Manifestante en Medellín, durante la manifestación del 8M.
Laura Arango |
Este 25N, Día Internacional de Lucha por la
Erradicación de las Violencias contra las Mujeres, los feminismos
latinoamericanos salimos a la calle contra el golpe en Bolivia y contra
el terrorismo de Estado en Chile. La violencia sexual es violencia
política. Decimos NO a la impunidad frente a los asesinatos, torturas,
secuestros, desapariciones, abusos, vejaciones y violaciones. Esta
violencia tiene la intención selectiva de desarticular la potencia de
los feminismos y de los movimientos disidentes. La violencia sexual es
violencia política contra quienes hacemos frente al neoliberalismo, su
sistema de endeudamiento, obediencia y explotación, y experimentamos,
inventamos o recuperamos formas de encontrarnos que encienden el deseo, y
la necesidad de otra vida.
Mientras nos levantamos en los territorios, los ejércitos
han vuelto a las calles de América Latina. La cacería es evidente. Los
gobiernos dan vía libre y amparo a las fuerzas de “seguridad”,
habilitándolas a mutilar y violar con saña específica a mujeres y a
cualquier identidad disidente de la heterosexualidad normativa, impuesta
también a bastonazos. La policía, en tanto, dispara a los ojos de
pueblos que han vuelto a levantar irreversiblemente la mirada. Los
ejércitos y la policía militarizada en las calles, desde Bolivia a
Haití, desde Chile a Ecuador, desde Wallmapu y por todo Abya Yala, abren
las heridas no cicatrizadas del funesto y orquestado Plan Cóndor y de
los terrorismos de Estado impuestos hace cuatro décadas en cada
territorio de nuestra América. No perdonamos ni olvidamos ningún golpe.
La impunidad actual es expresiva de la impunidad histórica de
democracias que pactaron justicia en la medida de lo posible. Impunidad
sobre la que se acordó la continuidad del régimen neoliberal impuesto a
sangre y shock, y que ha garantizado la permanencia del terrorismo del
Estado en los territorios.
Las feministas decimos NO al acuerdo que consagra la
impunidad del Gobierno asesino de Piñera. Exigimos su renuncia ya.
Decimos NO al golpe de Estado racista y fundamentalista en Bolivia que
va detrás de la consolidación de un modelo extractivista transnacional
asesino.
Hoy, con la narrativa de combatir el narcotráfico y de
imponer la seguridad interior, también se militarizan nuestros barrios y
nuestras calles. Consagrando las tropas a la Biblia, como cruzados
medievales, apuntan contra las organizaciones horizontales de los
territorios que defienden la tierra, el agua, el aire, las plantas y los
animales como parte de una cosmovisión que consideran “superada”, pero
que resulta subversiva para el neoliberalismo extractivista. El
asesinato de lideresas territoriales, y especialmente de referentas de
comunidades indígenas y afrodescendientes, no se detiene ni en Colombia
ni en Nicaragua, ni en Chile, ni en Brasil. Somos también la tierra que
quieren saquear, somos el agua que privatizan, y somos las plantas y
animales que explotan y torturan. Somos nosotras contra la deuda, como
dicen las feministas en Puerto Rico. Por eso gritamos desde todas las
regiones de nuestro continente: ¡no somos sus recursos disponibles ni
somos superficies dóciles de normalización! Denunciamos la alianza entre
el extractivismo, el racismo y los fundamentalismos religiosos que nos
disputan el control de nuestros cuerpos-territorios: ahí es donde se
anuda el racismo con la avanzada neocolonial.
Mientras se agudiza la precarización de la vida, se
recrudece la violencia machista que atraviesa las relaciones en que esa
vida se sostiene y se renueva cada día. Los alfiles ideológicos de las
derechas, las religiones nuevas y viejas, quieren volver a encerrarnos
en nuestras casas, donde nos matan y nos explotan. La violencia sexual
es violencia política, lo repetiremos hasta que nos oigan. La familia
cerrada e idealizada que defienden las religiones como paradigmas del
orden es muchas veces directamente nuestra tumba y tantas otras la finca
de esclavas donde los estados capitalistas extraen de nuestro tiempo el
valor de un trabajo no remunerado: los cuidados que damos, las redes
que sostenemos, los servicios que proveemos; en fin: la reproducción de
la vida. Esa familia cerrada con la autoridad paterna decadente y
celebrada es el caldo de cultivo donde se cuecen los femicidios y el
abuso sexual, donde se reproduce la violencia machista. Nos matan en
nuestras casas e intentan convencernos de que el peligro está afuera, y
que los milicos están para cuidarnos. Hoy, dentro y fuera del hogar,
crece el peligro para nosotres.
Las revueltas y desobediencias plurinacionales que vivimos
han descompuesto la normalidad neoliberal y las continuidades
coloniales. La guerra se intensifica ahora contra toda rebeldía. Decimos
NO al pacto de caballeros que nos endeuda, nos empobrece, nos excluye y
nos quiere sumisas. Decimos NO a la intervención del FMI que nos
hipoteca y modula nuestras formas de vida. Decimos NO a los pactos por
arriba y a espaldas de los movimientos, que clausuran nuestras formas
deliberativas y de decisión política. No queremos la falsa felicidad del
consumo irrestricto sostenido en nuestra pobreza estructural y en
nuestra imposibilidad de decisión. La violencia política sexual hoy nos
quiere como botín de guerra. Pero estamos alerta, hemos tejido nuestros
acuerdos y nuestras divergencias, lejos de dividirnos, nos fortalecen,
porque sabemos que la política que hacemos no es vertical, porque no
buscamos disciplinarnos sino abrir sentidos, pensar juntes y cambiarlo
todo. Como decían las feministas chilenas en los 80: hoy, más que nunca,
somos +.
Ahora que estamos juntes, nos acuerpamos para enfrentar
este mundo que da terror. Para desarmarlo. Porque estamos para nosotres y
nos mueve el deseo de una vida que valga la pena vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario