Entrevista con Unai Pascual, investigador del Centro Vasco para el
Cambio Climático (BC3), a raíz de su artículo ‘Economía ecológica en la
era del miedo’.
El crecimiento, cada vez mayor, de
movimientos populistas de extrema derecha
está afectando “no sólo a la gobernanza de los regímenes democráticos,
sino también a la relación entre ciencia y política, y a la agenda
medioambiental mundial”. Así lo defiende un artículo publicado esta
semana en la revista científica
Ecological Economics titulado
Economía ecológica en la era del miedo.
Con el fin de entender la relevancia de este movimiento, los autores ahondan en las raíces de lo que llaman “
insurgencia de la extrema derecha”. Señalan que la
economía ecológica,
a través del desarrollo de una agenda de investigación relevante, puede
ser una herramienta clave para defender una «política de esperanza” que
haga frente a la «política del miedo de la que dependen los regímenes
autoritarios emergentes”.
A pesar de que estos movimientos de extrema derecha “no tienen posiciones homogéneas”, sí que comparten “
al menos diez características comunes”,
recoge la investigación. Entre ellas, destaca el rechazo al
«globalismo» y la preferencia por el nacionalismo económico; la
oposición a la inmigración, así como a aquellas acciones que favorezcan a
los grupos sociales más desfavorecidos; el nulo interés por las
cuestiones medioambientales, entre las que se incluye el cambio
climático; o la indiferencia por las evidencia científica, los hechos
históricos y los datos empíricos que contradicen sus posturas
ideológicas y sus valores fundamentales, entre otras características.
Unai Pascual (Vitoria-Gasteiz 1973) es, junto a
Roldan Muradian, el autor de este artículo. Doctor en Economía y
Política Ambiental, Pascual es Profesor Ikerbasque en el equipo
científico del
Centro Vasco para el Cambio Climático (
BC3). Entre 2015 y 2018, fue miembro del Comité Multidisciplinar de Expertos del
IPBES -el equivalente al
IPCC
en biodiversidad-, formado por 25 científicos de reconocido prestigio
internacional. El año pasado, fue nominado a su vez copresidente de la
Evaluación de los Valores de la Naturaleza de IPBES (2018-2021).
¿Cuáles son los aspectos más importantes en los que incidís en el artículo?
Hemos hecho un análisis interdisciplinario desde la economía, la
sociología y la psicología social y política, porque parece que
podríamos estar en un momento clave de rápidos cambios sociales, y donde
se está dando lo que llamamos insurgencia de la extrema derecha. Es un
movimiento coordinado que ya está ocupando bastantes puestos de poder
directos en algunos países e influenciando el discurso y las políticas
en muchos otros.
Tratamos de entender qué repercusión tiene esto en dos aspectos. Por
un lado, para reflexionar sobre el diseño de la ciencia de la
sostenibilidad, dado los retos socio-ecológicos que tenemos a nivel de
civilización y planetario. Retos como, por ejemplo, el cambio climático o
la pérdida de biodiversidad en un mundo cada vez más desigual. Es
decir, qué repercusión puede tener la coyuntura actual, con el auge de
los populismos de extrema derecha, en el diseño y alineamiento de
políticas públicas para las sostenibilidad. Por otro lado, tratamos de
sugerir unos anclajes en los que la economía ecológica debería
profundizar y ayudar a identificar una agenda de investigación global
para las siguientes dos o tres décadas.
Hacéis mucho hincapié en lo que denomináis la “política de la posverdad”.
Si bien a la ciencia y a los científicos se nos reconoce socialmente
el rol de ofrecer información objetiva y neutral para la toma de
decisiones, los políticos o los tomadores de decisiones siempre han
tomado esos conocimientos de manera estratégica. Sobre todo cuando se
alinean con sus intereses. Eso es algo que está ahí y nosotros lo vemos
como un hecho.
El resurgimiento de los movimientos populistas de extrema derecha se
está produciendo, a la vez que las redes sociales están adquiriendo
mucho poder. El periodismo tradicional puede estar perdiendo ese rol que
tenía antes muy dominante: la de ser la autoridad dominante en la que
podía confiar la ciudadanía para recibir información.
Los populismos de extrema derecha se están aprovechando del uso desde las
fake news
hasta poner en cuestión la evidencia científica y el rol de los medios
de comunicación tradicionales. Eso se está canalizando, sobre todo, a
través de las redes sociales o medios de comunicación alternativos.
