sábado, 21 de mayo de 2016

"Está bien ser lento y está bien ser silencioso"

Michal Iwanowski ha recorrido más de 2.200 kilómetros a pie para rehacer el camino de su abuelo huyendo del Gulag

 

Ser nieto es aprender a preguntar tarde. El error es siempre el mismo, pero es el esfuerzo por recuperar las historias que ya no pueden contar los abuelos lo que a menudo les exime de la desidia de la que a la larga se culpan. Al fotógrafo Michal Iwanowski, su abuela le reprochaba esa falta de interés en la historia familiar.

El abuelo estaba ocupado enseñando a los niños habilidades para ser buenos exploradores y cómo usar el torno. Era demasiado humilde para hablar de sí mismo. Por eso nunca le contó que una noche él y su hermano huyeron del Gulag en el que eran prisioneros en Kaluga (Rusia); que nadie pudo verles a la luz del día porque llevaban una vida nocturna, durmiendo por turnos y evitando el contacto humano. Nunca le contó que aquel otoño de 1945, él y su hermano sobrevivieron a base de bayas y hongos. Y también gracias a las coles que robaban. Después de tres meses y tras haber caminado 2.200 kilómetros llegaron a Polonia, pero eso tampoco se lo dijo.

¿Para qué, si el nieto nunca preguntaba?

«Cuando murió mi abuelo, a la muy respetable edad de 90 años, entré en shock y fue ahí cuando me di cuenta de que me estaba despidiendo de toda una generación», explica a Yorokobu. Aquello fue para el fotógrafo como la canción de Laurie Anderson que evoca uno de los más célebres proverbios africanos sobre la sabiduría de los mayores: «when my father died, it was like a whole library had burnt down». Vivió arrepentido desde entonces y cree que esa es la razón por la que decidió rehacer la huida de su abuelo. «En ese momento me vi preparado para prestar atención a aquello a lo que no supe prestársela cuando él aún vivía», relata.

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No todo estaba perdido. El tío de Michal estaba ahí para contarle, de primera mano, la historia que compartió con su hermano: los dos huyeron juntos y llegaron hasta Polonia. Él mismo, de hecho, había publicado un libro con sus memorias gracias a cuyos mapas el fotógrafo pudo seguir el recorrido que los hermanos hicieron juntos.

Iwanowski visitó a su tío, le contó su proyecto y fue él quien le dio todos los detalles de la huída. «Hablamos de los recuerdos, compartimos fotos y nos reímos. Grabé una conversación que tuve con él. Tristemente, fue nuestra última oportunidad de estar juntos», lamenta. Nadie, de entre los vivos, podría relatar mejor que él aquella historia que ya no pertenecía a su dueño.

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Al fotógrafo le anima saber que, aunque su tío murió un año después, lo hizo sabiendo que aquella historia no se iba con él a la tumba. La última vez que se vieron, Michal pudo percibir cómo el anciano había empezado a despedirse. En aquella reunión sintió que estaba recibiendo la antorcha del relevo, mientras recordaba a la juventud «cuán horrible es un bautismo de fuego como la guerra y lo frágil y épica que puede ser la vida de cualquier individuo».

En 2012 Michal Iwanowski consiguió una residencia artística en Kaunas (Lituania). Aunque el fotógrafo llegó desde Gales, sus abuelos habían vivido en Vilna hasta casi el final de la guerra, así que llegó al lugar idóneo para recuperar lo que andaba buscando. «De forma instintiva, me puse las botas y empecé a caminar desde Kaunas hasta Vilna, en busca de lugares, gente y olores; recuerdos que no me pertenecían pero que conocía bien a través de las historias que había escuchado».

 El fotógrafo se propuso, a modo de peregrinación, llegar caminando hasta el lugar en el que sus abuelos habían crecido. «Necesitaba investigar esas curiosas sensaciones que estaba experimentando allí, como el sentido de pertenencia, de estar en casa, a pesar de que no conocía ese lugar», recuerda. Aquel propósito se convirtió en un proyecto fotográfico que ha tomado la forma de libro y que se publicará este verano: Clear of people.

