viernes, 13 de mayo de 2016

Los refugiados y la estupidez humana




En alguno de mis artículos he apuntado, emulando a Unamuno, que “me dolía España”. Me dolía porque, pensaba, que mi país tenía los gobernantes más estúpidos y manejables de Europa. Luego, a raíz de los atentados de Bruselas y las reacciones de los respectivos dirigentes europeos, que creía más avanzados e inteligentes, tuve que corregir y englobar a toda Europa en esta estupidez gobernadora. Estupidez frente a los atentados, y últimamente también frente al problema de los desplazados y la emigración. Reacciones de los dirigentes europeos, si recuerda el lector, infantiles, de respuesta violenta a la violencia, de alarde de técnica investigadora y de condena afianzando nuestro gran sistema democrático de derecho, y de no sé cuántas cosas más, con las que se llenaban y se llenan la boca; sistema al que no nos harán renunciar, decían, como vienen diciendo todos siempre que se produce una acción terrorista, que, de paso, sirve y se aprovecha para aparecer en las televisiones mundiales, cual protagonistas de una mala película, tratando de hacernos comulgar con ruedas de molino. Aparecen con caras compungidas y voz entrecortada, colmados de dolor, pidiendo solidaridad, en contraste con las otras caras con las que también aparecen cuando clausuran una convención, cumbre o reunión internacional sobre cualquier tema. En este último año, para tratar el problema de los refugiados, ahora que tanto afecta no sólo a un país sino a toda Europa, se han reunido nuestros próceres unas ocho veces, y al final, mucha declaración, mucho careto, pero nada en limpio. Eso sí, con su presencia ante las cámaras reparten satisfacción, sus caras rebosan coloretes, pero no por acuerdos o soluciones, sino por haber comido copiosamente en restaurantes caros, dormido en hoteles lujosos y pasados buenos ratos entre copas y entre amigos que hablan y hablan, y nada solucionan. Porque eso han venido haciendo en esta casi decena de cumbres que sobre este tema tan grave han venido celebrando. Como si la cuestión de los refugiados, desplazados, exiliados, emigrantes, etc, etc, hubiera surgido ayer. Como si hasta ahora no hubiera habido guerras y disturbios en una y otra zona del planeta, lejos y cerca, en oriente y occidente, en el norte y en el sur. Han estado ciegos, porque les interesaba estar ciegos, y ahora tratan de buscar soluciones que nada solucionan, porque ven que su propio desastre se les viene encima de sus ricos países.

Es cierto que Europa no puede ser ya refugio de tanto desplazado y emigrante, no hay espacio donde acogerlos dignamente. Vivimos en una Europa superpoblada donde ya no cabe ni un alfiler y los recursos son cada vez más escasos. Pero no es menos cierto que Europa ha estado mirando para otro lado ante unos conflictos que en la mayoría de los casos, desde la guerra de la antigua Yugoslavia a Irán, Irak, Siria, Armenia, el Kurdistán, etc, han venido salpicando la historia de sangrientos y devastadores conflictos en este final y comienzo de siglos, como si a lo largo del pasado no hubiera habido suficientes y no hubiéramos sacado ninguna conclusión positiva. Guerras que ya vienen originadas de atrás, y a las que nunca se ha hecho caso a no ser para invadir esos países y arrasarlos con la disculpa de liberarles del tirano o acabar con sus luchas étnicas. Mentira. Conflictos a los que la ONU, creada precisamente para evitarlos y poner remedio a tanta barbarie, he hecho caso omiso. Europa, bajo el dictamen y la anuencia de los Estados Unidos -que a su vez maneja a su antojo las asambleas de las Naciones Unidas- es la culpable por haber compaginado su negocio del petróleo con los intereses armamentísticos. Esa es la razón de tales conflictos. Precisamente Europa, sobre todo, Francia, Alemania, Inglaterra, y Rusia, son quienes los originan con la complacencia y promoción de los Estados Unidos. El problema, pues, nace aquí, en el mundo democrático occidental, y desde aquí se provoca, no en Siria o Sudán, por poner los dos casos más flagrantes. Aquí radica la causa de tanto desplazado, de tantos pueblos y familias que huyen de las bombas que lanza el mundo rico que no quiere saber nada de humanitarismo sino de negocio. El negocio de las armas y del petróleo origina, no nos engañemos, esos conflictos a los que quiere permanecer ajeno el mundo llamado libre y los estados de derecho, los ricos estados democráticos. Mejor dicho, sus gobernantes, marionetas que dependen precisamente de las grandes empresas a las que interesa que se produzcan esas luchas fratricidas para seguir medrando en la economía mundial. Gobiernos corruptos, casi todos, mientras el pueblo no quiere otra cosa que una casa, trabajo, salud y paz. Aquí y en oriente, en el mundo cristiano y en el mundo islámico. La gente no quiere armas, detesta ese negocio; el pueblo no quiere guerras, salen más caras que la paz, se cobra vidas y asola ciudades, y tampoco quiere petróleo, que es el excremento destructor de la naturaleza, su veneno, por algo la naturaleza lo mantiene enterrado, escondido, para que no destruya su cara bonita y fructífera. La gente no quiere petróleo, porque se muere de sed; quiere agua para beber, regar sus campos, y comer sus frutos. Nadie quiere armas, excepto los ignorantes, que no saben que el agua mana de la tierra limpia y no del grifo; los estúpidos que escupen para el cielo sin pensar que el cielo se lo devolverá, y también ellos, tan listos, poderosos y ricos, sucumbirán bajo su sucio escupitajo.

