Ser nieto es
aprender a preguntar tarde. El error es siempre el mismo, pero es el
esfuerzo por recuperar las historias que ya no pueden contar los
abuelos lo que a menudo les exime de la desidia de la que a la larga se
culpan. Al fotógrafo Michal Iwanowski, su abuela le reprochaba esa falta de interés en la historia familiar.
¿Para qué, si el nieto nunca preguntaba?
«Cuando murió mi abuelo, a la muy respetable edad de 90 años, entré en shock y fue ahí cuando me di cuenta de que me estaba despidiendo de toda una generación», explica a Yorokobu. Aquello fue para el fotógrafo como la canción de Laurie Anderson que evoca uno de los más célebres proverbios africanos sobre la sabiduría de los mayores: «when my father died, it was like a whole library had burnt down». Vivió arrepentido desde entonces y cree que esa es la razón por la que decidió rehacer la huida de su abuelo. «En ese momento me vi preparado para prestar atención a aquello a lo que no supe prestársela cuando él aún vivía», relata.
No todo estaba perdido. El tío de Michal estaba ahí para contarle, de primera mano, la historia que compartió con su hermano: los dos huyeron juntos y llegaron hasta Polonia. Él mismo, de hecho, había publicado un libro con sus memorias gracias a cuyos mapas el fotógrafo pudo seguir el recorrido que los hermanos hicieron juntos.
Iwanowski visitó a su tío, le contó su proyecto y fue él quien le dio todos los detalles de la huída. «Hablamos de los recuerdos, compartimos fotos y nos reímos. Grabé una conversación que tuve con él. Tristemente, fue nuestra última oportunidad de estar juntos», lamenta. Nadie, de entre los vivos, podría relatar mejor que él aquella historia que ya no pertenecía a su dueño.
Al fotógrafo le anima saber que, aunque su tío murió un año después, lo hizo sabiendo que aquella historia no se iba con él a la tumba. La última vez que se vieron, Michal pudo percibir cómo el anciano había empezado a despedirse. En aquella reunión sintió que estaba recibiendo la antorcha del relevo, mientras recordaba a la juventud «cuán horrible es un bautismo de fuego como la guerra y lo frágil y épica que puede ser la vida de cualquier individuo».
En 2012 Michal Iwanowski consiguió una residencia artística en Kaunas (Lituania). Aunque el fotógrafo llegó desde Gales, sus abuelos habían vivido en Vilna hasta casi el final de la guerra, así que llegó al lugar idóneo para recuperar lo que andaba buscando. «De forma instintiva, me puse las botas y empecé a caminar desde Kaunas hasta Vilna, en busca de lugares, gente y olores; recuerdos que no me pertenecían pero que conocía bien a través de las historias que había escuchado».
El fotógrafo se propuso, a modo de peregrinación, llegar caminando hasta el lugar en el que sus abuelos habían crecido. «Necesitaba investigar esas curiosas sensaciones que estaba experimentando allí, como el sentido de pertenencia, de estar en casa, a pesar de que no conocía ese lugar», recuerda. Aquel propósito se convirtió en un proyecto fotográfico que ha tomado la forma de libro y que se publicará este verano: Clear of people.
«Me obsesioné con descubrir que algunos elementos del paisaje no hubiesen cambiado en 70 años. Mi tío describió un puente y una vía de tren de camino hacia Kozielsk (Rusia) donde les tendieron una emboscada y dispararon a mi abuelo. Me quedé en ese puente y pude ver exactamente donde eso había ocurrido. Aquel fue un momento de conexión muy interesante. Me quedé un par de días por la zona y regresaba al puente de vez en cuando, rememorando aquella sensación. Este proyecto me ha permitido tener una nueva perspectiva del tiempo. No sé si es algo que viene con la edad o si ha surgido a raíz de este trabajo pero, de repente, tengo la sensación de que setenta años ya no significan lo mismo para mí que antes, que ya no duran tanto», cuenta.
Gracias a la lentitud con la que cambia el paisaje, Iwanowski pudo descubrir aquellos lugares casi idénticos a los que vio su abuelo a su paso y, mientras caminaba, llegó a sentirse «dentro de una cápsula de tiempo». «Los árboles, las carreteras, las piedras y las colinas eran igual ante mí que ante mi abuelo. Estoy seguro», se reconforta.
Por momentos, Iwanowski casi podía sentir que estaba junto a su abuelo, ocupando el mismo paisaje, «cruzando el río Oka a la vez, siguiendo el mismo camino, escuchando los serruchos de los mismos guardabosques a lo lejos». Al pensar que las ciudades cambian a distinta velocidad, más rápido que el paisaje, cuando llegaba a una de ellas se daba cuenta de que aquello no era sino producto de aquella cápsula del tiempo que había creado una «imaginación predispuesta» cuando caminaba solo por el campo.
Iwanowski es precavido y metódico. No hizo aquel viaje a lo loco y lo preparó cuidando todos los detalles y posibles imprevistos. Por eso, dice, no encontró sorpresas en el camino y la experiencia fue mucho más grata de lo que su entorno esperaba o de lo que el resto de la gente suele creer cuando imagina a un hombre caminando sobre la nieve. Sólo el tiempo estuvo en su contra y un temporal le obligó a caminar colina arriba durante ocho horas con el viento en contra y la ropa empapada. «Mis mayores enemigos fueron las garrapatas y los mosquitos, el barro y ramas afiladas, pero cada noche tenía un techo y ducha caliente, así que no me puedo quejar».
Para él, aquella situación no era nada si la comparaba con lo que habían
soportado su abuelo y su tío. «No dejaba de recordar lo difícil que
sería para los verdaderos fugitivos. Yo no estaba en peligro. Yo no pasé
hambre. Tenía un smartphone con el que podría haber llamado si hubiese
necesitado ayuda. Así que no hay forma de justificar que me
autocompadezca, aunque me hubiese sentido tentado en algunas ocasiones»,
relata.
Solo y en silencio, Iwanowski logró no sólo cambiar su forma de entender el tiempo. También, y quizá como consecuencia de ello, ha aprendido a ser más paciente y ha aprendido a llevar una vida más tranquila. «El proyecto me ha ralentizado. Está bien ser lento y está bien ser silencioso», concluye.
Si Iwanowski se puso en marcha, aunque diga que lo hizo de forma instintiva, fue para que aquella historia que dio por perdida cuando murieron sus abuelos, no muriese en él porque sabía que vidas como la de sus abuelos, a pesar de ser inusuales o excepcionales, «no tienen cabida en los libros de historia».
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