El ejército de Brasil patrulla a estas
horas las favelas de Río de Janeiro. Lo hará hasta fin de año. Un
general es el responsable máximo de todas las policías de Río, de los
bomberos y de las cárceles. El gobierno de Temer ha
conseguido que el Congreso apruebe la militarización por la vía de
urgencia, sin enmiendas. La derecha brasileña, la que manda en el país,
la apoya con vehemencia: dicen que hay una crisis de seguridad (seis mil
setecientos treinta y un asesinatos en 2017) y que se debe hacer
cumplir la Constitución. La izquierda (derribada del poder con un golpe
legal) advierte de que la supuesta guerra contra el crimen es en
realidad un pisotón a los pobres que acaba con las libertades.
Una de las primeras medidas que ha adoptado el general Walter Souza Braga Netto
como interventor general es hacerles fotos a los habitantes de las
favelas. Foto y documento de identidad. «No todos somos bandidos», se
quejan los vecinos. A la prensa se lo ponen difícil: grabar el fichaje
de los favelados, afirma el ejército, pone en riesgo su seguridad. El
martes pasado mataron a tiros a un sargento. Pero no fue ningún
periodista sino posiblemente algún integrante de las bandas que
gobiernan las favelas en ausencia crónica del poder público. Con Lula de presidente, el gobierno intentó dignificar los barrios pobres de Brasil. La crisis y el golpe les han enviado al ejército.
Las favelas son hijas de la guerra,
madre de tantas cosas. En la Guerra de Canudos, a finales del siglo XIX,
los soldados de la República se instalaron en el morro da favela, una
planta típica en Bahía. Cuando acabó la guerra y regresaron a Río, sin
sueldo ni vivienda, los veteranos se instalaron en colinas parecidas a
las de Canudos. Las llamaron «favelas»: memoria histórica del
combatiente. Y ellos, los antiguos soldados, se convirtieron en
favelados, como sus vecinos igual de pobres llegados a Río del mismo
nordeste reconquistado en nombre de la ley. El ejército en la favela no
es una anomalía. Es un bucle melancólico. Tristeza não tem fim.
Las visitas turísticas a las favelas
cariocas están de moda. La que organiza Favela Tour promete un viaje
seguro en furgoneta climatizada. Nada de jeeps ni motos, no caiga una
bala perdida. La experiencia de la miseria sale a partir de cincuenta y
cinco euros por persona, con precios especiales para niños. Favela Tour
tiene cuatro estrellas y media en Tripadvisor. «Muy interesante», dice
la usuaria Juli, encantada con las vistas desde la
favela da Rocinha. Estos días, con el ejército rondando, habrá bajado el
negocio, aunque no faltará quien asuma el riesgo porque bien vale unos likes. La pobreza también es un business y la favela, en su sitio bajo la bota del orden y el progreso, una cosa chic.
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