Lucía Topolansky, durante la entrevista.
Nico Pezzino |
De la militancia guerrillera a la cárcel, donde pasó 13
años presa de la dictadura. De la recuperación de la libertad a la lucha
parlamentaria. Con esta trayectoria política a sus espaldas, ha llegado
la hora de Lucía Topolansky, actual vicepresidenta de Uruguay, la mujer
con más poder político de su país. La compañera de toda la vida del
expresidente José Mujica reivindica la utopía en un mundo confundido.
Lucía Topolansky Saavedra, 73 años, me recibe en su
imponente despacho del Palacio Legislativo de Montevideo, sede del
Parlamento bicameral uruguayo. Un gran cuadro del expresidente José
Batlle Ordóñez, precursor de la modernización de Uruguay a principios
del siglo XX, ocupa un lugar prominente en la enorme estancia de grandes
ventanales con cortinajes, boiserie y sofás y sillones de
cuero. Al fondo, sentada frente al escritorio, está la mujer que ocupa
por primera vez en la historia de Uruguay la vicepresidencia de la
República, segundo cargo más importante del país, que combina con el de
presidenta del Parlamento.
“Menudo despacho”, le digo. “Sí, pero no lo elegí yo”, responde veloz y tajante.
Choca a primera vista la imagen de Lucía Topolansky, de
cabello gris plateado, vestida de traje de chaqueta, en la fastuosidad
de palacio. Pienso en su larga trayectoria de lucha, de mujer de
izquierdas, con un pasado de guerrillera, cárcel, torturas,
aislamiento...Y en su estilo de vida austero, en la modesta vivienda y
la chacra que comparte con su compañero desde hace décadas en Rincón del
Cerro, en las afueras de Montevideo, a la que se llega después de
atravesar suburbios industriales y barrios humildes de casas bajas.
La figura de la mujer que acumula más poder político en
Uruguay y en toda América Latina quedó eclipsada, momentáneamente, en la
última década por su esposo y compañero de viaje desde los años 60.
José Mujica, 82 años, presidente de la República por el Frente Amplio
(coalición de izquierda) entre 2010 y 2015, exguerrillero con aspecto de
abuelo venerable, sorprendió al mundo por sus formas de hombre común y
un discurso brillante, sin florituras y asequible a todos.
“Pepe habla sencillo, la gente lo entiende”, explica su
compañera. “Usted encontrará intelectuales y gente de derechas que le
hablarán pestes de Pepe. Pero si sale a la calle y va a los barrios,
verá otra imagen. Esta gente sintió que un igual llegaba a la
presidencia. Nuestra casa es la de toda la vida, y las visitas que
recibimos son como una romería. La informalidad en todo, el
anti-protocolo, todo esto cayó bien en la gente más humilde. Y eso marcó
en Uruguay, porque cuando tuvo que ir al Parlamento fue el primero en
hacerlo en pantalón vaquero y en moto. Ahora es habitual. Se fueron
rompiendo moldes”.
Mujica ocupaba la presidencia y su esposa era la senadora
más votada cuando Uruguay fue pionero mundial en legalizar la
producción, venta y consumo de cannabis, y fue de los primeros países
del hemisferio en dar luz verde al aborto y al matrimonio del mismo
sexo. Todas estas medidas se aprobaban en el país que tuvo la
modernización más madrugadora de América Latina en las esferas
económica, política, social y cultural. En el primer tercio del siglo XX
era uno de los 12 países del mundo con la renta per cápita más alta. La
“Suiza de Latinoamérica” de aquellos años, según algunos, enviaba lana y
carne a una Europa desgarrada y empobrecida por la guerra.
En el mismo periodo abolió la pena de muerte, suprimió la
práctica y enseñanza religiosa en los colegios públicos, legalizó el
divorcio por sola voluntad de la mujer, la jornada laboral de 8 horas y
el voto femenino, y consagró la separación absoluta de Iglesia y Estado,
después de un largo proceso de secularización. La Semana Santa se llama
Semana de Turismo, el Día de la Inmaculada Concepción es el Día de las
Playas, Navidad es el Día de la Familia, y Reyes es el Día de los Niños.
