jueves, 26 de marzo de 2020

¿A quién vamos a matar?

Las formas de producción, distribución y consumo propias del capitalismo son las que están generando la crisis climática, no el mero aumento de la población. Sin embargo, la desinformación o el desconcierto ante el covid19 ha dado relevancia a discursos teñidos de la peligrosa ideología del ecofascismo.

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Byron Maher

 Un jabalí pasea tranquilamente por la calle Balmes, en Barcelona. Atraviesa una Diagonal desierta y silenciosa y sigue su camino. Alguien lo graba con el móvil y lo sube a las redes sociales. En pocos minutos, el vídeo acumula miles de reproducciones. La imagen es hermosa, pero también inquietante. Se parece demasiado a las escenas apocalípticas que hemos visto cientos de veces en el cine y la televisión. El vídeo se viraliza en unos minutos y comienza a extenderse por Twitter, por Facebook, por WhatsApp. No es el único de este tipo que ha circulado por las redes sociales en los últimos días. Hemos visto también pavos reales en las calles de Madrid, delfines en el puerto de Cagliari, peces en los canales de Venecia. Los vídeos aparecen acompañados de comentarios. Un buen número de ellos afirma que esas imágenes son la prueba de que la verdadera pandemia es el ser humano, que el verdadero virus somos nosotros.

No es la primera vez que leemos este tipo de afirmaciones desde la extensión del covid19. La reducción de los niveles de contaminación en Wuhan, el primer foco de extensión de la pandemia, también fue interpretada por un buen número de usuarios de las redes sociales como una prueba de que el planeta se defendía de la nocividad del ser humano creando una enfermedad para la que no teníamos cura. La Tierra se purgaba de la plaga humana. Gaia se vengaba de nosotros.

La mayoría de estos tuits y posts no tenían una reflexión estructurada detrás. Eran simples comentarios rápidos que mezclaban ecologismo mal entendido, culpa judeocristiana y cultura de la distopía. Sin embargo, aunque las personas que los lanzaban a las redes no fueran conscientes de ello, compartían un marco de pensamiento peligroso. No solo porque eran tremendamente insensibles con el sufrimiento de miles de personas que están viendo enfermar y morir a sus seres queridos, que están luchando ellos mismos contra el virus o que están afrontando despidos y pérdida de ingresos, sino también porque contribuían a extender el sustrato necesario para el desarrollo de una ideología peligrosa, el ecofascismo.

Las semillas del ecofascismo
Detrás de la afirmación de que el ser humano es una plaga para el planeta está la idea de que la solución a la crisis ecológica es la eliminación de parte de la población. En este marco de pensamiento, lo que se identifica como causa de la crisis es el exceso de seres humanos, por lo que la muerte de una buena cantidad de ellos sería la única posibilidad de restaurar el equilibrio ecológico.

La pregunta entonces es ¿quién va a morir? Parece difícil creer que las personas que defienden este tipo de ideas estén pensando en organizar el suicidio colectivo de su familia o asesinar a sus amigos. Lo más probable es que piensen que eso no va a sucederles a ellos, que van a estar en el grupo de población que no se vea afectado por esa medida. ¿A quién vamos a considerar “desechable” entonces? ¿Qué población vamos a eliminar? En una sociedad capitalista parece bastante plausible que se esgrimiesen criterios de productividad y meritocracia, que en realidad solo encubrirían una tremenda violencia de clase contra los de más abajo. Los “desechables” probablemente serían los expulsados del sistema, como las personas sin techo, los inmigrantes ilegales o los habitantes de poblados chabolistas y barriadas de infraviviendas. Esto puede parecer exagerado, pero basta un vistazo a la historia de violencia contra estos colectivos para darnos cuenta de que no es tan lejano.

Otra posibilidad sería que, desde esta ideología ecofascista, se quisiese aplicar un criterio demográfico. En la actualidad, la zona del mundo que presenta una mayor tasa de crecimiento de población es el África subsahariana, así que parece bastante probable que los países occidentales quisieran externalizar el exterminio de población a esta zona. La historia de violencia colonial niega cualquier tentación de considerarlo exagerado.

Más allá del exterminio directo de la población, se podrían optar por medidas como la esterilización. De nuevo, surge la misma pregunta ¿las personas que piensan que el ser humano es una plaga están considerando esterilizar a sus amigos, a sus seres queridos? ¿A quién vamos a esterilizar? Las esterilizaciones masivas tampoco son nuevas en la historia, ni ajenas a las democracias liberales: el Perú de Fujimori esterilizó sin consentimiento a 300.000 personas, la mayoría mujeres indígenas, entre 1996 y 2001; Japón esterilizó a 25.000 personas con enfermedades hereditarias o diversidad funcional entre 1948 y 1996 gracias a la Ley de Protección de la Eugenesia que buscaba “un Japón mejor”; Estados Unidos esterilizó forzosamente a más de 60.000 personas en la primera mitad del siglo XX, gracias a leyes de eugenesia que daban potestad a los funcionarios públicos para esterilizar a personas consideradas “no aptas” para tener hijos, la mayoría mujeres negras, indias, latinas y con diversidad funcional. Y podríamos seguir con decenas de ejemplos más por todo el mundo.