Asco, debería darnos asco tanta parafernalia, tanta cumbre inútil para justificar erróneas decisiones políticas, como la última de rechazar a los que pidan asilo, o cerrar fronteras con muros, espinos y policía, como si los muros pudieran parar el viento. Vaya decisión inteligente. Ni al tonto de mi pueblo que deduce que son ladrones los que roban, se le hubiera ocurrido semejante medida. Estamos hartos de armas y muros que no han servido sino para sembrar destrucción y muerte,  discordia y dolor. Nosotros, pese a la superpoblación europea, somos pocos, y ellos son multitud. Nos invadirán, nos arrollarán, porque son masas y masas de niños y mujeres, de hombres y de jóvenes fuertes que huyen de la muerte, de la desesperación, y hacen lo que sea por sobrevivir, mientras los occidentales, los ciudadanos ricos nos escondemos tras la falacia de la seguridad y la técnica, una seguridad y una técnica que nos supera, y si nos vemos obligados a utilizarla, será como el escupitajo, se volverá también contra nosotros y encima de nosotros nos ha de caer. Ni los muros ni la represión son medidas adecuadas. Además son complicadas de llevar a la práctica con resultados satisfactorios, y peor aún, son difíciles de mantener. Soluciones complicadas que nos impiden buscar y realizar las sencillas: quitarles las armas de las que hemos provisto a esos pueblos y ayudarles a convivir en paz con ellos mismos, sin injerencias comerciales, sino en francas relaciones de solidaridad y educación. La solución más sencilla. La más fácil. La más barata. Y la más beneficiosa, porque mantendremos el agua, el aire y la tierra sin contaminar. Sobrarán los impedimentos de fronteras; a nadie le gusta abandonar su país si en él puede vivir dignamente. Es cuestión de mentalización. Será la mejor cumbre la que decida de una vez por todas ir a los escenarios belicosos y desarmar esos pueblos promoviéndoles a una vida mejor en la que el petróleo sea mierda pasada. Buscando agua para lavar tanta sangre y buscando la paz para que los niños jueguen a la puerta de sus hogares con sus madres cerca, sonriendo en vez de llorando. ¿Es tan difícil esto? ¿No es más bonito y más barato? ¿No es más agradable? ¿No somos muchos más los que queremos esto en todo el mundo que los que se lucran con armas y petróleo, la causa de las guerras?

A ver si de una  vez nuestros gobiernos dejan de ser manejados por estúpidos. Que demuestre Europa que es inteligente, que ella expandió la cultura y la civilización en el mundo occidental, pero cuya cuna, también debe recordarlo, fueron precisamente esos pueblos que hoy consideramos atrasados y sufren guerras, el cercano oriente, la antigua Mesopotamia. No olvidemos nuestra historia, por muy remoto que sea el pasado. Gracias a esa zona en conflicto, hoy los europeos somos lo que somos. No lo olvidemos, Algo, por tanto, les debemos. Nuestra obligación es recompensarles. Está a nuestro alcance. 


Fuente: http://www.nuevatribuna.es/opinion/ramon-hdez-avila/refugiados-y-estupidez-humana/20160511124402128222.html

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