El filósofo francés, impulsor del concepto del decrecimiento, critica “la sociedad del desperdicio”.
Para Latouche, la sociedad del crecimiento reposa sobre la acumulación ilimitada de riquezas, destruye la naturaleza y es un generador de desigualdades sociales.
Serge Latouche / Niccolò Caranti |
El protagonista de hoy elige realizar la
entrevista en Les délices du fournil (las delicias del horno), un
pequeño local que ofrece servicio rápido de bocadillos, croissants y
cafés en pleno corazón del barrio latino de París. Con los videoclips de
éxito del momento de fondo y mientras bebe de su copa de vino tinto,
–experto en filosofía económica y e impulsor de la teoría del
decrecimiento– relata cómo su experiencia de vida con comunidades ajenas
al desarrollismo, primero en Laos y luego en África, le llevó a perder
la fe en la economía, historias que él explica en La sociedad de la
abundancia frugal, uno de sus últimos libros traducidos al español. Para
Latouche, un académico parisino de pelo canoso y sonrisa afable, la
sociedad del crecimiento reposa sobre la acumulación ilimitada de
riquezas, destruye la naturaleza y es un generador de desigualdades
sociales.
El mantra central de quienes actualmente
gobiernan el mundo es el desarrollo económico exponencial y el aumento
de la productividad laboral aunque eso conlleve el recorte de derechos.
Muchos son los que celebran el recién aprobado proyecto del Banco
Central Europeo para inyectar mensualmente 80.000 millones de euros al
mes para reavivar el crecimiento de la economía europea. Sin embargo,
este defensor del decrecimiento económico considera que la solución
reside en vivir de otra forma para vivir mejor. Para Latouche, el
altruismo debería sustituir al egoísmo, el placer del ocio a la obsesión
por el trabajo, la importancia de la vida social al consumo
desenfrenado y lo razonable a lo racional.
¿Qué le hizo perder la fe en la economía y buscar nuevas alternativas a través de la filosofía económica?
Cuando vivía en Laos estuve con
comunidades que trabajaban unas cinco horas por día y el resto del
tiempo lo dedicaban a divertirse, a plantar, a cazar, a pescar, y ahí me
di cuenta de que el desarrollo iría a acabar con esta forma de vida
feliz y transformaría a estas personas en subdesarrollados. El
desarrollo colonizaría su imaginario, creándoles necesidades externas y
destruyendo el equilibrio de sus sociedades. Cuando hablo de colonizar
el imaginario es porque parto de la idea de que la economía es una forma
de colonizar el imaginario, como ha sido la religión en los momentos en
que los conquistadores invadieron otros países. Esta experiencia me
permitió comprender que la economía es una forma de religión y que el
desarrollo es una forma de occidentalización del mundo que toma el
relevo de la colonización por otros medios.
¿Fue en este momento en el que comenzó a pensar en la necesidad del decrecimiento?
No, yo no utilicé el término
decrecimiento hasta el 2002, cuando organizamos el gran coloquio
Deshacer el desarrollo, rehacer el mundo (Défaire le développement,
refaire le monde) en la sede de la UNESCO en París. En el 64 yo me fui a
África como un verdadero misionario del desarrollo, aunque estaba
inscrito en el partido comunista y me consideraba marxista, en el 66
llegué a Laos y a mi vuelta a Francia comenzó mi crítica a la economía
política y mi trabajo en la epistemología económica. Ahí nació una
reflexión durante décadas y comenzó mi crítica al desarrollo como una
forma de occidentalización del mundo.
¿Como definiría el decrecimiento?
Yo no lo definiría. Es un eslogan que ha
tenido una función mediática de contradecir otro eslogan. Es realmente
una operación simbólica imaginaria para cuestionar el concepto
mistificador del desarrollo sostenible. El concepto de decrecimiento
llegó por azar y por necesidad.
¿Qué es para usted el desarrollo sostenible?
