miércoles, 4 de junio de 2014

Anthony Giddens “¿Dónde se detiene el proceso que inician Escocia y Cataluña?”

El sociólogo y exrector de la London School habla sobre el futuro de los nacionalismos. “Las pretensiones independentistas son otra consecuencia de la crisis”

Escribir es prever, decía Paul Valéry. Allá por 2005, Anthony Giddens se declaraba un previsor azorado: “Temo un desplome de la economía europea y un retorno del nacionalismo”, escribía. Giddens, reputado sociólogo británico e inspirador intelectual de la tercera vía, apoyaba sin remilgos por aquel entonces la reforma del Estado del bienestar para combatir la dulce decadencia europea. Las reformas no llegaron; lo que vino fue una crisis no tan dulce. Paralelamente, la socialdemocracia se metió en un lío morrocotudo, pero —paradojas de la historia— esa crisis ha traído de la mano una avalancha reformista, hasta el punto de que “el alabado modelo social europeo corre peligro”, apunta. Giddens reflexiona sobre un continente que se asoma a un largo estancamiento, atacado por los populistas, espiado por sus aliados, inseguro de sí mismo, más alemán que nunca. Y no evita los charcos: analiza las pretensiones independentistas en su país y en España como “otra consecuencia de la crisis” y no esconde sus críticas a un debate “en general poco adulto, en el que falta reflexión y sobran emociones”. “Siento decirles esto a escoceses y catalanes, pero es imprescindible hacerse una pregunta sobre las pretensiones secesionistas: ¿Dónde se detiene ese proceso?”
El mito fundacional de Europa es “la semilla de una idea más amplia”, en palabras del fallecido Tony Judt. Pero Giddens (Londres, 1938), en una charla con este diario, detecta un movimiento pendular en sentido contrario. Especialmente en Reino Unido: “Mi país demuestra una vez más que es un caso aparte. A los problemas no responde con un referéndum, sino con dos: el escocés y el europeo. Eso nos convierte en un peligro para la estabilidad, ante la perspectiva de que Escocia salga de Reino Unido y Reino Unido de Europa. Pase lo que pase, el país tiene que repensar su identidad”.

“Lo más preocupante”, a su juicio, “es que los británicos se enfrentan a decisiones tan importantes sin un debate serio”. “Si una mayoría reflexiona sobre estos temas y, con todos los datos sobre la mesa, los británicos decidimos irnos de la UE, o los escoceses deciden separarse, entonces no hay más que hablar: están en su derecho. Creo que Reino Unido puede sobrevivir sin la UE, y Escocia sin Reino Unido. Pero también creo que no hemos pensado lo suficiente en las consecuencias”.

Giddens no ve paralelismos entre Escocia y Cataluña: “Es mucho más que eso: hay una conexión directa. Primero, porque no hay más que ver los continuos contactos entre los nacionalismos catalán y escocés. Y segundo, porque España puede llegar a vetar el acceso de Escocia a la UE” (y viceversa, Londres puede vetar la entrada de Cataluña). “Estoy firmemente a favor de las naciones cosmopolitas, en las que la gente es capaz de vivir al lado de alguien que piensa y siente de forma distinta”, se confiesa. “Pero no haga mucho caso”, ironiza, “al fin y al cabo soy británico y un europeísta entusiasta, algo aparentemente incompatible”.

La crisis ha hecho aflorar dramáticamente los problemas que se venían incubando desde hace tiempo. Los nacionalismos son solo uno de ellos. A sus 75 años y con 35 libros a sus espaldas, Giddens presentó el lunes en Bruselas —de la mano del Lisbon Council— Un continente turbulento y poderoso, un ensayo sobre Europa con una idea fuerza: en los próximos seis meses se juega la batalla por la Unión, y la clave no está en los dos kilómetros cuadrados escasos que ocupan las instituciones en Bruselas y Estrasburgo: “El partido se juega en Berlín”.

“El euro ha hecho a la UE mucho más interdependiente que antes. A la vez, esto se ha hecho de una forma obtusa, explosiva y en muchos aspectos irresponsable. Con las nuevas medidas de disciplina fiscal nos están hablando de coordinación económica, pero no de integración: la UE ha ido muy lejos, siempre bajo el mando de Alemania, pero sin la imprescindible integración política, y con los consiguientes problemas de legitimidad democrática. Es urgente un nuevo salto político. El nuevo Gobierno alemán será crucial”.

“Merkel ha hecho un buen trabajo manteniendo unido el euro, lo que no era nada fácil. Se abre una nueva etapa: el liderazgo alemán no puede ser el mismo que hasta ahora: la fractura Norte-Sur, acreedores-deudores, no puede agravarse, porque es el caldo de cultivo que haría emerger los populismos. Necesitamos una Alemania que reconozca que es vulnerable a lo que pase en Europa”.

Hace 10 años, Alemania era el enfermo del continente. “¿No se da cuenta Berlín de que, con la crisis europea, puede volver a enfermar?”. “La UE necesita más cambios: el Sur hace reformas estructurales, pero deben hacerse también en el Norte. La defensa del euro requiere además una unión bancaria en condiciones y transferencia de poder fiscal al centro; a cambio debe haber alguna forma de mutualización, de compartir responsabilidades entre acreedores y deudores. Alemania debe despertar y darse cuenta antes de que vuelva el peligro”.

Giddens, además de padre de la tercera vía, es hijo de un trabajador del metro londinense. ¿Podría hoy el hijo de un trabajador del metro de Sevilla convertirse en lord Giddens? El entrevistado se remueve en la silla y rechaza la pregunta: “Es inaceptable para un sociólogo, las circunstancias históricas son muy diferentes”. ¿Qué responsabilidad tiene la tercera vía en la crisis de la socialdemocracia? Ahí Giddens, amable, simpático y con la frescura analítica de siempre, vuelve a mostrarse incómodo, pero dispara: “La causa de la crisis es esa nueva forma de capitalismo financiero que se incubó durante décadas. La socialdemocracia pudo contribuir a la desregulación, pero ahora tiene la responsabilidad de transformarse: debe recuperar el control de los mercados. Y a escala europea hoy debe enfrentarse a otro cambio: sustituir el Estado del bienestar por un Estado de inversión social. En un continente con casi 30 millones de parados, hay que ver dónde se puede crear empleo, y para ello se debe recuperar base industrial; además, queda por hacer la reflexión de cuánta cohesión social podemos pagar en términos de competitividad global, y plantearse cómo puede cambiar la respuesta todo lo relacionado con la revolución tecnológica”.

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