Detrás de José Mujica, el presidente más pobre del mundo
que conmovía con discursos históricos en la conferencia Río+20 sobre
medio ambiente, en la ONU y en otros muchos foros internacionales, y
cosechaba millones de visitas en YouTube, estaba siempre su aliada más
fiel, la entonces senadora Topolansky. “Tuvo la suerte de tener el mejor
soldado en el poder legislativo. Se sacó la grande”, comenta. Nunca
ejerció de primera dama porque en Uruguay no existe como figura
institucional ni hay presupuesto para ello. “No comparto para nada este
concepto”.
La complicidad de la pareja, que data de los tiempos de
lucha clandestina, no ha impedido a lo largo de la relación que Lucía
haya actuado independientemente. “Siempre traté de militar por las mías.
Y tengo cierta experiencia en esto por mi circunstancia de vida, porque
tengo una hermana melliza y tuve que pelear desde pequeña por la
afirmación de mi personalidad”.
En 1967, con 22 años, las dos hermanas ingresaron en el
Movimiento de Liberación Nacional (MLN)-Tupamaros, una guerrilla que
puso en jaque al Estado por la audacia de sus acciones. En aquellos años
América Latina era un hervidero de organizaciones insurgentes, nacidas
al calor de la revolución cubana. “Hubo una conferencia muy importante
en Punta del Este, en la que estaban representados todos los países
latinoamericanos y Estados Unidos. Como delegado de Cuba vino el Che
Guevara. Dio una conferencia en la Universidad de la República. El
presentador de Guevara era Salvador Allende”, recuerda.
El abuelo Topolansky fue quien emigró a Uruguay a finales
del siglo XIX. Había nacido en Budapest, bajo el imperio austro-húngaro,
aunque el apellido es de origen polaco. El padre, Luis Topolansky
Müller, ingeniero civil, era un hombre conservador, votante del Partido
Colorado y ateo. La madre, María Saavedra Rodríguez, era de origen
español. La familia nunca tuvo problemas económicos, como la mayoría de
residentes del acomodado barrio de Pocitos, en Montevideo.
La politización de Lucía Topolansky empezó en el
instituto, con las organizaciones estudiantiles. “La izquierda uruguaya
discutía la toma del poder por la vía electoral o la vía armada. Era el
dilema de la época”. Escogió las armas, y participó en diversas acciones
de los Tupamaros con el seudónimo de Ana. En la clandestinidad conoció a José Pepe Mujica, y allí empezó la relación de pareja.
En los primeros tiempos, aquellos jóvenes rebeldes
despertaron la simpatía en amplios sectores de la población. Algunos
medios los comparaban con Robin Hood. Asaltaban grandes almacenes y
repartían alimentos y juguetes en barrios pobres, robaban y difundían
públicamente documentos bancarios que probaban maniobras turbias,
ocuparon militarmente ciudades importantes y protagonizaron
espectaculares fugas de varias cárceles. Mujica escapó en dos ocasiones
de la prisión de Punta Carretas, hoy reconvertida en un moderno centro
comercial.
Lucía Topolansky fue detenida en enero de 1971, bajo la
acusación de haber facilitado el asalto a una entidad financiera por
parte de un comando que robó 211.000 dólares. Se fugó a los pocos meses
de la cárcel de Cabildo junto a otras 37 presas. En 1972 fue capturada
de nuevo, y en prisión sufrió torturas y pasó largos periodos de
aislamiento. La imagen romántica de los Tupamaros quedó empañada cuando
empezaron los secuestros, bombazos y ejecuciones. Un año después, el
presidente Juan María Bordaberry, perteneciente a la oligarquía
terrateniente y financiera y al Partido Colorado, dio un autogolpe de
estado con el respaldo de los militares. Bordaberry instauró una
sangrienta dictadura cívico-militar (1973-1985), que provocó una
represión y un éxodo de uruguayos sin precedentes. La guerrilla fue
aniquilada y sus integrantes acabaron muertos, en la cárcel o en el
exilio.
En 1985 la dictadura negoció el restablecimiento de la
democracia y todos los presos políticos fueron liberados a finales de
aquel año en una amnistía general. Topolansky y Mujica se reencontraron
después de 13 años de separación forzada. El mundo dio muchas vueltas, y
en 2011 la pareja ocupaba la presidencia del Parlamento, ella, y la
presidencia de la República, él. Juan María Bordaberry, el viejo
dictador, pasaba sus últimos días en arresto domiciliario por una
condena a 30 años de prisión por delitos de desaparición forzada y
asesinato, y falleció aquel mismo año.
