Erwin Blumenfeld |
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No vivo sino en la espera de esa hora en la que te entregas a mí con todo el impudor que la pasión dicta. Te me apareces, en el deslumbrante esplendor de tu desnudez, y mis labios buscan el lugar en el que mejor sabrán turbar esa carne que se ofrece. Y yo sé qué lugar es ése, lo adiviné casi el primer día. ...
Estaba ayudando a una amiga a vaciar una casa cuyo sótano había quedado olvidado cuando encontré, detrás de un montón de madera, una caja en la que habían apilado tarros de conserva vacíos entre dos capas de papel de periódico.
Tuve la extraña sensación de que ahí, al alcance de la mano, tenía una aventura extraordinaria de que estaba ocurriendo algo importante. Podía ser un mapa del tesoro, uno de esos calcetines de lana lleno de monedas de plata, títulos de compañías desaparecidas hace tiempo, o una partitura desconocida de Mozart. Así es que me apresuré a apartar las capas de periódicos viejos y de tarros que protegían el fondo de la caja, hasta llegar a una bonita y pesada cartera de cuero con iniciales grabadas en plata. Dentro no había más que cartas, amontonadas de cualquier manera y escritas todas con la misma caligrafía. Leí primero una, y luego otra y otra, hasta descubrir por fin toda una correspondencia, de amor aparentemente, con un lenguaje más que atrevido, un lenguaje de una increíble audacia erótica. Dicha correspondencia se había reunido deliberadamente en esa cartera, destinada sin duda alguna a permanecer oculta. Encontré una fecha en una de esas cartas: 1929. Y todas las firma una mujer, Simone
La pasión de Madamoiselle S.
Anónimo
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