Mi nombre es Sweetie. Tengo 10 años». El anuncio de la niña filipina atrajo a 20.000 internautas de 71 países en unos días. Una de las primeras respuestas llegó desde España, donde un hombre sugirió a la menor que llevara a cabo un show erótico ante la cámara de su ordenador.
—Quiero que te muestres, pagaré lo que sea. Por favor. ¿Hola?
—10 dólares.
—Muéstrate ante la cámara primero.
—¿Sabes que tengo 10 años?
—Sí, lo sé.
Sweetie era en realidad una recreación virtual de Terre des Hommes para identificar a pederastas en la red, pero su perfil no tenía nada de ficción. La ONG holandesa lo desarrolló utilizando los rasgos físicos, datos biográficos e historias reales de niños que viven en barriadas como esta de Sudonggan, en la isla filipina de Cebú. Cientos de chabolas se amontonan alrededor de un riachuelo de agua negra, formando un laberinto por el que se avanza esquivando montañas de basura y niños descalzos. No hay agua corriente y familias de hasta 10 miembros comparten espacios de 30 metros cuadrados. Pero no falta conexión a internet. Casetas levantadas con cuatro maderas y techos de hojalata se anuncian como cibercafés cada pocos metros. «Cinco pesos: 30 minutos», dicen los carteles informando de tarifas que no llegan al céntimo de euro.
Al caer la noche, niños de entre seis y 15 años depositan monedas por las ranuras que ponen en marcha los ordenadores y les conectan con desconocidos que viven a miles de kilómetros de distancia, iniciando lo que aquí se conoce simplemente como chit-chat. «A esta hora es de día donde viven los extranjeros», dice Mark, un niño de 11 años que asegura lograr hasta 20 euros por noche atendiendo las solicitudes eróticas de clientes de Alemania, Estados Unidos o Reino Unido.
Grace Hirayas, de la ONG local Forge, recorre las callejuelas y visita los cibercafés improvisados, tratando de detectar a potenciales víctimas, reuniendo pruebas contra las redes de tráfico que utilizan a los menores y persuadiendo a los padres para que no dejen a sus hijos participar en una industria que se ha convertido en la principal fuente de ingresos en algunas de las comunidades más deprimidas de Cebú. «Casi siempre son padres, tíos o hermanos los que alientan a los chavales a hacer porno en directo», explica Hirayas. «Cuando se lo recriminas, te dicen: “¿Y qué otra cosa podemos hacer para sobrevivir?”».
Marginalidad, uno de los índices de natalidad más altos del mundo, redes de explotación y autoridades que miran a otro lado —cuando no están implicadas— ofrecen en Filipinas un oasis de impunidad a los cerca de 750.000 internautas que en cualquier momento están buscando sexo infantil en la red. La cifra es de Naciones Unidas y el FBI. Las ONG que trabajan en la protección de la infancia la consideran conservadora.
El sureste asiático, que durante gran parte de los años 80 y 90 fue destino predilecto de los pederastas del mundo, atraídos por una cultura y unas leyes permisivas, empezó a tomarse en serio el turismo sexual que victimizaba a sus menores hace algo más de una década. Países como Tailandia, Camboya y Filipinas, presionados por ONG y gobiernos extranjeros, cambiaron sus legislaciones, encarcelaron a cientos de abusadores y aumentaron los controles. Antiguos proxenetas se pasaron a comercios más lucrativos y menos arriesgados, desde el tráfico de trabajadores a la piratería cultural. La explotación de menores disminuía en las calles y crecía, de forma clandestina y sin hacer ruido, a través de internet. «Una nueva generación de niños asiáticos está en riesgo», aseguran desde Terre des Hommes, la ONG que ha incluido la identificación de sospechosos en sus campañas contra la pederastia digital.
