lunes, 16 de marzo de 2020

COVID-19: El monstruo llama a la puerta

La globalización capitalista es biológicamente insostenible en ausencia de una infraestructura sanitaria pública internacional. Pero nunca existirá hasta que se acabe con el poder de las farmacéuticas y la sanidad con ánimo de lucro
 
Toma de temperatura en una calle de Qingdao, en la provincia de Shandong, en el este de China.
Gauthier DELECROIX

I.
COVID-19 es finalmente el monstruo que llama a la puerta. Los investigadores están trabajando día y noche para caracterizar el brote, pero deben hacer frente a tres enormes desafíos. El primero es que la constante escasez o ausencia de kits de prueba ha acabado con cualquier esperanza de contención. Además, también está evitando que se puedan realizar cálculos precisos sobre algunos parámetros clave como el índice de reproducción, la cantidad de población infectada o el número de infecciones leves. El resultado es un caos en las cifras.

Al igual que lo hacen las gripes anuales, el virus está mutando a medida que atraviesa poblaciones con composiciones etarias e inmunidades adquiridas diferentes. La variedad que seguramente llegará a los estadounidenses ya es ligeramente diferente a la del brote original de Wuhan. Las nuevas mutaciones podrían ser triviales o podrían alterar la distribución actual de virulencia que aumenta con la edad, ya que los bebés y los niños muestran escaso riesgo de infección grave mientras que los octogenarios se enfrentan a un peligro mortal a causa de una neumonía vírica.

Aunque el virus permanezca estable y mute poco, su impacto entre los menores de 65 puede ser radicalmente diferente en los países pobres y entre los grupos con un alto grado de pobreza. Solo hay que pensar en la experiencia mundial de la pandemia de gripe de 1918 (o gripe española) que se calcula que acabó con la vida de entre el 1 y el 2% de la población mundial. Al contrario que el coronavirus, era más mortal entre los jóvenes adultos y esto a menudo se ha explicado como consecuencia de que su sistema inmunitario, al ser relativamente más fuerte, reaccionó de forma desproporcionada a la infección y desató unas “tormentas mortales de citocina” contra las células pulmonares. Como bien sabemos, el H1N1 original encontró un nicho favorable en los campamentos militares y en las trincheras de los campos de batalla, en los que liquidó a jóvenes soldados por decenas de millares. El fracaso de la Kaiserschlacht (ofensiva de primavera) de 1918 y, por tanto, motivo del resultado de la guerra, ha sido atribuido al hecho de que los aliados, al contrario que su enemigo, pudieron reabastecer sus tropas enfermas con tropas estadounidenses recién llegadas.
Sin embargo, no muy a menudo se reconoce que un 60% de la mortalidad mundial tuvo lugar en el oeste de la India, donde la exportación de cereales hacia el Reino Unido y unas brutales prácticas de requisamiento coincidieron con una grave sequía. La escasez de alimentos resultante condujo a millones de personas pobres al borde de la inanición. Se convirtieron en víctimas de una siniestra sinergia entre malnutrición, que inhibió su respuesta inmunitaria a la infección, y una neumonía bacteriana y vírica galopante. En otro caso, en el Irán ocupado por los británicos, varios años de sequía, cólera y escasez de alimentos, seguidos de un brote generalizado de malaria, sentaron las condiciones previas para la muerte de aproximadamente una quinta parte de la población.

Esta historia, y en particular las consecuencias desconocidas de la relación entre malnutrición e infecciones existentes, debería alertarnos de que el COVID-19 podría seguir un camino diferente y mucho más mortífero en los suburbios de África y del sur de Asia. El peligro para los pobres del mundo ha sido ignorado casi por completo por los periodistas y por los gobiernos occidentales. El único artículo que he visto publicado afirma que como la población urbana de África Occidental es la más joven del mundo, la pandemia debería tener allí solo un impacto leve. En vista de la experiencia de 1918, la extrapolación parece ridícula. Nadie sabe lo que pasará en las próximas semanas en Lagos, Nairobi, Karachi o Calcuta. Lo único que es seguro es que los países ricos y las clases ricas se concentrarán en salvarse a sí mismas y prescindirán de la solidaridad internacional y de la ayuda médica. Muros y no vacunas: ¿puede haber un modelo más malvado para el futuro?

II. En un año puede que echemos la vista atrás y admiremos el éxito de China a la hora de contener la pandemia y, al mismo tiempo, que nos sintamos horrorizados por el fracaso de EE.UU. (Estoy siendo valiente y dando por supuesto que la declaración de China con respecto al rápido descenso en el número de transmisiones es más o menos correcta). La incapacidad de nuestras instituciones para mantener cerrada la caja de Pandora, obviamente, no es ninguna sorpresa. Desde el año 2000 hemos observado en repetidas ocasiones las grietas en la primera línea sanitaria.

Por ejemplo, la temporada de gripe de 2018 desbordó a los hospitales de todo EE.UU., y puso de manifiesto la sorprendente escasez de camas de hospital que acusa el país tras 20 años de recortes motivados por el ánimo de lucro en la capacidad de pacientes ingresados (he ahí la versión de la industria sanitaria de cómo gestionar las existencias mediante el método de producción justo a tiempo). El cierre de hospitales privados y de beneficencia y la escasez de personal de enfermería también impuesto por la lógica de mercado han arruinado los servicios sanitarios en las comunidades más pobres y en las zonas rurales, y han trasladado la responsabilidad a los infrafinanciados hospitales públicos y centros de administración de veteranos. La situación del departamento de urgencias en esas instituciones ya es incapaz de hacer frente a las infecciones estacionales, así que ¿cómo van a afrontar la inminente saturación de casos críticos?

