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Nancy Fraser. |
A raíz de las manifestaciones convocadas por el movimiento
feminista contra la investidura de Donald Trump, Nancy Fraser,
actualmente profesora de Filosofía y Política en la New School for
Social Research de Nueva York, firmó --junto a muchas otras, como Angela
Davis y Rasmea Odeh-- un llamamiento a un ¨
feminismo del 99%”,
transnacional y anticapitalista. Su apuesta trata de construir un
feminismo de mayorías, inclusivo, que rehúya la cooptación neoliberal.
Con varias décadas de trabajo académico a las espaldas, en las que ha
indagado cuestiones como la justicia, el capitalismo y el feminismo,
Fraser es a día de hoy una de las más reconocidas intelectuales dentro
del pensamiento crítico. Firme defensora de la estrategia emprendida por
Bernie Sanders, crítica de Clinton y ferviente opositora a Trump, en
esta entrevista analiza en detalle la situación política actual,
posicionándose a favor de un “populismo de izquierdas” que se oponga al
“neoliberalismo progresista” y al “populismo reaccionario”.
¿Cuál sería su evaluación de los primeros cien
días de mandato del Presidente Trump? ¿Qué pueden decirnos estos meses
sobre su proyecto, límites y posibles resistencias?
Diría que hay que señalar dos aspectos: por un lado, la
facilidad con la que las corrientes más convencionales del Partido
Republicano han conseguido recuperarlo y desarmar la dimensión populista
de su campaña. Básicamente está dando marcha atrás en varios asuntos,
como el NAFTA, que ya no pretende abandonar, sino renegociar. Está
siendo arrastrado a una agenda de libre comercio y bajos impuestos. No
hay ningún indicio medianamente serio de proyectos de infraestructura,
algo que incluía en su campaña como fórmula de creación de empleo. Se
dedica a hacer todos esos “gestos” mediáticos espantosos (como el veto a
musulmanes, etc), sabiendo perfectamente que serán revocados por el
poder judicial. Pero parece ser su forma de alimentar unas bases que,
por otro lado, está engañando en cada una de las medidas económicas que
toma. De hecho, si hacemos memoria, veremos que ganó a 17 rivales en las
primarias del Partido Republicano con un discurso que apelaba a los
trabajadores. Puede que el fraude no sea sorprendente, pero sí lo es la
rapidez con la que está sucediendo.
Por otro lado, está la cuestión de la oposición, porque
cuando haces todos estos gestos de los que hablamos, produces muchísimo
miedo y rabia a la vez. Creo que podemos decir que existe de hecho una
oposición movilizada contra Trump y que el país está más politizado de
lo que lo ha estado en años. No obstante, es una oposición incipiente y
diría que ambigua. Probablemente, la mayor y más poderosa parte de la
resistencia a Trump está intentando volver a Obama o al clintonismo. Se
trata de una oposición que pretende restablecer el statu quo. Desde mi
punto de vista, esto es realmente insuficiente e incluso altamente
problemático, ya que el statu quo anterior es lo que produjo a alguien
como Trump. Así que hay un círculo vicioso: si volvemos a eso, tendremos
mayores y peores Trumps. La otra posibilidad es que la resistencia se
mueva en la dirección de un populismo de izquierdas, como el que Bernie
Sanders efectuó en su campaña. En ese caso, no se trataría de restaurar
la normalidad anterior a Trump. Creo que la oposición está rondando
estas dos posibilidades y que ha habido una apertura lo suficientemente
grande como para que las voces de una alternativa de izquierdas sean
escuchadas. Con todo, aún existe una suerte de inercia en nuestras
sociedades que empuja hacia lo que yo llamo, el “neoliberalismo
progresista”.
Creo que hay paralelismos sorprendentes entre las últimas
elecciones francesas y las presidenciales de 2016 en los EE.UU. Aquí
tuvimos un aparente colapso de los dos principales partidos, que se
tradujo en la pérdida de control de los votos de las bases por parte de
las burocracias de los mismos. A partir de ahí tuvimos la espectacular
victoria de Trump, que vino casi de ninguna parte, que nunca había
ocupado un cargo electo, sin experiencia política previa, pero que
finalmente consigue diezmar a los candidatos escogidos a dedo por los
jefes del partido, que claramente querían a alguien como Rubio. Trump lo
logra articulando un populismo reaccionario, que viene a ser una
combinación entre el rechazo a una creciente financiarización de la
economía, una defensa de la industria y de sus trabajadores, y una más
que desagradable utilización de la población inmigrante, musulmanes,
latinos, junto con una retórica misógina y racista. Mientras tanto, en
el lado demócrata, teníamos a Sanders enfrentándose a Clinton, la
candidata escogida por el aparato del partido, del cual supimos más
tarde que aunque su deber era permanecer neutro, favoreció a Clinton en
detrimento de Sanders. En este escenario, Clinton encarnaba el
neoliberalismo progresista, Trump el populismo reaccionario y Sanders
aquello que yo llamaría populismo progresista o de izquierdas. Para
Sanders, la idea era mezclar una “política de reconocimiento”
antirracista, antisexista y en favor de los inmigrantes junto con una
“política distributiva” anti-Wall Street y en favor de la clase
trabajadora.