“Pagamos el precio de perder 13 años. Salimos de la cárcel
y la idea era seguir luchando, pero pasó un tiempo hasta que la
sociedad nos aceptó. Tuvimos bastante suerte, porque la población pedía
amnistía general e irrestricta. La gente no quería presos políticos. No
pasó como en otros países de América Latina”. En las elecciones de 1994
antiguos guerrilleros participaron por primera vez como candidatos.
Mujica fue elegido y dejó claro desde el primer día que no pensaba “ser
un florero” en el Parlamento. Lucía y Pepe se casaron en 2005, “para
arreglar los papeles”, después de haber convivido durante 20 años.
Los dos veteranos dirigentes son los máximos referentes
del Movimiento de Participación Popular (MPP), heredero de los Tupamaros
e integrante del Frente Amplio que gobierna en Uruguay desde 2005. “Hay
razones que nos llevaron a la lucha que siguen vigentes que son
principios casi elementales, porque el pensamiento político puede ir
evolucionando, pero hay cosas que son de fondo, por ejemplo acabar con
la explotación del hombre por el hombre. Hasta que no logremos en este
mundo que no haya un individuo explotado, vamos a tener motivos de
lucha. La preocupación por la tierra. Bueno… Hemos avanzado alguito,
pero no todo lo que quisiéramos”.
La vicepresidenta aborda la delicada cuestión generacional
y la necesidad de mantener viva la utopía. “Pepe lo explica diciendo
que hay una crisis de abuelos. Puede que sea cierto, pero hay también
una crisis de utopías. Hay una gran cantidad de jóvenes por el mundo que
andan buscando fines para vivir, buscando una causa. No era así en
nuestra época. Nosotros tuvimos suerte en este sentido, aunque algunos
compañeros murieran en el camino”.
Uruguay es una nación de tres millones y medio de
habitantes y más de medio millón en el exterior. Es un país pequeño, del
tamaño de Andalucía y Castilla-León juntas, de base agraria, que
exporta principalmente carne de bovino, arroz, lácteos, soja y textiles.
“Es una incoherencia que todavía tengamos sectores de la población en
la indigencia. Cuando llegamos al Gobierno había casi un 20% de pobreza y
ahora rondamos entre el 8% y el 9%. Hemos movido el índice de Gini, que
mide la desigualdad, pero todavía falta”. Mientras el 20% de menores
ingresos de la población retiene un 7% del ingreso total, el 20% más
rico acapara el 43%. “Mi esperanza está en esa base de la sociedad, que
es además donde la sociedad se reproduce. Empezamos a ser inviables con
nuestra demografía de población envejecida. Necesitamos población nueva
como el pan!”, reclama Lucía Topolansky.
La Convención Nacional de Trabajadores (CNT), principal
sindicato de Uruguay, dispone de cifras poco agradables, que indican que
hay unos 800.000 trabajadores que apenas cobran unos 400 dólares al
mes. El salario mínimo es de 470 dólares al tipo de cambio actual, y la
inflación de los últimos 12 meses alcanzó el 7,07%. “Pero somos el país
que tiene más protección laboral”, replica la vicepresidenta. “La
mayoría de trabajadores tiene Seguridad Social. Miro a Colombia, por
ejemplo, que es un país mucho más grande, y me digo menos mal que nací
en Uruguay”.
“Nosotros tenemos algunas generaciones que nacieron en
estos nichos de miseria”, puntualiza. “Hay que romper un círculo
perverso de la pobreza, que es cultural. Los brasileños sacaron 40
millones de la pobreza. Y me pregunto: ¿Crearon ciudadanos o
consumidores?”
El Frente Amplio exhibe con orgullo los informes de
organismos internacionales como la CEPAL y el BID, que indican que
Uruguay es el país menos desigual de Latinoamérica. Sin embargo, el
Gobierno no ha logrado revertir la concentración de la propiedad de la
tierra en pocas manos. “Tenemos que revisar la ley de herencia, que es
la que permite la acumulación de riqueza. Hay gente que nace y ya tiene
todo resuelto, y vive de una herencia que le dejaron”.