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«Me obsesioné con descubrir que algunos elementos del paisaje no hubiesen cambiado en 70 años. Mi tío describió un puente y una vía de tren de camino hacia Kozielsk (Rusia) donde les tendieron una emboscada y dispararon a mi abuelo. Me quedé en ese puente y pude ver exactamente donde eso había ocurrido. Aquel fue un momento de conexión muy interesante. Me quedé un par de días por la zona y regresaba al puente de vez en cuando, rememorando aquella sensación. Este proyecto me ha permitido tener una nueva perspectiva del tiempo. No sé si es algo que viene con la edad o si ha surgido a raíz de este trabajo pero, de repente, tengo la sensación de que setenta años ya no significan lo mismo para mí que antes, que ya no duran tanto», cuenta.

Gracias a la lentitud con la que cambia el paisaje, Iwanowski pudo descubrir aquellos lugares casi idénticos a los que vio su abuelo a su paso y, mientras caminaba, llegó a sentirse «dentro de una cápsula de tiempo». «Los árboles, las carreteras, las piedras y las colinas eran igual ante mí que ante mi abuelo. Estoy seguro», se reconforta.

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Por momentos, Iwanowski casi podía sentir que estaba junto a su abuelo, ocupando el mismo paisaje, «cruzando el río Oka a la vez, siguiendo el mismo camino, escuchando los serruchos de los mismos guardabosques a lo lejos». Al pensar que las ciudades cambian a distinta velocidad, más rápido que el paisaje, cuando llegaba a una de ellas se daba cuenta de que aquello no era sino producto de aquella cápsula del tiempo que había creado una «imaginación predispuesta» cuando caminaba solo por el campo.

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 Iwanowski tiene claro cuál es su medio de transporte favorito: sus pies. En Kaunas descubrió que era capaz de utilizarlos durante 30 kilómetros diarios sin dificultad y que caminar es su mejor forma de hacer fotos porque le permite «el ritmo adecuado para que los ojos puedan escanear lo que los rodea sin cansarse». Cree que nació precondicionado para trabajar de esta manera y lo disfruta. Por eso no le resultó difícil cubrir la distancia que recorrió su abuelo. Iwanowski es consciente de cómo el propio cerebro altera los momentos vividos al rememorarlos. «Fue bastante satisfactorio. O al menos así es como lo recuerdo ahora», dice.

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Iwanowski es precavido y metódico. No hizo aquel viaje a lo loco y lo preparó cuidando todos los detalles y posibles imprevistos. Por eso, dice, no encontró sorpresas en el camino y la experiencia fue mucho más grata de lo que su entorno esperaba o de lo que el resto de la gente suele creer cuando imagina a un hombre caminando sobre la nieve. Sólo el tiempo estuvo en su contra y un temporal le obligó a caminar colina arriba durante ocho horas con el viento en contra y la ropa empapada. «Mis mayores enemigos fueron las garrapatas y los mosquitos, el barro y ramas afiladas, pero cada noche tenía un techo y ducha caliente, así que no me puedo quejar».
 
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 Para él, aquella situación no era nada si la comparaba con lo que habían soportado su abuelo y su tío. «No dejaba de recordar lo difícil que sería para los verdaderos fugitivos. Yo no estaba en peligro. Yo no pasé hambre. Tenía un smartphone con el que podría haber llamado si hubiese necesitado ayuda. Así que no hay forma de justificar que me autocompadezca, aunque me hubiese sentido tentado en algunas ocasiones», relata.

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A pesar de que el fotógrafo estuvo solo durante todo el trayecto en la inmensidad de los bosques, descubrió algo paradójico: fue entonces cuando logró conectar mejor con las personas y lo hizo a otro nivel, «especialmente con el hombre en general, los fugitivos, toda esa gente que huye de conflictos tanto en botes como por tierra, tanto ahora como antes».

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Solo y en silencio, Iwanowski logró no sólo cambiar su forma de entender el tiempo. También, y quizá como consecuencia de ello, ha aprendido a ser más paciente y ha aprendido a llevar una vida más tranquila. «El proyecto me ha ralentizado. Está bien ser lento y está bien ser silencioso», concluye.

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Si Iwanowski se puso en marcha, aunque diga que lo hizo de forma instintiva, fue para que aquella historia que dio por perdida cuando murieron sus abuelos, no muriese en él porque sabía que vidas como la de sus abuelos, a pesar de ser inusuales o excepcionales, «no tienen cabida en los libros de historia».

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