Han pasado 32 años desde el escape de Chernóbil, el accidente nuclear –y desastre medioambiental- más grave de la historia junto con Fukushima, en Japón. ¿Mucho tiempo? Nada en términos de radiactividad, de miles de años de radiactividad. Por eso la desolación y el drama siguen instalados en ese territorio entre Ucrania, Rusia y Bielorrusia. El fotógrafo albaceteño Raúl Moreno
lo pisa año tras año, desde 2010, para retratar la vida cotidiana de
quienes lo perdieron todo, sobre todo su salud y la salud de sus hijos,
sus nietos, sus biznietos y la de muchas generaciones
que les sucederán en esa tierra contaminada. Hasta el 12 de abril expone
una muestra de sus imágenes de las víctimas de Chernóbil en la sala de
la escuela de fotografía EFTI, en Madrid.
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Las malformaciones siguen siendo habituales en los pueblos del entorno de Chernóbil. |
Monólogo sobre Chernóbyl, de Raúl Moreno, encoge
el alma. Más que encogerla, la deja aterida, con sus tonos de frío,
tristeza y soledad, azules y grises, negros más los blancos de las
nieves. Unas fotografías pictóricas, tenebristas, con personajes que
dejan flotando en el aire una pregunta espesa, de esas que acartonan los
pulmones: ¿hasta dónde es capaz de aguantar el ser humano?
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Tania y Serguéi esperan un bebé. En muchos casos, las madres en Orane
(Ucrania) aún hoy temen por los hijos que ni siquiera han nacido por el
accidente de Chernóbil |
El día
lluvioso en Madrid deja el ánimo preparado. Leo las cartelas de las
imágenes: “La escasez de recursos económicos hace que tengan que
alimentarse con los productos contaminados que ellos mismos producen”.
“El llamado bosque rojo. Un área altamente radiactiva que será
inhabitable durante más de 20.000 años; al fondo, el reactor número 4 de
Chernóbil”. “El bosque cercano a la zona esconde manadas de lobos
radiactivos. Estos animales han ocupado el espacio que la gente ha
dejado libre”.
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Esta anciana jamás abandonó su casa. Sigue diciendo que teme más a los nazis que a la radiactividad. |
Imagino esas noches heladas, cortadas por los
aullidos y los isótopos; les miro a la cara, a sus ojos que no me ven, a
esa gente retratada por Raúl que sigue viviendo allí, los retornados
que han regresado tras algunos años de desocupación, a pesar de que
saben que la zona está altamente contaminada; que han vuelto porque no
tienen otra opción, porque no tienen adonde ir, y los gobiernos de
Rusia, de Ucrania y Bielorrusia lo han permitido -allá vosotros-,
mirando para otro lado, sin prestarles apoyo; gente que se alimenta de
sus patatas, de sus peras y manzanas y coles y sus remolachas
radiactivas. Dos millones de personas, calcula Raúl Moreno, diseminadas
en pueblos de pequeño y mediano tamaño, habitando tierras malditas, en
los límites de la zona de exclusión total. Les miras a la cara, sus
arrugas, rostros duros, enjutos, a los ojos de esa anciana que lleva a
la cocina unos huevos radiactivos de sus gallinas radiactivas, una
anciana que declara que no teme la radiactividad, que a quien teme es a
los nazis. Y uno la entiende, si a sus 90 años sigue viviendo. Y
entiende también que es mentalidad muy rural: esa que lleva a pensar que
lo que no se ve no existe. “Esa mujer y su marido jamás se marcharon,
no fueron evacuados; y la frase que me dijo al poco de estar con ella se
me quedó grabada a fuego: Sólo nos quedamos nosotros y los perros
ladrando”, comenta Raúl. Los perros ladrando, y los lobos aullando en
las noches de invierno.
