Los de dentro. Los de fuera
Los muros para separar compatriotas han de ser estudiados minuciosamente para atender a las causas que los originaron y las consecuencias que han provocado y provocan mientras continúan en pie.
Es común en las oposiciones de los gobiernos latinoamericanos acusar a quienes ostentan el poder de “separar a la sociedad”, de confrontar a sus ciudadanos. En este Especial, en cada caso, estudiaremos también en qué contexto se erigieron y quiénes gobernaban a nivel provincial, regional y nacional cuando sucedieron, así como qué partidos de qué ideologías llevaron a cabo tales iniciativas o las consintieron cuando ciertos sectores de la población exigieron que se levantasen.
Violencia, inseguridad urbana, delincuencia callejera. Un largo número de problemas sociales del continente fueron los que provocaron una proliferación de lo que hoy se denominan barrios cerrados. Allí donde se levantaron, la dejadez política tomó un papel principal. Y es que es más fácil y rápido levantar un muro que fomentar el civismo, instruir en concienciación ciudadana y apostar por el bienestar intraurbano a todos los niveles. Esta polarización de la sociedad, la segregación urbana que ha acarreado y, en definitiva, el levantamiento de estos muros tienen responsables que en La Réplica, hasta donde se nos permite recabar información, serán mostrados sin paños calientes ni medias tintas.
Partamos de lo conceptual: ¿qué entendemos por barrios cerrados?
Son zonas residenciales que cuentan con servicios privados de vigilancia permanentes que, con la ayuda de muros, impiden la entrada a los mismos de aquellos que no sean residentes en alguna de las casas que hay dentro. He aquí la primera colisión: espacio público urbano se ve privatizado ipso facto con la aparición de este fenómeno residencial, privatización avalada por legislación ad-hoc (dispuesta expresamente para ello). Decimos que se da la primera colisión porque ciudadanos de una determinada localidad comprobarán que calles por las que no hubo problema en pasear años atrás, ahora, por no vivir en una zona que hoy es pudiente, no puede ni siquiera caminar por sus calles, y eso provoca irremediablemente sentimientos enfrentados. “No eres quién para poder caminar estas calles.”
La proliferación de los barrios cerrados ha dado lugar a otro fenómeno urbano. Tradicionalmente, quienes se ubicaban a las afueras de la ciudad eran aquellos estratos sociales que no disponían de suficiente poder adquisitivo. En cambio, la falta de espacio en zonas céntricas de las ciudades ha provocado que dichos barrios también se construyan en las periferias. Así pues, no es de extrañar el fenómeno visual tan grande que se produce cuando, en una vista panorámica, pueden observarse chabolas y chalets adosados a escasos metros de distancia con un muro en medio. Un muro físico, un muro de clase, y un muro que no ayuda al desarrollo social y humano de ninguno de los dos lados. Esta afirmación, para algunos sectores idealista, es totalmente comprobable y demostrable, como avanzaremos más adelante.
¿Cómo se protegen los barrios cerrados?
La antropóloga brasileña Teresa Pires do Rio Caldeira hacía una aclaración bastante aclarativa al respecto: cuanto más segura y cerrada es la propiedad dentro del barrio cerrado, más alto es el status de la familia que la habita en el mismo. Y esto, se extrapola también al barrio en sí: cuanto más segura la muralla y más sofisticados sus dispositivos de seguridad, más alta distinción posee. En algunos casos, dicha protección se ha vuelto obsesiva en familias que buscaban evitar a toda costa la heterogeneidad social, algo no tan concebible en Europa pero muy arraigado y asumido en Latinoamérica, donde quería evitarse el contacto con situaciones de pobreza y extrema miseria. Bien por decoro o por preferir obviar la realidad. El mayor problema no recae sobre quienes adultos deciden trasladarse a estos barrios, sino quienes nacen y crecen aquí, y solo conocen de primera mano esta realidad.
Ya que tenemos una idea de lo que son, resulta inevitable realizarnos la siguiente pregunta seriamente y llegar al fondo de la respuesta: ¿por qué surgen?
Obviamente, la respuesta es múltiple: la inseguridad urbana, la violencia callejera, la incapacidad del Estado para combatirlo, la desigualdad social cada vez más en aumento entre ricos y pobres, el deseo de lograr un mayor status y cierta homogeneidad social por parte de los sectores con mayor poder adquisitivo…
Frente a la inseguridad y la violencia, el Estado, en vez de aumentar la inversión en educación y en fomentar la reinserción de quienes han sufrido un abandono casi desde el nacimiento, apuesta por apartarlos fuera de muros.
Frente a la desigualdad social y al aumento paulatino de la brecha que separa a ricos de pobres, el Estado, en lugar de aplicar una política redistributiva y que apueste por la equidad de condiciones básicas y el acercamiento a la igualdad de oportunidades, permite que quienes tienen más se separen de la realidad y hagan suyas calles de todos.
Frente a los deseos de homogeneidad social de quienes más tienen, el Estado permite que se produzca un apartheid promovido por quienes más poseen para no mezclarse con los que menos tienen.
Obviamente, no se trata de demonizar a quienes viven dentro de los barrios cerrados y beatificar a quienes viven fuera. Pero como ya dijimos antes, esto no hace bien ni a unos ni a otros. Esta diferenciación provoca sentimientos enfrentados, desigualdad, resentimiento, odio, rencor… y no sólo eso, sino que navega a barlovento contra lo más importante: el bien común. Si se quiere luchar la violencia callejera, la inseguridad y la pobreza, los muros no ayudan ni a quienes quedan dentro ni a quienes quedan fuera.