Angelica creció en una de las chabolas de Sudonggan. Hija de una lavandera y un desempleado de la construcción, a los 11 años se inició en el cibersexo desnudándose para extranjeros con los que entraba en contacto a través de Facebook. Las peticiones fueron aumentando, acompañadas de solicitudes de actos sexuales cada vez más gráficos y promesas de dinero y regalos. Cuando la madre de la menor descubrió lo que estaba haciendo, su primera reacción fue enviarla al campo con familiares, donde no tendría acceso a la red. «Un día me preguntó cuánto ganaba con lo que hacía», recuerda Angelica, una de las 16 niñas que viven en el refugio Teen Dreams Home para víctimas de abusos sexuales de Cebú. «Cuando le dije que en una noche conseguía hasta 40 dólares, me pidió que siguiera haciéndolo y que entregara el dinero para ayudar a mantener a la familia».
Sarah Mae de los Reyes, la psicóloga que trata a las menores de Teen Dreams Home, asegura que en las comunidades marginales de Filipinas, donde alcohol, violencia y pobreza han fracturado miles de familias, los niños ven en los ingresos de la pornografía una manera de dejar de ser una carga para sus padres. «Sienten que si traen dinero serán más queridos en sus hogares», asegura la especialista. «A menudo los padres no fuerzan a sus hijos a ponerse delante del ordenador, pero miran a otro lado porque necesitan el dinero».
La vulnerabilidad de comunidades deprimidas de Cebú ha sido aprovechada por proxenetas que proveen a las familias de ordenadores, enseñan a los niños a utilizarlos y les inician en el mundo del cibersexo, gestionando sus cuentas de internet y quedándose gran parte de los beneficios. Terre des Hommes cree que el número de niños explotados por la industria del cibersexo supera las «decenas de miles» sólo en Filipinas y que se ha extendido a otros países del sureste asiático, desde Camboya a Indonesia. La organización creó a Sweetie el año pasado en un giro estratégico en su lucha contra la pederastia, tratando de centrar la atención en la demanda de pornografía infantil en países ricos.
El falso perfil de la niña filipina permitió identificar a un millar de personas entre las más de 20.000 que colapsaron su página de contactos. La mayoría eran hombres estadounidenses o europeos que habían creado identidades falsas en internet y que buscaban a sus víctimas en países subdesarrollados, donde los menores suelen estar menos protegidos por su entorno. Filipinas suma una ventaja desde el punto de vista de los consumidores de pornografía infantil: más de ocho millones de sus habitantes han emigrado en busca de trabajo, dejando atrás a una generación de niños con poca o ninguna supervisión.
CASAS CONVERTIDAS EN PLATÓS
Los 5.000 habitantes de la localidad de Cordova, en la isla de Cebú, solían vivir de la pesca y los pocos empleos que ofrecían las fábricas de la zona. Intermediarios de las redes de prostitución empezaron a introducir una nueva forma de ganarse la vida hace tres años. Las viviendas privadas fueron convertidas en improvisados platós de cibersexo, donde los menores eran obligados a mantener relaciones sexuales delante de las cámaras a petición de clientes occidentales. Las sesiones incluían desnudos de bebés, relaciones entre hermanos y, en los casos más graves, la violación de menores en directo a manos de familiares y vecinos. Una de las víctimas identificadas por la policía tenía tres años y aparece en un vídeo donde es sometida a abusos sexuales en los que participaba su madre, hoy en prisión.
Que los niños de Cordova estaban siendo explotados en la industria del porno no era un secreto para nadie en esta comunidad, pero fue una sorpresa para los investigadores de 12 países que en 2012 lanzaron la operaciónEndeavour contra la pederastia internacional. Gran parte del material incautado a un ciudadano británico, que incluía cuatro millones de imágenes y cientos de horas de vídeos, había sido producido en un lugar donde los agentes no esperaban encontrar la infraestructura informática capaz de producir grandes cantidades de material digital. Asia, con la mayor penetración de internet del mundo, más de 1.000 millones de conexiones y focos de pobreza que persisten a pesar de décadas de espectacular crecimiento económico, se había convertido de nuevo en el principal frente contra la pederastia, en esta ocasión digital.
La policía y las autoridades de Cordova mantienen que desconocían que su infancia estuviera siendo víctima de abusos sistemáticos. El alcalde, Adelino Sitoy, ha asegurado que «no podía imaginar lo que estaba pasando», a pesar de que algunos de los chats eróticos se organizaban en cibercafés públicos. La operación Endeavour puso a Cordova en el mapa de la ofensiva contra el cibersexo infantil y forzó las redadas que en los últimos meses han llevado a la detención de familias enteras, el encarcelamiento de varios proxenetas y el rescate de decenas de niños. «Mienten al hacerse los ignorantes», asegura una vecina que prefiere mantener el anonimato por miedo a represalias y que asegura haber denunciado lo que ocurría en varias ocasiones. «Todos lo sabían, pero callaban porque se generaba mucho dinero».