Otra posibilidad sería establecer políticas de limitación del número de hijos, como la política del hijo único vigente en China durante varias décadas. Sin embargo, con una natalidad desplomada en Occidente, lo más probable es que de nuevo esto se aplicase, haciendo uso de un alto grado de violencia colonial, a las zonas del mundo que tienen una tasa de fecundidad superior a la tasa de reposición, como África subsahariana o Asia occidental.

Si seguimos el razonamiento de muchos de los comentarios en redes sociales, parece que es el propio planeta el que se va a hacer cargo de la “purga” de la población a través de pandemias y enfermedades. Esto va bien para descargarnos de la responsabilidad de tener que asesinar o esterilizar, pero lo cierto es que es bastante absurdo. El planeta no es un ente con capacidad de pensar, no hace planes, no se venga del daño que le han causado los humanos. Esta especie de ecofascismo místico que antropomorfiza al planeta no solo no resiste ningún tipo de razonamiento lógico, sino que además es bastante desconsiderado con el sufrimiento de enfermos y familiares. Tienes que ser una persona bastante terrible para decirle a alguien que acaba de perder a su madre que en realidad es un sacrificio de Gaia.

Desviar el foco 
El marco ideológico del ecofascismo no es ajeno a algunos de los principales partidos de extrema derecha europeos. El Frente Nacional de Marine Le Pen o el Fidesz de Viktor Orban ya han hablado en varias ocasiones de la necesidad de endurecer el cierre de fronteras como medida de lucha contra el cambio climático. En una entrevista hace unos meses, Le Pen argumentaba que la preocupación por el clima es “inherentemente nacionalista” y que los “nómadas”, como llama a los migrantes, “no se preocupan por el medio ambiente porque no tienen patria”. De momento, las medidas que proponen no incluyen el exterminio o la esterilización forzosa de la población, pero parece irresponsable alimentar en redes el sustrato de este marco ideológico. Al fin y al cabo, solo hay un paso entre uno y otro, y la experiencia histórica ya nos advierte de lo sencillo que es recorrerlo.

Pero además de contribuir a extender las semillas del ecofascismo, los comentarios que señalan el exceso de población como causa de la crisis ecológica también desvían el foco del problema principal: el capitalismo. Las formas de producción, distribución y consumo propias del capitalismo son las que están generando la crisis climática, no el mero aumento de la población. Esta misma población, con otra forma de organización social, podría vivir de forma sostenible.

Un estudio publicado en la revista Nature en enero de este mismo año mostraba que el planeta sería capaz de alimentar a 10.000 millones de personas, casi 3.000 millones más que en la actualidad, sin sobrepasar los límites ecológicos. Para ello, claro, serían necesarios cambios en la producción y en la dieta, como el descenso en el consumo de carne, la sustitución de unos alimentos por otros o la reducción del regadío y la fertilización química en determinadas zonas del planeta. El informe partía de un escenario capitalista, por lo que es fácil imaginar lo que podríamos hacer en otro escenario.

Responsabilizar de la crisis climática al conjunto de la población por igual también supone desviar el foco del problema de clase. La realidad, sin embargo, es que el 10% de la población más rica del planeta genera la mitad de las emisiones derivadas de los hábitos de consumo. La mitad más pobre del planeta, en cambio, solo contribuye con un 10%. Las medidas destinadas a reducir la población parecen poco efectivas para hacer frente a una contaminación que es producida de forma mayoritaria por un conjunto bastante pequeño de la población mundial.

Si de verdad nos preocupa la crisis ecológica y esta no es una mera excusa para imponer políticas de cierre de fronteras y control de la población, deberíamos poner el foco en las relaciones de producción y consumo capitalistas y no en la cifra global de población. Y si nos preocupan las tasas de natalidad de algunas zonas del planeta ─según los datos de la ONU la global ya descendió hasta el 2,3 mujeres por hijo, muy cerca de la tasa de reposición de 2,1─ deberíamos hacernos fervientes feministas, porque si algo nos ha demostrado la experiencia histórica es que las tasas de natalidad descienden cuando las mujeres tienen el control sobre sus propios cuerpos y pueden acceder libremente a métodos anticonceptivos y a abortos seguros.

No necesitamos medidas de control de la población ni esterilizaciones masivas, y tampoco necesitamos pandemias que lo hagan por nosotros. Necesitamos acabar con un sistema de producción y consumo que está llevándonos a una crisis ecológica sin precedentes y que ha supuesto ya el exterminio de cientos de miles de especies. Necesitamos entender que el capitalismo es un sistema fracasado que no es capaz de garantizar la supervivencia en el planeta y que debe ser sustituido por otra forma de organización social. Frente al riesgo de la extensión del ecofascismo, necesitamos articular un ecosocialismo que será necesariamente diferente del socialismo del siglo pasado, pero que nos permitirá garantizar la supervivencia de todos los habitantes del planeta ─humanos y no humanos─ y asegurar la mejor de las vidas posibles para todos, no solo para unos pocos. Quizá, como decía el filósofo Jason Read hace unos días, la elección del siglo XXI ya no es entre socialismo o barbarie, sino entre socialismo o extinción.
 Los hospitales de Estados Unidos están debatiendo la posibilidad de NO hacer maniobras de resucitación para reanimar a los pacientes con un paro cardíaco provocado por el coronavirus con el fin de evitar contagios entre el personal sanitario que les atiende.

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