Mutatis mutandis, podemos decir que en el caso
francés Le Pen era nuestro Trump, Macron nuestra Clinton, y Mélenchon
nuestro Sanders. En ambos casos, lo que fue eliminado fue la opción de
izquierdas, en parte porque se cerraron filas detrás del neoliberalismo
progresista, por miedo y por oposición al populismo de derechas. En ese
sentido, las situaciones en Francia y EE.UU. eran bastante parecidas y
firmé, junto a muchos otros, una carta instando a los electores
franceses a evitar el mismo error que se había cometido aquí. Creo que
debemos romper el círculo. Con la elección de Hobson --que es una
expresión idiomática del inglés-- quería decir que tanto el
neoliberalismo progresista como el populismo reaccionario son opciones
terribles, que además se refuerzan mutuamente de forma simbiótica. Si
bien son por un lado opciones diferentes y opuestas, por otro, cada una
crea las condiciones para que la otra se haga más fuerte. Por ello, es
necesaria una tercera opción que rompa el esquema. Creo que al menos en
los EE.UU. no todo está perdido, Sanders sigue siendo uno de los
políticos más populares y mejor valorados, no parece querer irse a
ninguna parte y espero que las fuerzas que ha sido capaz de movilizar
tampoco desaparezcan.
En un artículo publicado a principios de año en la revista Dissent,
defendió, como aquí, que lo que necesitamos es un populismo
progresista. ¿Por qué cree que el populismo es la respuesta y cuáles
sería para usted los beneficios y las limitaciones del populismo como
lógica política?
Para mí, ‘populismo’ no es una palabra negativa. Jan-Werner Müller publicó el año pasado un
libro
diciendo que el populismo es inherentemente antidemocrático,
excluyente, persecutorio, etc. Yo no estoy de acuerdo con esto y creo
que es una mala definición del término. Me siento mucho más próxima a
alguien como Ernesto Laclau, que veía el populismo como una lógica que
podía ser articulada de muchas formas distintas. Es cierto que hay
populismos reaccionarios, pero no tiene por qué ser siempre el caso. Por
otro lado, para mí, el populismo no es la última palabra, no es una
suerte de ideal al que llegar, sino más bien una fase política
transicional, casi como aquello que los trotskistas llamaban “programa
de transición”. Lo que yo quiero en último término es la emergencia de
un socialismo democrático. Dicho esto, el lenguaje que surgió con el
movimiento Occupy, y que ahora intento adaptar al feminismo, es el del
99% versus el 1%. Esto es claramente una retórica populista, es un
lenguaje distinto del que utilizamos cuando hablamos de capitalismo
global, de la clase trabajadora, aunque estos términos sean posiblemente
más certeros a la hora de describir cómo funciona nuestra sociedad.
Creo que hay una posibilidad de ganar y convencer a más gente ahora
utilizando una retórica populista, pero claro, tiene que ser un
populismo de izquierdas.
Hubo un punto en el que Sanders y Trump se solaparon un poco y fue en la discusión sobre aquello que Sanders llamó “
economía distorsionada o amañada”
[“rigged economy”], un término del cual Trump se apropió, porque
evidentemente es una expresión que se entiende de forma inmediata. Si
empiezas a hablar sobre las dinámicas de explotación y expropiación del
capital, se vuelve más complicado. Así que para mí es un gran comienzo
para empezar a cambiar la cultura política, para hacer a la gente pensar
de forma más estructural sobre aquello que no funciona en nuestra
sociedad. El 99% es evocador, y su función principal es sugerir que los
trabajadores blancos víctimas de la desindustrialización y los
afroamericanos encarcelados y expropiados son parte, potencialmente, de
la misma alianza. Y que hay un grupo oligárquico, llamémoslo capital
global financiero o lo que sea, que es el enemigo común. Esto es una
re-organización del universo político inmensa, y es otra forma de
articular un “nosotros”
versus“ellos”. El neoliberalismo
progresista articula superficialmente a inmigrantes, personas de color,
musulmanes, LGTBIQ como el “nosotros” y convierte al hombre blanco en un
“ellos”. Esto es una forma horrible de dividirnos, una forma que solo
beneficia al capital. Para mí el populismo es una forma de cambiar el
juego. Lo que lo hace progresista es que es inclusivo, el 99% es un
número muy inclusivo. Por el momento es un discurso estupendo para
movilizar y organizar.