La política tributaria del Gobierno es que pague más el
que más tiene. Funciona sobre la renta personal, pero el tipo impositivo
a la herencia de la propiedad agraria es plano, en contra del criterio
del sector más a la izquierda del Frente Amplio, que representan
Topolansky y Mujica. “Si una madre deja a su hija su casita en un barrio
periférico de Montevideo, construida con el sacrificio de toda la
familia, el tipo impositivo a la herencia es el mismo que paga un
banquero que le deja a su hijo una estancia en los mejores campos”.
¿Por qué no han podido cambiar la ley? Lucía hace una
mueca antes de contestar: “No es fácil el tema de los impuestos, y
nosotros no somos un partido, somos un Frente, en el que están desde el
Partido Comunista hasta el Partido Demócrata Cristiano, en un abanico de
posturas distintas”.
Los papeles se han intercambiado desde las elecciones de
2014. Lucía Topolansky, la senadora más votada, es quien está ahora en
primera línea, expuesta a los focos, y José Mujica, más en la
retaguardia, como expresidente y senador. “Militamos por la misma causa.
Siempre les digo a los militantes jóvenes: el primero o primera que
tenéis que reclutar es tu pareja. Porque ninguna pareja puede entender
la vida de un militante, que no tiene domingos, festivos, ni horarios.”
Livianos de equipaje
Sencillez, solidaridad y austeridad son señas de identidad
de la pareja Lucía y Pepe. “Hay que ir liviano de equipaje, como dice
Machado”. Durante los cinco años que Mujica fue presidente vivieron en
su modesta chacra. Nunca ocuparon el palacio presidencial en Montevideo,
ni la residencia de verano en Punta del Este.
La vicepresidenta se mueve en Uruguay sin escolta, “el
chófer y yo”. “Cuando salgo con Pepe vamos en el Fusca, [el legendario
Volkswagen Beetle]. Tuvimos primero un alemán auténtico de color rojo,
que tuvo un problema mecánico serio, y más tarde le regalaron a Pepe uno
celeste, que es el que usamos actualmente”.
En la página web del MPP, figura la declaración jurada de
ingresos y patrimonio de todos los legisladores del partido. La de Lucía
Topolansky dice que tiene un sueldo mensual de 4.100 euros, más un plus
de 760 euros por las suplencias de la presidencia. Su cuenta bancaria
tiene un saldo de 4.000 euros. El valor de la vivienda es de 110.630
euros, y su patrimonio neto asciende a 114.700 euros.
“La gente cree que la felicidad se logra con tener cosas.
Hay gente que tiene de todo y es infeliz. Me gusta el concepto de
pobreza que tienen los aymaras, aquel que dice que pobre es el que no
tiene comunidad. Con el avance de la sociedad todos tenemos un paquete
de cosas necesarias, pero luego hay una cantidad de cosas superfluas…A
mí me gusta comprar libros. Me gusta gastar unos pesos en libros y me
los gasto”.
“Hemos gastado mucha plata en la lucha política, o en
solidaridad, por ejemplo en la escuela que construimos frente a mi casa.
Gasto el dinero en cosas que me motivan. Hicimos un viaje para conocer
los lugares de donde procede la familia de Pepe, en el País Vasco el
padre, y un pueblito de Italia la familia de la madre. En realidad no
tenemos necesidad de mucho más. Pero no criticamos a otros. Esto tiene
que quedar bien claro”.
En 2019 se celebrarán las próximas elecciones
presidenciales. A Lucía Topolansky ni se le pasa por la cabeza ser
candidata, a pesar de algunas voces que sugieren su nombre. “Yo estaba
con causal jubilatoria, como digo yo.” Su mirada del futuro no contempla
ningún cargo, pero no piensa en absoluto convertirse en una jubilada.
“La política es una carrera de postas, hay que ir formando a gente para
evitar que un día al darse vuelta uno se dé cuenta de que no hay nadie
atrás. Sería dramático. Iba a dejar la política parlamentaria para
dedicarme al trabajo con la militancia, a la formación de jóvenes
militantes. Y eso es a lo que me voy a dedicar cuando termine mi
mandato. Es un trabajo muy necesario en un mundo que está tan
confundido”.
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