domingo, 20 de agosto de 2017

Imaginar


Diego Mallo

 ¿Cuántas piernas tendría un extraterrestre? ¿Cuántos ojos? Si pudiéramos viajar a un planeta distinto del nuestro, ¿encontraríamos vida en él?, ¿sería ésta totalmente incomprensible, basada en una lógica imposible de descifrar?, ¿existirían organismos o, en su lugar, una sopa de moléculas indiferenciada? ¿Habría enfermedades contagiosas?, ¿sería posible la inmortalidad?, ¿descubriríamos formas de vida dotadas de conciencia? La lista de preguntas que podríamos plantearnos es casi inacabable. El arte, el cine y la literatura han expandido el horizonte de nuestro mundo real y lo han enriquecido con su creación de criaturas únicas con cabezas extra, cuerpo de humano y cola de pez, un solo ojo y múltiples brazos. Los monstruos, en definitiva, nos han acompañado a lo largo de nuestra historia evolutiva y constituyen una parte esencial del legado cultural de todas las civilizaciones. San Jorge matando al dragón, Ulises enfrentándose al cíclope o un extraterrestre con boca retráctil encerrado con siete tripulantes humanos en una nave espacial de la que nadie puede escapar. Y no olvidemos a los monstruos de feria, que definen a su vez otra dimensión de lo imaginario: la mujer barbuda, el gigante, el hombre con piel de lagarto o las siamesas unidas entre sí se encuentran cerca de una delgada línea que separa el mundo real del universo literario: de algún modo existen como productos posibles de la imaginación, aunque a la vez nos desconcierte su aparente imposibilidad.
   El universo de los monstruos se extiende mucho más allá del dominio de las formas. Nuestra especie parece particularmente capaz de imaginar lo inexistente, y de un modo extraño los humanos encontramos cierto placer en las alternativas y los futuros posibles. La capacidad de evocación de lo improbable es extraordinaria. Series como Star Trek y la mayoría de libros de ciencia ficción explotan este universo de posibilidades mostrándonos civilizaciones lejanas habitadas a menudo por seres inteligentes casi siempre bípedos y con atributos más o menos humanoides. En otros casos, la inteligencia tiene la escala del planeta al completo, o tal vez los seres de otros mundos son formas de energía sutiles e indefinidas. Pero no deja de ser interesante que la gran mayoría de los mundos de ficción estén habitados por organismos dotados de dos piernas, brazos y ojos, así como una boca en la parte frontal del rostro por la que hablan empleando nuestro mismo sistema de comunicación. Del mismo modo, la gran mayoría de los "monstruos" ideados por la mente suelen ser combinaciones de partes: leones con alas, diosas con múltiples serpientes sobre su cabeza o demonios con cuerpo humano y cabeza de carnero. Ninguno de estos monstruos ha sido visto jamás, o, por lo menos, dejaron de verse una vez que se completó la cartografía del planeta.
   ¿Por qué debería un científico sentirse atraído por estos mundos o ideas alternativas? Si reflexionamos un momento, veremos que esta atracción es natural. La ciencia ha logrado encontrar las reglas generales que dan sentido a lo que vemos a nuestro alrededor, y lo ha logrado desafiando a uno de los mayores enemigos imaginables: la intuición de aquello que parece evidente. Parece evidente que el Sol gira alrededor de nuestro planeta:¿no sale por el este y se pone por el oeste cada día, después de dar una vuelta a nuestro alrededor? Parece evidente que la Tierra es plana: ¿no la vemos así cuando andamos por la calle? Parece obvio también que dos objetos de distinto peso alcanzarán el suelo, al dejarlos ir desde la misma altura, en tiempos distintos. Nuestra intuición nos lo dice a gritos. Pero fue necesario que un genio como Galileo viera más allá de lo que nadie había visto y concluyera que, muy al contrario de lo que sugieren los sentidos, una bola de madera y otra de hierro llegan al suelo simultáneamente cuando caen en el vacío. El poder del método científico es indiscutible, y el progreso del conocimiento ha conducido a una búsqueda constante de leyes universales y principios unificadores. Alcanzar este objetivo también requiere delimitar las fronteras de lo posible. La ausencia de monstruos es la otra cara de la moneda de la misma búsqueda general.


Ricard Solé

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