En la construcción de esta fuerza populista y
progresista contrahegemónica, parece haber una tensión entre la escala
nacional y la transnacional. Normalmente, el neoliberalismo progresista
se vende como abierto a la diversidad, cosmopolita, en oposición a los
valores defendidos por un populismo de tipo reaccionario. ¿Cómo debería
un populismo de izquierdas situarse en este debate? ¿Cómo debería
habitar la tensión entre su carácter nacional-popular y la escala
transnacional?
Creo que esta es una pregunta muy complicada y no estoy
segura de tener una respuesta totalmente trabajada, pero es una de las
cuestiones más importantes a tratar. Creo que al final lo que se
necesita es un mayor internacionalismo en la izquierda, tenemos que
volver a la vieja idea de un internacionalismo obrero hasta que
consigamos estándares de protección laboral y del medio ambiente que
sean transnacionales. No será posible resolver estos problemas de
ninguna otra forma. Diría que cualquier forma de populismo progresista
tiene que ser internacionalista y trabajar, en ese sentido, en la
construcción de coaliciones y fuerzas transnacionales, además de
trabajar en la protección de derechos de los territorios tal y como
existen actualmente.
También ha dicho que cree que estamos en un
momento de interregno, una situación política inestable pero también
abierta al cambio. Partiendo de las declaraciones de Jean-Claude Juncker
cuando afirmó aquello de “sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos
cómo ser reelegidos después de hacerlo”, ¿diría que existe, entre las
élites, una carencia de una narrativa sólida y que esto de alguna forma
les pone más a la defensiva que a la ofensiva?
Sí, estoy de acuerdo con este diagnóstico. No sólo la
narrativa de Reagan y Thatcher ha desaparecido, sino también su
continuación, la de Blair y Clinton. Hubo por un tiempo un intento de
“nuevo laborismo”, de una tercera vía, del cual Obama fue también parte.
Aquí, Bill Clinton fue el principal fundador y arquitecto del
“Democratic Leadership Council”, que se encargó de llevar al Partido
Demócrata en una dirección diferente a la tradicional, vinculada al New
Deal. Y tenían una narrativa pero, sobre todo, una estrategia: decían
que la demografía del país había cambiado hasta tal punto que ya no se
necesitaba a la clase blanca trabajadora, que se podían ganar elecciones
apelando a las clases altas, las clases medias suburbanas, los sectores
tecnológicos y del entretenimiento, las minorías y las mujeres. Su
narrativa era el neoliberalismo progresista.
Lo que sucedió en 2016 fue que esa narrativa se desgarró,
así que ahora no tienen ni el bloque Reagan-Thatcher ni el bloque
Clinton-Obama. ¿Qué tienen? Bueno, no diría que no son capaces de
proponer nada nuevo, son gente muy creativa, y estoy segura de que en
sus think tanks están intentando prever el próximo movimiento,
pero hasta ahora no está del todo claro. Mi intuición es que intentan
resucitar el neoliberalismo progresista bajo figuras nuevas, más sexys.
Hillary Clinton no funcionó en ese sentido, así que intentarán encontrar
a alguien que pueda llevar a cabo esa tarea. Y como dije antes, la
oposición a Trump es ambigua y probablemente una parte de la misma
podría ser convencida de nuevo, si una narrativa de izquierdas,
convincente y amplia no se materializa. Pero hay definitivamente una
crisis de legitimidad y de hegemonía y están buscando de qué forma
pueden reconstituirse. Es un momento de apertura, para las Le Pen y los
Trump, pero también para los Sanders y los Mélenchon. Lo segundo que
hace de este tiempo un interregno es ver que alguien como Trump ha sido
incapaz de estabilizarse como alternativa. En el caso de Trump, en el
que no puede o no quiere ofrecer a la clase trabajadora lo que le ha
prometido, la pregunta es durante cuánto tiempo ésta estará satisfecha
con sus gestos mediáticos. Probablemente no estarán ahí esperando para
siempre, van a buscar algo más y ese algo no será otra forma de
neoliberalismo progresista.
