ejerciendo hacia las personas que apoyan el movimiento de Boicot, que, al menos en Estados Unidos, son judías en su mayoría. Para Judith Butler, el BDS es un movimiento legítimo de boicot equiparable al veto que supuso el fin del régimen de apartheid de Sudáfrica.
Alejandro Baer, por el contrario, es muy crítico con el BDS entre otros motivos por su “visión parcial de la historia y la realidad Israelí-Palestina”, pero cree que hay muchas razones para oponerse a dicho movimiento, “sin necesidad de censurarlo automáticamente de movimiento antisemita”.
Israel ha dedicado millones de euros para perseguir la campaña de boicot y desinversiones a través de la oficina de Hasbará —literalmente de “esclarecimiento”— dependiente directamente del Gobierno. Héctor Grad cree que, más que el boicot a uno o a varios de sus productos, el Estado de la estrella de David teme las sanciones, en cuanto suponen un cuestionamiento de su política exterior.
El proceso de primarias demócratas en Estados Unidos y las declaraciones de Bernie Sanders y Elisabeth Warren sobre la necesidad de revisar la relación con Israel han multiplicado las protestas por parte del American Israel Public Affairs Committee — AIPAC, el principal lobby dedicado a la relación EE UU-Israel— y sus medios de comunicación asociados, al tocar algunas “líneas rojas” de la relación histórica entre los dos países.
Supremacismo
Mientras
en la arena de las primarias del Partido Demócrata se discute sobre el
alcance de las sanciones, el Gobierno de Benjamin Netanyahu cultiva
inmejorables relaciones con la administración republicana de Donald
Trump. Asociaciones como Jews Voice for Peace denuncian cómo se omite la
escalada del discurso supremacista que se ha instalado a raíz de la
llegada de Trump a la Casa Blanca.
Como explica Miquel Ramos, la gran mayoría
de la ultraderecha occidental —Trump, Bolsonaro, Wilders, Salvini, Vox o
AfD— “son declarados amigos de Israel, incluso han visitado el país y
mantienen muy buenas relaciones con la ultraderecha israelí en el
gobierno y los think tanks sionistas de todo el mundo. Ambos
comparten la misma concepción identitaria y excluyente de Occidente,
amenazado por la islamización y la migración. Israel, en este caso,
actúa como puerta de Occidente frente al peligro del Islam”.
Medios y personalidades judías opuestos a la visión de AIPAC han denunciado con estupor cómo Trump y el que fuera su lugarteniente, Steve Bannon, exeditor también de Breitbart, el medio de referencia del neofascismo estadounidense, han liberado en los últimos años el discurso supremacista y del llamado “nacionalismo blanco”. Un discurso que ha tenido un correlato trágico en matanzas como las de las sinagogas de Halle (Alemania) en octubre de 2019 o la de 2018 en Pittsburgh.
Alejandro Baer incide en cómo se ha producido un repunte de movimientos que defienden la teoría conspirativa del “genocidio blanco”, según la cual hay un programa secreto para la sustitución de la población blanca por poblaciones no caucasianas. Una retórica nativista y xenófoba que confluye con los discursos de la extrema derecha y que está siendo omitida por las organizaciones pro-israelíes pese a que reproduce —en versión soterrada— algunos de los discursos tradicionales contra los judíos, como la crítica al “globalismo”, a las élites financieras—particularmente al inversor George Soros—, a quienes define como “pulpos” y se acusa de “mover los hilos” de esa supuesta conspiración anti-blancos.
Educación y diálogo
Medios y personalidades judías opuestos a la visión de AIPAC han denunciado con estupor cómo Trump y el que fuera su lugarteniente, Steve Bannon, exeditor también de Breitbart, el medio de referencia del neofascismo estadounidense, han liberado en los últimos años el discurso supremacista y del llamado “nacionalismo blanco”. Un discurso que ha tenido un correlato trágico en matanzas como las de las sinagogas de Halle (Alemania) en octubre de 2019 o la de 2018 en Pittsburgh.
Alejandro Baer incide en cómo se ha producido un repunte de movimientos que defienden la teoría conspirativa del “genocidio blanco”, según la cual hay un programa secreto para la sustitución de la población blanca por poblaciones no caucasianas. Una retórica nativista y xenófoba que confluye con los discursos de la extrema derecha y que está siendo omitida por las organizaciones pro-israelíes pese a que reproduce —en versión soterrada— algunos de los discursos tradicionales contra los judíos, como la crítica al “globalismo”, a las élites financieras—particularmente al inversor George Soros—, a quienes define como “pulpos” y se acusa de “mover los hilos” de esa supuesta conspiración anti-blancos.
Educación y diálogo
Para
Benarroch, superar el antisemitismo pasa por favorecer la educación y
el debate, “también por parte de la izquierda”. No olvidar los episodios
de persecución y genocidio que tuvieron lugar ya antes de la II Guerra
Mundial y en la Shoá —el holocausto—, pero tampoco las razones de la
creación del Estado de Israel y promover un diálogo honesto sobre la
ocupación de Palestina son los pasos en un camino difícil y largo.
La propia definición de antisemitismo es hoy parte de
la controversia. A través de la organización International Holocaust
Remembrance Alliance se ha propuesto una revisión del concepto que,
según dicen sus críticos, puede abrir la puerta a que se califiquen como
antisemitas expresiones y opiniones legítimas “como pueden ser la
crítica a la política colonial y a la ocupación”, concluye Héctor Grad.
En un momento de eclosión de los discursos del odio, los debates sobre antisemitismo deben partir, según explicaba Judith Butler, de una conciencia profunda de lucha contra todo tipo de discriminación: “Si el antisemitismo es una más entre todas las formas de racismo, entonces la lucha contra el antisemitismo no tiene sentido fuera de la lucha contra todo tipo de racismo, y eso incluye el racismo de Estado”.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/racismo/auge-antisemitismo-supremacismo-blanco
En un momento de eclosión de los discursos del odio, los debates sobre antisemitismo deben partir, según explicaba Judith Butler, de una conciencia profunda de lucha contra todo tipo de discriminación: “Si el antisemitismo es una más entre todas las formas de racismo, entonces la lucha contra el antisemitismo no tiene sentido fuera de la lucha contra todo tipo de racismo, y eso incluye el racismo de Estado”.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/racismo/auge-antisemitismo-supremacismo-blanco
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