De todas maneras, antes o después, y de una forma u otra, tenía que escribir una novela. Parece ocioso preguntar por qué. Los hombres nacen con diversas manías: desde la más tierna infancia, la mía fue jugar con una serie de acontecimientos imaginarios y, en cuanto supe escribir, me hice buen amigo de los papeleros, [...] Acometí la escritura de Rathillet antes de los quince años, The Vendetta a los veintinueve, y la sucesión de derrotas siguió inalterada hasta que cumplí los treinta y uno. En esa época ya había escrito libritos, pequeños ensayos y cuentos, y me habían dado unas palmaditas en la espalda y me los habían pagado, aunque no tan bien como para vivir de ello. [...] Delante de mí, sin embargo, seguía brillando un ideal inalcanzado; aunque lo había intentado con todas mis fuerzas no menos de diez o doce veces, todavía no había escrito una novela. [...] Cualquiera puede escribir un cuento -uno malo, me refiero-, si tiene dedicación y papel y tiempo suficiente; pero no todo el mundo puede aspirar a escribir siquiera una mala novela. Es la extensión lo que resulta letal.
Fui a vivir con mi padre y madre a Kinnaird. Allí caminé por los páramos rojos y por la orilla del arroyo dorado, el aire tosco y puro de nuestras montañas me infundió ánimos. [...] Yo amo mi clima nativo, pero él no me ama a mí, y el final de este delicioso periodo consistió en un resfriado y una roncha por la picadura de un escarabajo. Allí hacía mucho viento y llovía con la misma intensidad; mi clima nativo era más cruel que la ingratitud humana, y tuve que resignarme a pasar gran parte del tiempo entre las cuatro paredes de una casa lúgubremente conocida como La Casa de la Difunta Señorita McGregor. En ella había un colegial que había vuelto a casa por vacaciones, y estaba muy necesitado de "algo difícil con lo que entretener la mente". No le gustaba la literatura; era el arte de Rafael el que recibía sus efímeros apoyos y, con la ayuda de una pluma, de tinta y de una caja de acuarelas, no tardó en convertir una de las habitaciones en un museo de pintura. Mi deber más inmediato para con el museo era hacer de guía, pero, a veces, me zafaba ligeramente de mis obligaciones y me unía al artista, pasando la tarde con él en una generosa emulación, haciendo dibujos de colores. En una de esas ocasiones, dibujé el mapa de una isla, coloreándolo de forma laboriosa y (yo creía) bella; su forma cautivó mi imaginación más allá de las palabras; tenía puertos que me gustaban como si fueran sonetos; y, con la inconsciencia de lo predestinado, llamé a mi obra "La isla del tesoro". Me dicen que hay personas a las que los mapas les dejan fríos, y me cuesta creerlo. [...] Mientras miraba detenidamente mi mapa, el futuro carácter del libro empezó a hacerse visible entre bosques imaginarios, y los rostros marrones y las armas brillantes me espiaban desde lugares inesperados, mientras pasaban de un sitio a otro, luchando y buscando el tesoro, en esos pocos centímetros cuadrados de proyección bidimensional. Antes de darme cuenta tenía unas cuantas hojas delante de mí y estaba escribiendo una lista de capítulos. [...] Yo no sabía llevar un bergantín (lo que tendría que haber sido la Hispaniola), pero pensé que podía arreglármelas para manejarlo como una goleta sin vergüenza pública. Y luego tuve una idea para John Silver que me auguraba un caudal de entretenimiento: cogí un admirado amigo mío, lo despojé de sus mejores cualidades y de lo más elevado de su carácter, y dejé sólo su fuerza, su valentía, su rapidez y su magnifica simpatía, e intenté expresarlas en los términos de la cultura de un rudo marinero. Esa cirugía física es, según creo, una forma habitual de "construir un personaje"; puede que sea, de hecho, la única forma. [...]
Ilustración de N.C. Wyeth para la edición de 1911 de 'La isla del tesoro' |
La isla del tesoro apareció, como estaba previsto, en una revista de cuentos, donde figuró en las innobles páginas centrales, sin ilustraciones, y no despertó la menor atención. No me importó. A mí me gustaba la historia.[...]
Pero las aventuras de La isla del tesoro aún no han terminado. La escribí inspirándome en el mapa. El mapa era la parte principal de la trama. Por ejemplo, llamé a un islote "La isla del esqueleto" sin saber a qué me refería, buscando únicamente algo que resultase pintoresco de inmediato, y fue para justificar ese nombre por lo que entré a hurtadillas en la galería del señor Poe y robé el puntero de Flint. Fue asimismo por haber hecho dos puertos por lo que mandé a la Hispaniola de acá para allá. Llegó el día en que decidieron reeditarlo y mandé mi manuscrito, y el mapa con él. Las galeradas llegaron, las corregí, pero no tuve noticias del mapa. Escribí para preguntar, y cuando me dijeron que no lo habían recibido, me quedé aterrado. [...] Lo hice, volví a dibujar el mapa en la oficina de mi padre, y lo adorné con ballenas respirando y barcos navegando; y mi padre contribuyó con una habilidad que tenía para hacer caligrafías diferentes, y falsificó minuciosamente la firma del capitán Flint, y las indicaciones de navegación de Billy Bones. Pero, no sé por qué, para mí nunca fue La isla del tesoro.
He dicho que el mapa era casi toda la trama. Casi podría decir que lo era por completo. Unos cuantos recuerdos de Poe, Defoe y Washington Irving, un ejemplar de Los Bucaneros de Johnson, el nombre del Cofre del Hombre Muerto de Kingsley y algunas remembranzas de ir en canoa por alta mar, y el propio mapa, con su infinita y elocuente capacidad de sugestión, fueron todos mis materiales...
Robert Louis Stevenson
Interesante extracto.
ResponderEliminarSe me hace difícil seguir el tranco a tu blog, pero voy pinchando las entradas para saber de qué van. Y en ls que más me gustan comentaré
Saludos!
Gracias. Saludos
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