Las detenciones de los últimos meses, la obligación de registrar todas las cuentas de internet y el control sobre los pagos que llegan desde el extranjero han hecho poco por detener la explotación de menores en Cebú. La policía ha tratado de identificar el origen de los pagos relacionados con el cibersexo, pero las mafias se las arreglan para recibir el dinero por otras vías. La producción se hace cada vez más a través de conexiones inalámbricas, utilizando teléfonos inteligentes y tabletas. Nuevas zonas deprimidas de la isla han descubierto una industria que paga hasta 70 euros por los actos sexuales más explícitos, cuando el salario mínimo por una jornada de trabajo en una fábrica no llega a cuatro euros y muchas familias subsisten con la mitad. .
CONEXIONES INALÁMBRICAS
El Gobierno filipino asegura estar decidido a terminar con las redes de pornografía infantil y culpa a ONG como de Terre des Hommes de dañar la imagen del país. Las autoridades locales temen el efecto que los titulares sobre pederastia puede tener en una isla hasta ahora conocida por sus playas paradisiacas y resorts de lujo, que atraen a clientes adinerados de países asiáticos como China, Corea del Sur y Japón. La prensa local informa, casi todas las semanas, de una nueva operación policial en contra de las redes que controlan la industria del cibersexo.
Para la ONG Forge, sin embargo, las redadas hacen poco por solucionar un problema que tiene su raíz en la pobreza, la falta de educación y una cultura que lleva a algunos padres a condonar lo que hacen sus hijos, cuando no a promoverlo. Familias que durante años temían que sus hijas tuvieran que ejercer la prostitución para pagar el colegio de sus hermanos o las medicinas de un familiar enfermo ven ahora como un mal menor que se desnuden delante de un ordenador. La ausencia de contacto directo con clientes que están a miles de kilómetros de distancia es vista como una opción más aceptable. «No entienden el daño que están haciendo a sus hijos y las consecuencias que para ellos tiene ser explotados de esa manera», asegura Maria Sheila, directora del proyecto de prevención de Forge. «Por eso debemos empezar por formar a los padres y a los niños para que comprendan cuáles son sus derechos».
El refugio de la ONG Teen Dreams Home está discretamente situado en una calle de la ciudad de Cebú, sin carteles que lo anuncien. Las 16 menores que viven en la casa asisten a clases de inglés, aprenden oficios alternativos y reciben asistencia psicológica para superar años de abusos que muchas veces empezaron con un clic de ordenador. Las paredes de los dormitorios, pintadas de rosa, están adornadas con mensajes escritos a mano por las niñas. «No necesito tener un rostro perfecto para gustar a los demás. Tengo mi propia forma de ser apreciada», dice una de ellos. Sobre las camas, ositos de peluche y fotografías de cantantes pop recuerdan que todas son menores de edad.
La víctima más joven del refugio es Gloria, una niña de seis años cuya vivienda había sido convertida en un centro de cibersexo, hasta su desmantelamiento hace seis meses. La menor sufrió abusos por parte de su padrastro y de su madre hasta que esta fue detenida cuando trataba de vender a otra de sus hijas, un bebé de seis meses. Gloria recibió palizas constantes, fue sistemáticamente agredida sexualmente y utilizada en shows eróticos a través de internet para clientes de Estados Unidos y Europa. Con sus dos padres encarcelados, y la imposibilidad de volver a un entorno de alto riesgo, Sarah Mae de los Reyes espera encontrar una familia que la adopte. «Ha recuperado la sonrisa», dice la psicóloga del centro. «Pero todavía tiene un largo camino por delante para recuperar su inocencia».
Fuente: http://quiosco.elmundo.orbyt.es/ModoTexto/paginaNoticia.aspx?id=23000538&tipo=9&sec=Cr%f3nica&fecha=29_06_2014&pla=pla_16141_CRONICA
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