domingo, 18 de marzo de 2018

Mi primer libro

     Distaba mucho de ser mi primer libro, pues no sólo soy novelista. Pero soy plenamente consciente de que quien me paga, El Gran Público, contempla todo lo demás que he escrito con indiferencia, cuando no con aversión; y, cuando me requieren, requieren al personaje familiar e indeleble que hay en mí; y cuando me piden que hable de mi primer libro, no cabe duda de que se refieren a mi primera novela.
   De todas maneras, antes o después, y de una forma u otra, tenía que escribir una novela. Parece ocioso preguntar por qué. Los hombres nacen con diversas manías: desde la más tierna infancia, la mía fue jugar con una serie de acontecimientos imaginarios y, en cuanto supe escribir, me hice buen amigo de los papeleros, [...] Acometí la escritura de Rathillet antes de los quince años, The Vendetta a los veintinueve, y la sucesión de derrotas siguió inalterada hasta que cumplí los treinta y uno. En esa época ya había escrito libritos, pequeños ensayos y cuentos, y me habían dado unas palmaditas en la espalda y me los habían pagado, aunque no tan bien como para vivir de ello. [...] Delante de mí, sin embargo, seguía brillando un ideal inalcanzado; aunque lo había intentado con todas mis fuerzas no menos de diez o doce veces, todavía no había escrito una novela. [...] Cualquiera puede escribir un cuento -uno malo, me refiero-, si tiene dedicación y papel y tiempo suficiente; pero no todo el mundo puede aspirar a escribir siquiera una mala novela. Es la extensión lo que resulta letal.
   Fui a vivir con mi padre y madre a Kinnaird. Allí caminé por los páramos rojos y por la orilla del arroyo dorado, el aire tosco y puro de nuestras montañas me infundió ánimos. [...] Yo amo mi clima nativo, pero él no me ama a mí, y el final de este delicioso periodo consistió en un resfriado y una roncha por la picadura de un escarabajo. Allí hacía mucho viento y llovía con la misma intensidad; mi clima nativo era más cruel que la ingratitud humana, y tuve que resignarme a pasar gran parte del tiempo entre las cuatro paredes de una casa lúgubremente conocida como La Casa de la Difunta Señorita McGregor. En ella había un colegial que había vuelto a casa por vacaciones, y estaba muy necesitado de "algo difícil con lo que entretener la mente". No le gustaba la literatura; era el arte de Rafael el que recibía sus efímeros apoyos y, con la ayuda de una pluma, de tinta y de una caja de acuarelas, no tardó en convertir una de las habitaciones en un museo de pintura. Mi deber más inmediato para con el museo era hacer de guía, pero, a veces, me zafaba ligeramente de mis obligaciones y me unía al artista, pasando la tarde con él en una generosa emulación, haciendo dibujos de colores. En una de esas ocasiones, dibujé el mapa de una isla, coloreándolo de forma laboriosa y (yo creía) bella; su forma cautivó mi imaginación más allá de las palabras; tenía puertos que me gustaban como si fueran sonetos; y, con la inconsciencia de lo predestinado, llamé a mi obra "La isla del tesoro". Me dicen que hay personas a las que los mapas les dejan fríos, y me cuesta creerlo. [...] Mientras miraba detenidamente mi mapa, el futuro carácter del libro empezó a hacerse visible entre bosques imaginarios, y los rostros marrones y las armas brillantes me espiaban desde lugares inesperados, mientras pasaban de un sitio a otro, luchando y buscando el tesoro, en esos pocos centímetros cuadrados de proyección bidimensional. Antes de darme cuenta tenía unas cuantas hojas delante de mí y estaba escribiendo una lista de capítulos. [...] Yo no sabía llevar un bergantín (lo que tendría que haber sido la Hispaniola), pero pensé que podía arreglármelas para manejarlo como una goleta sin vergüenza pública. Y luego tuve una idea para John Silver que me auguraba un caudal de entretenimiento: cogí un admirado amigo mío, lo despojé de sus mejores cualidades y de lo más elevado de su carácter, y dejé sólo su fuerza, su valentía, su rapidez y su magnifica simpatía, e intenté expresarlas en los términos de la cultura de un rudo marinero. Esa cirugía física es, según creo, una forma habitual de "construir un personaje"; puede que sea, de hecho, la única forma. [...]