Medios que hasta ahora no han sido dominantes, pero que están empezando a
jugar un papel fundamental en la transmisión de ideas y valores. La
emergencia de la extrema derecha se basa también en sus estrategias de
comunicación.
Saben cómo trasladar diferentes ideas, ya sean
fakes news o
teorías conspiratorias, y cómo poner en duda la evidencia científica sin
ningún argumento. Tenemos muchos ejemplos, como es el caso de las
vacunas o el del cambio climático. Esto se ha experimentado bastante
durante los últimos años, y creemos que se ha refinado mucho.
Por tanto, lo que decimos es que hay que prestar atención a lo que se
denomina como ecología de la comunicación. Hay muchos tipos de
comunicación y formatos, y vemos que la gente que se está alineando con
este tipo de discursos más populistas se está aislando
comunicativamente. En vez de abrirse a escuchar, ver o leer diferentes
discursos, ideas, opiniones, y obtener diferentes perspectivas y datos,
se quedan en esos ecosistemas aislados de la comunicación porque reciben
una información que les conviene, pues se ajusta a su visión del mundo.
Esto hace que se aíslen aún más desde el punto de vista del
conocimiento y lo que realmente está pasando a su alrededor. Eso genera
una gran polarización de las perspectivas políticas que, a su vez,
provocan un impacto directo en cómo la gente está dispuesta a actuar, o
no, ante estos retos ambientales.
A raíz de esto que comentas. Se discute mucho sobre qué hacer
con la extrema derecha que niega la ciencia del cambio climático. Dices
que son personas en ‘ecosistemas de información’ aislados. ¿Cuál crees
que es la mejor forma de enfrentarse a ellos?
Lo primero es darse cuenta que la insurgencia de la extrema derecha,
como movimiento coordinado global, es un hecho. Luego, se trata de
confrontar y entender por qué se está dando este fenómeno. Cuál es su
origen. Porque si no entendemos el origen nunca le vamos a poder dar una
solución real. Para nosotros está clarísimo que la insurgencia de la
extrema derecha es muy peligrosa para la agenda multilateral sobre los
retos medioambientales.
Por tanto, es necesario no ocultar el problema y hacer análisis
correctos. A partir de esto, por un lado, las agendas de investigación
tienen que tener muy claro que el mundo está cambiando en muchos
aspectos. Tenemos que entender cómo la globalización neoliberal, que
lleva ya décadas en marcha, está generando en capas sociales muy amplias
una sensación de vulnerabilidad y una incertidumbre existencial de no
saber qué puede pasar mañana.
Personalmente, a la extrema derecha, como se dice popularmente, ni
agua. Entender por qué existe, sí, pero sin dejar de confrontar, en el
debate científico y social, las mentiras y la política de la posverdad
que emplean para seguir creciendo.
Tenemos que seguir ofreciendo información basada en la evidencia
científica, pero de modo que la gente la pueda entender. Que entiendan,
por ejemplo, por qué la crisis climática les puede afectar y que pueden
hacer para hacerle frente. Necesitamos que los discursos que se nutren
de la ciencia sean más pedagógicos y se enfrenten directamente con la
política de la posverdad.
¿Merece
la pena y el esfuerzo confrontarles con una evidencia científica que les da
igual que esté ahí? Ellos ya tienen su propia verdad y es la única que les
interesa.
Bueno, hay que saber quiénes son «ellos». ¿Son los líderes de los
movimientos de la insurgencia de la extrema derecha? ¿o es la gente
corriente que les apoya, los que se ven seducidos por sus discursos
basados muchas veces en el engaño y la mentira? Creo que es mucho más
importante concentrarse en entender la psicología de la gente para saber
por qué apoya discursos populistas, y confrontar la información
engañosa y las mentiras que reciben desde los líderes de esos
movimientos. En esto hay que ser muy directos, y para eso son
fundamentales los medios de comunicación serios. También es importante
que ese debate no se quede solo en las élites de la comunicación y la
política, sino que baje a la sociedad, a pie de calle. Ese es el
esfuerzo que hay que hacer, también desde la comunidad científica.
En
el artículo hacéis mención directa a países y sus respectivas figuras, como es
el caso de Bolsonaro o Trump. No así con España o VOX.
Mencionamos
una serie de países donde la extrema derecha populista ya ha llegado al poder,
pero también decimos que en otros países están teniendo influencia en el
discurso político general, lo cual implica también una influencia directa en las
políticas públicas, marcos legislativos, etc.