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Otro de los ancianos retratado en el trabajo de Raúl Moreno ‘Monólogo sobre Chernóbyl’ |
“Son gente ruda, dura, que ha sufrido
mucho, pero muy hospitalaria, amable con el visitante, con mucha energía
y, a pesar de todo, sacando alegría y esperanza de donde otros no la
sacarían. Han normalizado ya mucho lo atípico de su vida e incluso
bromean diciendo por ejemplo: vamos a comernos unas setas radiactivas”.
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Anatoly junto a los diplomas recibidos en tiempos de la URSS por el trabajo hecho como liquidador. |
Quizá por eso dos de sus retratos preferidos de la muestra de EFTI sean
el de la niña discapacitada mental elegantemente vestida, que con la
cabeza vuelta hacia un lado, los ojos vidriosos, guapa, se nos presenta
con extraordinaria dignidad sentada en su camita; o el hombre abrazado a
su mujer embarazada, de prominente barriga, sonríen los dos, con una
mirada perdida en un futuro de esperanza, extrañamente confiados, ¿es
que no saben nada o quieren ignorarlo?, ¿qué van a hacer?, no tienen
adonde ir, acompañándose de muchos iconos de su religión ortodoxa, quizá
confíen en que rodear las ventanas con esas imágenes les proteja, a
ellos y a su hijo. Hay retratos de personas con malformaciones y de
gente que en el espacio de tiempo transcurrido desde que Raúl les
fotografió hasta ahora ya han muerto.
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Una escena cotidiana en una casa del entorno de Chernóbil. |
Raúl Moreno se ha quedado enganchado a esa gente de tan pocos
recursos, azotados por el olvido, las enfermedades, el alcoholismo. Y
vuelve y vuelve a Ucrania, quizá atraído por la dureza de esos
caracteres que siguen encontrando esperanza donde otros quizá no la
halláramos. ¿O sí? Nunca se sabe.
Tiene 39 años, ¿no teme por su salud?
“A
la gente de fuera nos controlan mucho. Vamos permanentemente con un
guía y un contador de radiactividad, con una alarma que salta si
traspasa determinados niveles; dentro de la zona de exclusión hay
manchas a evitar totalmente. Estás trabajando un día, de 9 de la mañana a
5 o 6 de la tarde. Y tengo calculado que en un día allí recibes más o
menos las mismas radiaciones que en un vuelo internacional; y en la zona
de exclusión entro muy pocas veces; me interesa más donde vive la
gente, retratar toda esa vida que se desarrolla en los límites de la
zona prohibida. También suelo viajar en invierno, porque aparte de que
consigo mejor luz para captar la desolación, la lluvia o la nieve evita
que se levante polvo que te puede entrar por las vías respiratorias y
eso sí es peligroso”.
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El parque de atracciones de Prypiat, a 3 kilómetros de la central
nuclear que sufrió el terrible accidente, se quedó así, parado en el
tiempo |
Enganchado a los temas de salud y a los fantasmas invisibles que nos
acorralan, tras la radiactividad de Chernóbil, ahora ha puesto en marcha
un proyecto fotográfico en torno al VIH en Europa, empezando por
Ucrania (en la actualidad, el país de Europa con la tasa más alta de
infectados de VIH) y siguiendo por Italia, Islandia, España; otro
proyecto sobre lo invisible –retos para un fotógrafo, cómo plasmarlo en
imágenes quietas que hablen por sí solas- y cómo el virus afecta de muy
desigual manera según el entorno y el país donde vivas. También prepara
junto a dos compañeros fotógrafos, Guillem Trius y Javier Corso, del
colectivo Oak,
un proyecto para abordar la cara B de los países nórdicos, “esos países
donde las estadísticas dicen que mejor se vive del mundo, pero hay una
trastienda de soledad, endogamia, suicidios y alcoholismo”. No todo allí
es felicidad y facilidad.
Fuente:
https://elasombrario.com/vida-radiactiva-retratos-chernobil/
Más información:
https://www.elsaltodiario.com/centrales-nucleares/vida-tras-chernobil
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