Peatones caminan delante de una pantalla gigante en Tokio con la cara del líder norcoreano, Kim Jong-un. KAZUHIRO NOGIAFP |
Un reportero presente en la comida con empresarios que se desarrollaba en el Hotel Hilton de Chicago le inquirió: "¿Está la Administración preparando al pueblo norteamericano para la guerra?". El número dos del presidente Dwight Eisenhower replicó: "No, simplemente estamos poniendo las cosas sobre la mesa".
Lejos de amainar, la retórica de Washington mantuvo la misma escalada que la de sus rivales en años ulteriores. La nación comunista no cesaba de exagerar sus logros armamentísticos y defendía su carrera hacia la bomba atómica para "romper el monopolio de los superpoderes", mientras que EEUU contemplaba desde un ataque "preventivo" contra las instalaciones nucleares de ese país, a hundir su primer submarino armado con misiles o enviar comandos aliados para sabotear todo el programa.
En un documento secreto del Departamento de Estado de 1963 ahora disponible para el público, la administración estadounidense reconocía que las proclamas de esa nación pretendían "instalar el miedo a su poder (militar)" y "hacer énfasis en sus intenciones pacíficas y de autoprotección, para intentar demostrar que es el poder nuclear de EEUU el que trae el peligro a Asia".
La dialéctica de aquellos años podría constituir un calco de las palabras incendiarias vertidas en las últimas jornadas tanto por Corea del Norte como por el mismo presidente de EEUU, Donald Trump, cuya última alusión al "fuego y la furia" no desentonan con la amenaza nuclear de Nixon.
Tampoco la fraseología elegida por Corea del Norte en las pasadas jornadas donde criticaba a los países que "quieren mantener su hegemonía nuclear" e insistía que su armamento es una fuerza "de autodefensa disuasoria" frente "a la política de extrema hostilidad y la amenaza nuclear" que "representa" EEUU para Pyongyang desde "hace más de medio siglo". Todo un remedo del estilo adoptado en la década de los 60 por el país al que retó Nixon: la vecina China.
En realidad, Pyongyang semeja estar siguiendo al detalle el comportamiento que mantuvo Pekín durante los años de la Guerra Fría para obtener su armamento nuclear.
"EEUU se encontró en una situación similar hace 50 años, ante la perspectiva de que la China maoísta consiguiera ser una potencia nuclear. Tanto entonces, como ahora, las opciones militares -aunque fueran arriesgadas- se consideraron seriamente", escribió hace días Yevgen Sautin, de la Universidad de Cambridge, en la publicación The Diplomat.
Frente al vocabulario extremo de las dos partes, la historia recuerda que fue el mismo Richard Nixon que tanto descalificó a China quien viajó a ese país en 1972, se entrevistó con Mao Zedong y aceptó de facto que Pekín era parte del reducido club de potencias nucleares.
La figura del presidente Nixon -cuya teoría del "hombre loco" que parecía irracional se ha comparado a la verborrea que usa Trump- podría constituir una referencia ad hoc a la hora de entender el comportamiento norcoreano, que se mantiene aferrado al guión marcado por otras naciones que se convirtieron en potencias atómicas ignorando la condena internacional.
Nixon no sólo rehabilitó a la china comunista sino que también fue él quien aceptó que Israel mantuviera su arsenal nuclear. El dirigente llegó a un acuerdo con Golda Meir en 1969 según el cual Washington no presionaría a Tel Aviv para que firmara el Tratado de No Proliferación Nuclear y ese estado se comprometió a mantener una posición ambivalente respecto a sus capacidades.
"Si no tienes un arma, no eres nadie"
EEUU se había opuesto en un principio a que Israel consiguiera dotarse de armamento nuclear, pero Tel Aviv desarrolló todo un sofisticado entramado para adquirir tecnología y uranio de forma soterrada, llegó a engañar a los científicos norteamericanos que fueron enviados al reactor nuclear de Dimona -escondiendo literalmente las instalaciones claves tras muros falsos- y no tuvo reparo en colaborar con el régimen paria del Apartheid de Sudáfrica, en una actitud que recuerda a la logística oculta que ha establecido Pyongyang para abastecer a su país y mantener el progreso de su carrera armamentística.
"Esto es como un encuentro de mafiosos. Cada uno pone su arma sobre la mesa. Si no tienes arma no eres nadie. Así que tenemos que disponer de un programa nuclear", opinó el primer ministro francés Pierre Mendes en 1954 tras su primera visita a EEUU. Francia también se dotaría de este tipo de armamento a partir de 1960.
Antes ya lo habían hecho la Unión Soviética e Inglaterra, y después se les sumarían India y Pakistán, que vieron como EEUU eliminaba en 2001 la mayoría de las sanciones que les había impuesto por el desarrollo de su arsenal atómico al necesitar su asistencia en la invasión de Afganistán.
En el caso de la Península coreana, las hemerotecas son también un referente inexcusable para recordar que los últimos rifirrafes bélicos que se han registrado en esa región casi nunca han coincidido con las recurrentes oleadas de amenazas y gesticulación armada.
Las diatribas de Pyongyang son tan repetitivas que existe una página especializada, KCNA Watch Threat, dedicada a contabilizar las veces que esa agencia norcoreana usa palabras como "ataque", "castigo" o "mar de fuego". Su análisis ha concluido que aunque el nivel de la retórica se ha incrementado desde el acceso al poder de Kim Jong-un los sucesos más graves de estos años precedentes -el hundimiento de un barco surcoreano y el bombardeo de la isla de Yeonpyeong en 2010, y la explosión de una mina en la línea de demarcación en 2015- no se produjeron precisamente durante los momentos más álgidos de estas habituales escaladas.
Fuente: http://www.elmundo.es/internacional/2017/08/10/598adc47468aeb8d788b4605.html
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