En el artículo nos hemos centrado en dos ejemplos. Uno es el de
Trump, y el otro el de Bolsonaro. Uno ha llegado al poder en uno de los
países más influyentes y dominantes del mundo, que es Estados Unidos. El
otro en Brasil, que es uno de los países más influyentes entre los
países en desarrollo. Sobre todo, teniendo en cuenta la influencia que
tiene el país en la agenda ambiental multilateral: es uno de los lugares
de mayor biodiversidad del mundo, de mayor capacidad de absorción del
CO2…
Usamos esos dos casos como ejemplos paradigmáticos, pero el análisis
que realizamos se puede exportar fácilmente a diferentes países y
contextos, tanto en los países desarrollados como en los países en vías
de desarrollo: en España con VOX, en Francia con el movimiento de Le
Pen… La insurgencia de la extrema derecha es un fenómeno coordinado y
global que comparte muchas similitudes a pesar de ocurrir en países
diferentes.
Lo estamos viendo en Chile con las reivindicaciones sociales.
También en Bolivia, con el litio de por medio. Lo mismo Brasil, con los
pueblos indígenas y la destrucción de la Amazonia. Se está mandando un
mensaje, y es que la justicia climática no será posible sin justicia
social.
Estoy
completamente de acuerdo. No es posible hablar de buscar una solución al
problema ambiental global de manera separada de los retos sociales.
Y no solo está ocurriendo en América Latina. En muchos de los países
donde hay revueltas sociales, éstas están asociadas a la desigualdad en
el reparto de la riqueza. Y este hecho suele estar íntimamente ligado
con el reparto de los derechos en el acceso a los recursos naturales,
como el agua, la tierra, etc., y los beneficios que se consiguen de los
sectores extractivistas, como la minería, la industria forestal, las
pesquerías…
En
un contexto de negación de la ciencia por parte de los regímenes autoritarios y
con el antiambientalismo como bandera, ponéis en valor la figura de la economía
ecológica. ¿Qué papel debe jugar la economía ecológica ante la insurgencia de
la extrema derecha?
La economía ecológica ya lleva unas cuantas décadas funcionando como
disciplina científica a nivel mundial. Es un campo de investigación
consolidado que se basa en la idea de la transdisciplinariedad. Es
decir, va más allá de la interdisciplinariedad científica, y aboga por
la participación social a la hora de compartir y generar conocimiento
útil para la gente. Los actores sociales también tienen que demandar
conocimiento específico que les ayude, ya sea para vivir mejor, o para,
como es el caso de la economía ecológica, diseñar instrumentos
económicos que favorezcan la sostenibilidad del planeta. La economía
ecológica trasciende las necesidades de las generaciones presentes y
también pretende aportar conocimiento y análisis para el bienestar de
las generaciones futuras.
Como cualquier campo científico, la economía ecológica evoluciona
según el contexto histórico en el que se encuentra en cada momento.
Ahora, lo que nosotros vemos es que con el peligro del resurgimiento de
la extrema derecha a nivel mundial, la ciencia de la sostenibilidad y la
economía ecológica en particular, tienen que redefinir sus prioridades
de cara a las próximas décadas. Y cuanto antes lo hagamos mejor. Este es
uno de los aportes que hacemos en el artículo.
Por ejemplo, vemos que, hasta ahora, en la economía ecológica se ha
hecho mucho énfasis en entender cuáles son los valores económicos de los
activos naturales para tratar de convencer a los políticos y tomadores
de decisiones que los recursos naturales no son gratis y tienen un valor
mucho más allá del valor que el mercado asigna vía precios. La economía
ecológica ha hecho grandes aportaciones para demostrar que muchas
veces, los beneficios en la conservación de los activos naturales,
normalmente, suelen ser mayores que los beneficios de su explotación,
sobre todo cuando ésta no es sostenible en el futuro.
Pensamos que la economía ecológica debe también estar preparada para
atraer y utilizar el conocimiento de la psicología social y política
para entender cómo se forman los valores, nuestras preferencias como
individuos y como sociedad, lo que nos asusta, lo que nos atrae, lo que
nos bloquea, etc. Necesitamos incluir este conocimiento para entender el
comportamiento humano, sobre todo, en una era donde las cosas parecen
estar cambiando de manera muy rápida.