No obstante, no todos los gobiernos latinoamericanos han actuado del mismo modo. Sólo algunos apuestan por esta polarización, ¿qué Estados y con qué gobiernos? Lo iremos viendo en las monografías que se sucederán semanalmente.
Esta monografía, aunque sea crítica y voraz contra los muros, no le pierde los ojos a la realidad. Es totalmente comprensible que una familia, ante el aumento del crimen, el miedo a la violencia y el sentimiento de vulnerabilidad, busque su protección. No es culpa de estas familias ante tales sentimientos, sino del Estado. Por el contrario, sí es culpa de estas familias cuando su exclusión del resto se debe única y exclusivamente a querer una homogeneización social en el sentido peyorativo de la misma: mis hijos con los hijos de quienes más tienen.
A su vez, dicha segregación social ha sido contraproducente para las propias familias pudientes. Unidas, focalizadas en el mismo punto del mapa, son un dulce para las bandas criminales organizadas que en un solo ataque pueden concentrar una mayor cantidad de artículos de valor. Además, el hecho de vivir dentro de los muros crea una falsa seguridad en quienes allí habitan, y sus modos de conducta así lo demuestran. Normalmente, sus puertas y ventanas están abiertas y los automóviles tienen las llaves puestas.
Los muros crean una falsa ilusión de seguridad que, en el momento que son traspasados por alguien del exterior, los dejan en evidencia.
Hay quienes apuntan a un fenómeno social urbano que busca explicar la aparición de estos barrios cerrados, si bien no parece lograrlo en su totalidad. Georjeanna Wilson-Doenges, profesora en la Facultad de Psicología de la Universidad de Wisconsin-Green Bay apuntaba a que la irrupción de estos barrios también se debía a la pérdida de sentimiento de comunidad, de sentimiento de barrio, que hoy día se había deteriorado hasta casi la extenuación en las ciudades de hoy día, en constante crecimiento y con un paulatino desapego de las relaciones de vecindad. Este fenómeno al que apuntaba la profesora es también visible en Europa, y no por ello se ha dado una proliferación de barrios cerrados en el viejo continente, he ahí que no termine de convencer dicho análisis.
Guy Thuillier, historiador francés, señalaba a la desigualdad social como la razón fundamental de que se den fenómenos como este: los ricos buscan evitar el contacto con la pobreza. Dicho afán se ve acrecentado cuando se implementan políticas neoliberales, cuando el Estado desentiende de los problemas de desigualdad social y permite que la segregación se produzca dentro de la sociedad a puntos tan radicales como el levantamiento de muros que dividan materialmente el tejido social más allá de la brecha ya existente de ingresos entre las diferentes familias del mismo país.
Dicha división crea un peligroso tablero de ajedrez entre los “ganadores”, los de dentro, y los “perdedores”, los de fuera. Y se hace más peligroso aún dentro de las clases medias que ni cuentan con enormes cantidades de dinero en sus cuentas corrientes ni tienen tampoco problemas para llegar a final de mes. ¿Por qué más peligroso aún?
Son este estrato social quienes sustentan la estructura social, y el capitalismo dejado a su libre albedrío da pie a un “sálvese quien pueda” en el que, frente a algunos privilegiados que se avecinaban a los más ricos (normalmente profesionales del sector privado en puestos de dirección) irremediablemente, el grueso de este estrato (como se comprobó por ejemplo en Venezuela tras el Caracazo o en Argentina tras el Corralito), cae estrepitosamente al polo inferior de la escala social y sufren el progresivo emprobecimiento de la sociedad de un modo más drástico, como lo demuestran diversos estudios que se han hecho al respecto, como por ejemplo los plasmados por la socióloga argentina Maristella Svampa en su libro “La sociedad excluyente” (2005).
Los barrios cerrados quizás sean una solución rápida para quienes cuentan con ingresos altos y exigen una mayor seguridad, lo cual es comprensible. ¿Quién no quiere seguridad? Ahora bien, no es una solución para una sociedad. Todo lo contrario, ha de ser una vergüenza, tanto para los de dentro como los de fuera, y a la misma vez, un aliciente para impulsar desde el Estado todas las herramientas posibles que busquen la erradicación de estos muros por lo innecesario de los mismos. Trabajo de generaciones que algunos gobiernos ya comenzaron en sus diferentes países hace años y de los que hoy podemos ver algunos de sus frutos. Escasos, pero esperanzadores.
A modo de conclusión, podríamos sintetizar las principales características de este fenómeno urbano de la siguiente manera:
– Son barrios con barreras físicas que provocan una privatización de espacio público.
– El acceso a los mismos es discrecional. Se impide la entrada a los de fuera, los ¨”no-queridos”, fomentando la segregación social urbana.
– Suelen estar ubicados en la periferia junto a arrabales y barrios marginales.
– Sus habitantes buscan la homogeneidad social y evitar el contacto con la pobreza.
– Son una solución rápida para quienes quieren evitar la inseguridad urbana y la delincuencia.
Fuente: http://lareplica.es/los-barrios-cerrados-la-segregacion-social-urbana/
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