Asumiendo que el populismo es una lógica política
que puede llevarnos en una dirección emancipadora, ¿diría que debería
establecer un diálogo teórico y político con el feminismo? ¿Cómo
deberían los movimientos feministas participar en la construcción de
esta lógica populista? ¿Su apuesta por el “feminismo del 99%” está yendo
en esta dirección?
Sí, esa es justamente la idea. Creo que todo movimiento
emancipador hoy, no solo el feminismo, tiene que adquirir una dimensión
populista. La mayoría de movimientos sociales han sido cooptados por el
neoliberalismo. El feminismo dominante en los EEUU y en muchos otros
sitios ha sido el de “romper el techo de cristal”, el conocido como
“lean in feminism” [en relación al best-seller publicado en 2013 por la
Directora de Operaciones de Facebook, Sheryl Sandberg, llamado
Lean In: Women, Work, and the Will to Lead] que, de hecho, es el feminismo del 1%. Así como Sanders habla a las víctimas de la
rigged economy,
y así como Occupy hablaba en nombre del 99%, el feminismo y el resto de
movimientos sociales tienen ahora la oportunidad de decir: “rompamos
con el 1%, no queremos ese feminismo, queremos un feminismo para las
mujeres migrantes, para las trabajadoras domésticas, para todas aquellas
que se encargan de los cuidados en sus trabajos y en sus casas, para
las mujeres con trabajos precarios, para todas aquellas que intentan
buscar la manera de cuidar de sus hijos, de sus familias y de sus
comunidades al mismo tiempo que se ven forzadas a trabajar más y más
horas por menos dinero”.
Veo la lucha por una sanidad pública universal, una que
cubra por supuesto permisos de maternidad y aborto libre, como parte del
feminismo del 99%. Veo al “feminismo del 99%” como un feminismo que se
aleja del neoliberalismo y como parte de un movimiento populista de
izquierdas más amplio. Y creo que todo movimiento social, desde el
movimiento LGTBIQ al ecologista, debe re-pensarse en términos del 99%, y
abandonar las versiones cooptadas, como el “capitalismo verde” o la
defensa del matrimonio homosexual poco o nada interesada en los derechos
sociales. Todo movimiento es potencialmente aliado en la construcción
de un bloque contrahegemónico, pero solo si abandonan la retórica
neoliberal y se mueven en una nueva dirección. Y por supuesto los
movimientos por los derechos laborales tienen que participar, los
sindicatos no son muy fuertes en EE.UU., pero hay otras luchas como la
Fight for 15 que sí lo son.
El año pasado publicó en la New Left Review un artículo titulado Las contradicciones del capital y los cuidados,
donde defendía que estábamos pasando por una nueva mutación de la
sociedad capitalista, y que habría una posibilidad de reinventar la
división reproducción-producción y el modelo de “familia con dos
proveedores”. ¿Podría hacer algunas conjeturas sobre cuáles deberían ser
las demandas concretas del movimiento feminista en relación a la
cuestión de los cuidados y la reproducción social?
Sí, creo que ésta es una de las principales tareas del
feminismo del 99%. Estoy convencida de que un feminismo que concentre
toda su atención en la producción, en conseguir que más mujeres entren
en el mercado laboral, y que descuide lo que sucede en el ámbito de la
reproducción va por mal camino. Ambas esferas se encuentran separadas y
sin embargo están también entrelazadas, lo cual es parte de la
dificultad. Necesitamos una nueva forma de pensar su relación.
Un buen punto de partida sería no ponerlas en absoluta
contradicción, algo que sucede ahora mismo y que se puede ver en
fenómenos como la congelación de óvulos o las bombas mecánicas de alta
tecnología para extraer leche materna. Se pone a las mujeres en
situaciones en donde les es imposible tener una carrera y a la vez tener
hijos antes de los 45. Implicaría también medidas como la reducción de
las horas de trabajo, salarios dignos y suficientes para no tener que
buscar más de un empleo, que permitan sustentar un hogar y no una
persona, ya que no todos los hogares cuentan con o quieren tener más de
un proveedor. La idea sería formular políticas de empleo y de bienestar
bajo el supuesto de que todos somos sujetos sustentadores y cuidadores.
Si hacemos de ello el ideal de ciudadanía, entonces tendremos un
conjunto de políticas completamente diferentes.