La economía ecológica puede, y debe, hacer un aporte importante a la
ciencia de la sostenibilidad ayudando a entender las bases del
comportamiento humano en esta época de capitalismo global para, desde
ahí, contribuir a diseñar transformaciones socio-ecológicas para
conseguir un mundo más sostenible y más justo. No olvidemos que la
economía ecológica se fundamenta en el reconocimiento de su carácter
normativo.
En el artículo se afirma que la economía ecológica puede
contribuir a una «política de esperanza» en respuesta a la «política de
miedo» de la que viven regímenes autoritarios emergentes. ¿De qué
manera?
El
miedo es un instrumento muy poderoso que está utilizando el populismo, sobre
todo el de extrema derecha, para conseguir apoyos de la sociedad y perseguir
sus fines.
Eso hay que confrontarlo, y la economía ecológica tiene que ayudar a
entender cómo funciona el discurso artificial sobre el miedo, porque al
final es este sentimiento lo que hace que mucha gente se paralice o
actué de forma que impida avanzar hacia la sostenibilidad. Desde la
ciencia debemos aportar lo necesario para confrontar y erosionar esa
política del miedo, porque si se afianza lo vamos a tener muy difícil
para conseguir transformaciones sociales y económicas que sirvan para
hace frente a los retos ambientales como la crisis climática y la
perdida acelerada de biodiversidad global.
Una de las peores consecuencias, ya visibles, de la crisis
climática son las personas que se ven obligadas a desplazarse por
motivos climáticos. Este es otro miedo con el que juega el populismo.
Movimientos migratorios siempre ha habido en la historia del planeta,
es una cosa natural. Lo que hace el populismo de extrema derecha es
utilizar el discurso de la inmigración para agrandar la sensación de
inseguridad que puede estar sintiendo una capa social cada vez más
amplia que ve cómo su situación socio-económica se está precarizando. El
discurso contra la inmigración es un instrumento que ha utilizado
siempre y que comparte el movimiento de la insurgencia de la extrema
derecha en todo el mundo.
Es muy posible que los movimientos migratorios forzados se agraven
por la crisis climática. Estoy seguro que los movimientos populistas de
extrema derecha van a utilizar estas situaciones, muy graves a nivel
humanitario, para su propio beneficio e infundiendo todavía más miedo en
la población autóctona.
Hay que estar muy atentos para desmontar estos discursos del miedo
ante el fenómeno universal de la inmigración, sobre todo para explicar
que los movimientos migratorios debidos a la escasez de recursos
naturales. Por ejemplo, debido a la escasez de agua, catástrofes
alimentarias, perdida de tierra fértil, enfermedades- también tienen que
ver con la crisis climática. Hay que explicar con datos en la mano que
el cambio climático es un multiplicador de la inestabilidad política en
muchos rincones del planeta, y que la crisis climática tiene unos
responsables. Y curiosamente, una gran parte de la responsabilidad recae
en la elite económica con la cual la insurgencia de la extrema derecha
tiene vínculos muy estrechos e intereses compartidos.
Muchas
veces se cataloga al ecologismo (partidos o movimientos), como el mejor
antídoto frente a la extrema derecha. ¿Cree que realmente es así o que es un
papel que no le corresponde?
El
ecologismo es un movimiento vivo que tiene diferentes maneras de articularse y expresarse
en la sociedad. Puede ser un instrumento válido para confrontar esa política
del miedo, pero siempre dándonos cuenta de que el ecologismo no es algo que
solo tenga que ver con el medio ambiente; también tiene que ver con la sociedad
en su conjunto. El ecologismo como movimiento se ha dado cuenta hace mucho
que debe tener un enfoque integrado, tanto ambiental como social. Un enfoque
socio-ecológico.
El ecologismo, si actúa de forma independiente, lo tendrá muy difícil
para enfrentarse a un reto tan importante como es esta insurgencia de
la extrema derecha populista. Sin embargo, se ve que está evolucionando
hacia maneras de colaboración con otros movimientos sociales: el
feminismo, los derechos sociales de los trabajadores, el antiracismo… Es
algo que llevamos viendo desde hace tiempo, y es que todos estos
movimientos se están dando cuenta de que tienen que trabajar juntos y
que comparten muchas de sus demandas. Esa agenda compartida es la que se
necesita para hacer frente a la insurgencia de la extrema derecha.
Fuente:
https://www.climatica.lamarea.com/la-economia-ecologica-frente-al-discurso-de-la-extrema-derecha/