El desarrollo sostenible es eso, un
eslogan. Es el equivalente del TINA de Margaret Tatcher, There Is No
Alternatives, que viene a decir que no hay alternativas al liberalismo
económico. El desarrollo sostenible fue inventado por criminales de
cuello blanco, entre ellos Stephan Schmidheiny, millonario suizo que
fundó el Consejo Mundial para el Desarrollo Sostenible (World Business
Council for Sustainable Development), el mayor lobby industrial de
empresas contaminantes, y que fue acusado del homicidio de miles de
obreros en una de sus fábricas de amianto. También su amigo Maurice
Frederick Strong, un gran empresario del sector minero y petrolero que,
paradójicamente, fue el secretario general de la Conferencia de Naciones
Unidas para el Medio Humano, donde se abrió la reflexión para que 20
años más tarde, en la Cumbre de la Tierra de Rio 92, se presentase
oficialmente el término desarrollo sostenible. Ellos decidieron vender
el desarrollo sostenible igual que vendemos un jabón, con una campaña
publicitaria extraordinaria, excelentemente sincronizada y con un éxito
fabuloso. Pero no es más que otra vertiente del crecimiento económico.
En algunos momentos afirmó que
la economía es la raíz de todos los males y que es necesario salir de
ella y abandonar la religión del crecimiento, pero, ¿cómo se abandona
una fe cuando se cree en ella?
No existe una receta. Yo me convertí en
decrecentista en Laos y la mayoría de la gente de mi grupo han tenido
experiencias parecidas a las mías de contacto con sociedades no
desarrollistas que les han hecho abrir los ojos. No nacemos
decrecentistas, nos convertimos en. Al igual que no nacemos
productivistas, sin embargo nos convertimos rápidamente porque vivimos
en un ambiente en el que la propaganda productivista es tan tremenda que
la colonización del imaginario se produce al mismo tiempo que
aprendemos la lengua materna. Desintoxicarse después depende de las
experiencias personales. Un crecimiento infinito en un planeta finito no
es sostenible, es evidente incluso para un niño, pero no creemos lo que
ya sabemos, como dice Jean-Pierre Dupuy, un amigo filósofo. El mejor
ejemploes la COP21, donde se hicieron maravillosos discursos pero que no
darán casi ningún fruto, por eso yo creo en lo que yo llamo la
pedagogía de las catástrofes. Creo que es lo único que presiona a salir a
cada uno de su caparazón y pensar.
¿En qué consiste la pedagogía de catástrofes?
La gente que se ve afectada por alguna
catástrofe comienza a tener dudas sobre la propaganda que difunden las
televisiones o los partidos políticos, sean de izquierda o de derechas, y
ante las dudas pueden ir en busca de alternativas y aproximarse al
decrecimiento. Es necesario que haya una articulación entre lo teórico y
lo práctico, entre lo vivido y lo pensado. Aunque tengas la
experiencia, si no creas una reflexión puedes caer en la desesperación,
en el nihilismo o en el fascismo, por ejemplo. Por tanto, son necesarios
esos dos ingredientes, pero no hay receta para combinarlos.
Usted habla que no hay que
crecer por crecer, igual que no hay que decrecer por decrecer, ¿en qué
deberíamos crecer y en qué decrecer?
Hacer crecer la felicidad, mejorar la
calidad del aire, poder beber agua natural potable, comer carne sana,
que la gente pueda alojarse en condiciones aceptables… Vivimos en una
sociedad del desperdicio que genera numerosos desechos, pero donde
muchas de estas necesidades básicas no están satisfechas. Salir de la
ideología del crecimiento supone una reducción del consumo europeo hasta
alcanzar una huella ecológica sostenible, esto supone reducir en un 75%
nuestro consumo de recursos naturales. Pero no somos nosotros los
ciudadanos los que debemos reducir nuestro consumo final, sino el
sistema. Por ejemplo, el 40% de la carne que se vende en los
supermercados va a la basura sin ser consumida. Esto conlleva un
desperdicio enorme y una alta huella ecológica. En un país como España,
hasta el año 70 la huella ecológica era sostenible, y si todos hubiesen
seguido viviendo como los españoles de aquel entonces tendríamos un
mundo sostenible. Sucede que los españoles no han pasado a comer el
triple de cantidad, sino el triple de mal. En la década de los 70 las
vacas todavía se alimentaban de hierba pero ahora comen soja, que se
produce en Brasil, quemando la selva amazónica; después es transportada
10.000 kilómetros, se mezcla con harina animal y se hacen piensos con
los que las vacas se vuelven locas. Por tanto la huella ecológica de un
kilo de ternera hoy supone 6 litros de petróleo, y pasa igual pasa con
la ropa y con el resto de bienes. Vivimos en la sociedad de la
obsolescencia programada, cuando en lugar de tirar deberíamos reparar y
de esta forma podríamos decrecer sin reducir la satisfacción.
