Thomas Bernhard på Café Bräunerhof, 1984. Foto Sepp Dreissinger. |
Antigua llaga que en mis huesos cría,
no deja resollar el buen deseo.
Juan Boscán
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Mi madre me había dado a criar. Me veo en Holanda, en Rotterdam, durante un año entero, con una mujer en un barco de pesca. Mi madre venía a verme cada tres o cuatro semanas. No creo que entonces se ocupara mucho de mí, aunque eso cambió más tarde. Tenía un año cuando partimos para Viena. Sin embargo, mi desconfianza no se disipó sino en casa de mi abuelo; éste me quiso realmente y yo le correspondi bien. Luego nuestros paseos, se encontrará la huella más tarde, en mis escritos; y esos personajes, personajes masculinos, que se parecían a mi abuelo materno. No es posible formarse más que solo; solo, se estará siempre; la conciencia de que uno no puede salirse de sí mismo; el resto no es más que ilusión, duda. Nada cambia...
Durante los estudios, completamente solo. Se tiene un compañero de banco, pero se está solo. Se discute con la gente, se está solo, se tienen opiniones diferentes, personales, y se está solo, siempre. Y cuando se escribe un libro, por lo menos como yo lo hago, se está aun más solo...[...]
Joven todavía, hacia los dieciséis o los dieciocho años, no odiaba nada tanto como los libros. Vivía entonces en los de mi abuelo que escribía mucho y poseía una inmensa biblioteca. Y estar todo el tiempo en medio de libros, tener que atravesar la biblioteca cada día era para mí casi un suplicio... Y verosímilmente... En verdad, ¿por qué motivo me puse a escribir? ¿Por qué escribo libros? Por puro espítitu de contradicción con respecto a mí mismo, por oposición a un estado de hecho, porque resistir expresa a mis ojos TODO. Deseaba vivir en estado de permanente oposición. He ahí por qué escribo prosa...
Thomas Bernhard
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