   Una fría mañana de septiembre, al amor de una viva lumbre, y mientras la lluvia tamborileaba en la ventana, empecé El cocinero del mar, pues ése era el título original. [...] Ahora entro en un capítulo doloroso. No cabe duda de que el loro perteneció a Robinson Crusoe. No cabe duda de que el esqueleto procede de Poe. No me importa, son menudencias y detalles, y nadie puede aspirar a tener el monopolio de los esqueletos o apropiarse de los pájaros parlantes. [...] Es mi deuda con Washington Irving la que pesa sobre mi conciencia, y con toda justicia, ya que creo que el plagio pocas veces ha llegado tan lejos. Hace algunos años cogí por casualidad los Cuentos de un viajero, para una antología de narraciones en prosa, y leí el libro en un santiamén y me sorprendió: Billy Bones, su baúl, el grupo del salón, todo el espíritu y gran parte de los detalles materiales de mis primeros capítulos, todo estaba allí, todo pertenecía a Washington Irving. Pero cuando me senté a escribir al lado del fuego, en lo que parecía la primavera de una inspiración algo pedestre, yo no lo sabía; tampoco lo supe los días sucesivos, cuando leía el trabajo de esa mañana a mi familia en voz alta A mí me parecía tan original como el pecado, me parecía que era tan mío como mi ojo derecho.
Ilustración de N.C. Wyeth para la edición de 1911 de 'La isla del tesoro'
   Contaba con un chico, y me encontré con que tenía dos entre el público. En mi padre prendió en seguida toda la fantasía y el espíritu infantil de su naturaleza original. Sus propias historias, con las que se durmió cada noche de su vida, siempre versaban sobre barcos, posadas del camino, ladrones, viejos marineros y viajantes de comercio. Nunca terminó una de esas novelas, ¡al afortunado no le hizo falta! Pero en La isla del tesoro reconoció algo afín a su propia imaginación; era su estilo pintoresco; y no sólo escuchaba con deleite el capítulo diario, sino que se ponía en acción para colaborar. Cuando llegó el momento de que el baúl de Billy Bones fuese saqueado, se pasó la mayor parte del día preparando, en el dorso de un sobre, un inventario de su contenido, que seguí al pie de la letra; y el nombre del "viejo barco de Flint" -el Walrus- lo puse a petición suya. [...]
   La isla del tesoro apareció, como estaba previsto, en una revista de cuentos, donde  figuró en las innobles páginas centrales, sin ilustraciones, y no despertó la menor atención. No me importó. A mí me gustaba la historia.[...]
   Pero las aventuras de La isla del tesoro aún no han terminado. La escribí inspirándome en el mapa. El mapa era la parte principal de la trama. Por ejemplo, llamé a un islote "La isla del esqueleto" sin saber a qué me refería, buscando únicamente algo que resultase pintoresco de inmediato, y fue para justificar ese nombre por lo que entré a hurtadillas en la galería del señor Poe y robé el puntero de Flint. Fue asimismo por haber hecho dos puertos por lo que mandé a la Hispaniola de acá para allá. Llegó el día en que decidieron reeditarlo y mandé mi manuscrito, y el mapa con él. Las galeradas llegaron, las corregí, pero no tuve noticias del mapa. Escribí para preguntar, y cuando me dijeron que no lo habían recibido, me quedé aterrado. [...] Lo hice, volví a dibujar el mapa en la oficina de mi padre, y lo adorné con ballenas respirando y barcos navegando; y mi padre contribuyó con una habilidad que tenía para hacer caligrafías diferentes, y falsificó minuciosamente la firma del capitán Flint, y las indicaciones de navegación de Billy Bones. Pero, no sé por qué, para mí nunca fue La isla del tesoro. 
   He dicho que el mapa era casi toda la trama. Casi podría decir que lo era por completo. Unos cuantos recuerdos de Poe, Defoe y Washington Irving, un ejemplar de Los Bucaneros de Johnson, el nombre del Cofre del Hombre Muerto de Kingsley y algunas remembranzas de ir en canoa por alta mar, y el propio mapa, con su infinita y elocuente capacidad de sugestión, fueron todos mis materiales...


Robert Louis Stevenson

 

2 comentarios:

  1. Interesante extracto.
    Se me hace difícil seguir el tranco a tu blog, pero voy pinchando las entradas para saber de qué van. Y en ls que más me gustan comentaré

    Saludos!

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