Estamos en las primeras etapas de un Katrina sanitario. A pesar de los años de advertencias de la gripe aviar y otras pandemias, el inventario de algunos equipos de emergencia básicos como los respiradores no es el adecuado para hacer frente a la afluencia prevista de casos críticos. Los sindicatos de enfermería más militantes se están asegurando de que todos comprendamos el grave riesgo que comporta la provisión insuficiente de algunos equipos de protección como las mascarillas N95. Y más vulnerables son aún, por invisibles, los cientos de miles de auxiliares sanitarios a domicilio y el personal de las residencias de ancianos que están sobreexigidos y mal pagados.

La industria de residencias asistidas o para personas mayores autónomas aloja a 2,5 millones de estadounidenses de la tercera edad (la mayoría de ellos con Medicare) y lleva mucho tiempo siendo un escándalo nacional. De acuerdo con el New York Times, un número increíble de 380.000 pacientes de residencias de la tercera edad muere cada año por la negligencia de las instituciones a la hora de aplicar los más básicos procedimientos de control de las infecciones. Muchas residencias, sobre todo en los estados del sur, consideran que les sale más barato pagar las multas por infracciones sanitarias que contratar personal adicional y darles la formación adecuada. Pero claro, como ha sucedido en Seattle, docenas, quizá cientos de residencias para ancianos se volverán zonas de riesgo del coronavirus, y los empleados que trabajan allí, y cobran el salario mínimo, lógicamente decidirán proteger a sus propias familias y quedarse en casa. En ese caso, el sistema podría colapsar y no creo que podamos esperar que la Guardia Nacional vacíe los orinales.

El brote ha puesto de manifiesto de forma instantánea esa marcada división de clases que existe en la asistencia sanitaria: aquellos con buenos planes de salud que también pueden trabajar o enseñar desde casa están cómodamente aislados siempre que cumplan con precauciones prudentes. Los empleados públicos y otros grupos de trabajadores sindicados que cuentan con una cobertura sanitaria decente tendrán que tomar decisiones difíciles entre cobrar y protegerse. Mientras tanto, millones de trabajadores con bajos salarios en el sector servicios, trabajadores agrícolas, empleados eventuales sin seguro, desempleados o personas sin hogar serán arrojados a los leones. Aunque el gobierno consiga finalmente resolver el desastre de los kits de prueba y pueda suministrar un número adecuado de ellos, los que carezcan de seguro seguirán teniendo que pagar a médicos u hospitales para realizarse el test. Los gastos médicos de las familias en general treparán por las nubes al mismo tiempo que millones de trabajadores pierden sus empleo y sus seguros médicos de empresa. ¿Puede haber un argumento más sólido y urgente a favor del Medicare para todos?

III
Pero la cobertura universal solo es un primer paso. Es decepcionante, por no decir algo peor, que en los debates de las primarias ni Sanders ni Warren hayan subrayado el abandono de la investigación y del desarrollo de nuevos antibióticos y antivirales por parte de las grandes farmacéuticas. De las 18 empresas farmacéuticas más grandes, 15 han abandonado esa actividad por completo. Las medicinas para el corazón, unos tranquilizantes adictivos y los tratamientos para la impotencia masculina son los más rentables, y no las defensas contra la infección de los hospitales, las enfermedades emergentes y las tradicionales enfermedades letales tropicales. Una vacuna universal contra la gripe, es decir, una vacuna cuyo objetivo sean las partes inmutables de las proteínas superficiales del virus, lleva siendo una posibilidad desde hace décadas, pero nunca ha sido una prioridad rentable.

Si la revolución de los antibióticos sigue retrocediendo, las viejas enfermedades volverán a aparecer acompañadas de nuevas infecciones y los hospitales se convertirán en mortuorios. Hasta Trump puede oponerse de manera oportunista a los abusivos costes de las recetas, pero necesitamos una visión más audaz que intente acabar con los monopolios farmacéuticos y facilite la producción pública de medicinas vitales. (Esto solía ser así: durante la 2ª Guerra Mundial, el ejército alistó a Jonas Salk y a otros investigadores para desarrollar la primera vacuna contra la gripe). Como escribí hace 15 años en mi libro El monstruo llama a nuestra puerta. La amenaza mundial de la gripe aviar: 
El acceso a las medicinas vitales, incluidas las vacunas, los antibióticos y los antivirales deberían ser un derecho humano, y estar universalmente disponibles sin coste alguno. Si los mercados no pueden proporcionar los incentivos para producir de forma barata estos fármacos, entonces los gobiernos y las organizaciones sin ánimo de lucro deberían asumir la responsabilidad de fabricarlas y distribuirlas. La supervivencia de los pobres debe considerarse una prioridad mayor que las ganancias de las grandes farmacéuticas.

La actual pandemia profundiza el argumento: ahora parece que la globalización capitalista es biológicamente insostenible en ausencia de una infraestructura sanitaria pública verdaderamente internacional. Pero esa infraestructura nunca existirá hasta que los movimientos populares no pongan fin al poder de las grandes farmacéuticas y la asistencia sanitaria con ánimo de lucro.

Fuente: http://www.ctxt.es/es/20200302/Politica/31378/coronavirus-globalizacion-capitalismo-farmaceuticas-sanidad-privada-Mike-Davis.htm

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