Hasta hace poco las llamadas
economías emergentes, como China o la India, crecían con fuerza e
imparables, pero ahora viven un periodo de desaceleración y en algunos
casos hasta de recesión, como es el caso de Brasil, ¿podríamos tener la
esperanza de que surgiesen alternativas de decrecimiento en estos
países?
En teoría sí, la crisis podría ser una
oportunidad para buscar nuevas alternativas porque la crisis es un
decrecimiento forzado, pero la paradoja es que la colonización del
imaginario por la sociedad del crecimiento es tal que la única obsesión
de los gobiernos es volver al crecimiento, cuando en realidad la
herramienta clave debería ser la sabiduría. La preocupación actual tanto
de Brasil como de China es cómo retomar el crecimiento, se han
convertido en toxico-dependientes, drogados por el crecimiento.
¿Cree que las iniciativas del
decrecimiento vendrán de países en situaciones de crisis o de países
menos absorbidos por el desarrollo?
Puede venir de ambos, pero ya que somos
los occidentales los responsables de esta estructura, es de aquí de
donde debería partir la desoccidentalización el mundo. Nosotros lo
intentamos desde el movimiento del decrecimiento pero por el momento no
tenemos un verdadero impacto sobre la realidad, solo a nivel micro, con
iniciativas como las cooperativas de productores locales, que son
pequeñas experiencias de decrecimiento a nivel local, de las cuales
conozco muchas iniciativas interesantes en España.
¿Cree que serán los ciudadanos quienes impulsen el decrecimiento o será una iniciativa de los gobiernos?
Vendrá del pueblo, está claro, de los
gobiernos por supuesto que no. ¿Por qué cree que los nuevos partidos
políticos que están naciendo en Europa no abordan la óptica del
decrecimiento? Por miedo. Tienen miedo a no ganar los votos suficientes
para llegar al poder.
Usted afirma que vivimos en un
mundo dominado por la sociedad del crecimiento que genera profundas
desigualdades ¿de qué forma esto puede afectar a los ciclos migratorios?
La lógica de la sociedad de crecimiento
es destruir todas las identidades. El problema de las migraciones es un
problema muy complejo, ahora hablamos de millones de sirios desplazados
pero antes de que acabe este siglo habrá 500 o 600 millones de
desplazados, cuando ciudades enteras como Bangladesh o millones de
campesinos chinos vean sus tierras inundadas por la subida del nivel del
mar. Al aumentar las catástrofes del planeta, los migrantes ambientales
aumentarán también. Donde yo tengo más experiencia de campo es en
África y allí he observado que no es la pobreza y la miseria material lo
que provocan las migraciones, es la miseria psíquica. Cuando yo comencé
a trabajar en África hace una veintena de años no había existencia
económica, igual que tampoco hay hoy. Toda la riqueza económica africana
representa el 2% del PIB mundial según las estadísticas de la ONU, la
gran mayoría representa la masa de petróleo nigeriano. De esta forma
tenemos 800 millones de africanos que viven fuera de la economía, en el
mercado informal. Al principio, cuando yo iba a África había buen
ambiente, mucho dinamismo, la gente quería transformar sus tierras,
había muchas iniciativas, pero han desaparecido. La última vez que fui
los jóvenes ya no querían luchar más contra el desierto, ahora lo que
quieren es ayuda para encontrar papeles e ir a Europa, ¿por qué? No es
porque ahora sean más pobres que antes, es porque hemos destruido el
sentido de su vida. Los últimos 10 o 20 años de mundialización
tecnológica han representado una colonización del imaginario 100 veces
más importante que los 200 años de colonización militar y misionaria. Se
les crean nuevas necesidades, en la tele se les venden las maravillas
de la vida de aquí y ellos ya no quieren vivir allí.
¿Diría usted que esto representa una crisis antropológica?
Sí, el crecimiento es una guerra contra
lo ancestral. El verdadero crimen de occidente no es haber saqueado el
tercer mundo, si no haber destruido el sentido de la vida de esta gente
que ahora adoran al espejismo del desarrollo.
Fuente: http://iniciativadebate.org/2016/04/28/serge-latouche-el-desarrollo-sostenible-es-un-eslogan/
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