El economista y político ecuatoriano Alberto Acosta posa para la cámara el día de la entrevista |
Un paradigma, el posdesarrollo, que lleva años repensando y cuyo último botón de muestra es Pluriverso. Un diccionario del posdesarrollo (Icaria, 2019): “No estamos pensando en una visión hegemónica dominante, sino en una pluriversidad. Desde lo local y hacia arriba se abren diferentes espacios de acción, y ahí es dónde estamos viendo la mayoría de alternativas al sistema”.
¿Qué matices aporta el concepto de ‘buenos convivires’ al buen vivir o vivir bien?
Parte de aceptar la idea básica del buen vivir, destacando que no podemos asumir una propuesta como mandato único y global indiscutible, como fue la del desarrollo. El buen vivir hay que analizarlo y proponerlo en plural, pues depende de cada territorio y de cada comunidad. No puede haber una visión única y con receta que se imponga.
¿Implica eso que en los buenos convivires tienen cabida, por ejemplo, los modelos implementados por Rafael Correa en Ecuador y por Evo Morales en Bolivia, propuestas calificadas por el profesor Antonio Luis Hidalgo Capitán de ‘estatistas’?
Asumir el buen vivir estatista es poner al mismo nivel una propuesta de buen vivir que fue vaciada de contenido en los Gobiernos progresistas de Rafael Correa en Ecuador y de Evo Morales en Bolivia. El buen vivir fue vampirizado; se le sacó el contenido, se quedó solo el cascarón y sirvió como una herramienta de propaganda e instrumento de poder. Pero eso no tiene nada de buen vivir, es simplemente un membrete que servía para impulsar propuestas desarrollistas. No coincido con Capitán: el buen vivir en esencia es pragmático, no es un concepto, son vivencias, experiencias, valores y prácticas. Son prácticas sin teoría y filosofías sin filósofos profesionales.
Afirmas que hace falta una matriz energética global diferente a la actual. ¿Es una propuesta factible?
Existen matrices energéticas diferentes. Sabemos muy bien que no podemos seguir la misma senda de la matriz energética sustentada en los combustibles fósiles. Pero hay que tener mucho cuidado con las falsas soluciones, como la de la energía sustentada en el litio. Aunque no se trata solo de la matriz energética, sino de todo lo que representa; por ejemplo, hay que ir poniendo en cuestionamiento la idea del automóvil individual. Y lo mismo hay que hacer con el tema agrario, pensar cómo vamos a garantizar la producción de alimentos con otra matriz energética más descentralizada, más radial y más basada en la energía solar. Hablar de otro tipo de organización energética es hablar de otro tipo de producción y de consumo, y hay que hacerlo transformando la energía en un derecho, que no sea solo una mercancía.
¿Cómo contemplas el momento actual por el que atraviesa América Latina?, ¿puedes hacer un retrato para toda la región?
Un solo retrato sería complicado, porque cada realidad es diferente. Pero quizá sí podamos dar unas pocas pinceladas gruesas que nos permitan establecer una suerte de mínimos comunes denominadores. Empezaría con una aproximación, realizada por el actual ministro de Universidades del Estado español, Manuel Castells, quien habló de una suerte de creciente frustración, particularmente en las nuevas generaciones. La promesa del bienestar para todos que nos ofreció la Modernidad no vale, no funciona.
Otro punto referencial son los límites que tienen los extractivismos. Todos los países de América Latina han apostado por economías sustentadas en la exportación de recursos naturales y todos se embarcaron en lo que la socióloga Maristella Svampa llama ‘el consenso de los commodities’; ahora que eso desaparece como opción para resolver los problemas, las economías tienen graves dificultades y las sociedades empiezan a convulsionarse. También podríamos sacar otra conclusión desde la lógica de los extractivismos, y es que lo que han hecho es ahondar cada vez más en economías y estados rentistas, en sociedades clientelares y en gobiernos autoritarios. Luego, en cada caso, hay que ver las explicaciones.
Además, estamos viviendo una etapa de profundas transformaciones y ebulliciones, en algunos casos hasta sorpresivas, como en Chile: el ejemplo por excelencia del neoliberalismo, su logro mayor, comienza a hacer aguas por los cuatro costados. Y el caso de Ecuador incluso para mí, que soy ecuatoriano, fue una sorpresa porque la movilización de octubre de 2019 fue tan potente, tan vigorosa, que logró parar el avance del neoliberalismo. Las movilizaciones de octubre demuestran la capacidad para reorganizarse, de volver a la ofensiva y de liberar procesos interesantes.
Es muy complicado hacer una sola lectura, porque por ejemplo tenemos el caso de Bolivia, con un gobernante con logros y éxitos en casi 14 años en funciones, pero que en 21 días cae su Gobierno. ¿Qué pasó? Lo mismo se puede decir del caso de Brasil: ¿cuántos años estuvo el PT (Partido de los Trabajadores)? El Gobierno fue derrotado en las urnas con relativa facilidad, aunque en este caso está el tema de que a Lula da Silva le echaron de la carrera, a pesar de que sacaron de la pobreza a 30 millones de personas y se suponía que eso iba a darle fortaleza. En líneas generales se puede hablar de que el neoliberalismo tiene sus límites y entra en crisis; pensemos en la Argentina de Macri. Pero los progresismos también tienen sus crisis.
Al respecto de estos cambios de rumbo político, en América Latina se habla de un fin de ciclo.
Yo no hablaría de fin de ciclo, sino de agotamiento del ciclo. Los progresismos demuestran en la práctica que no son gobiernos de izquierda, porque lo único que terminan haciendo es modernizar el capitalismo, no hay transformación de la matriz productiva. Tanto gobiernos progresistas como gobiernos neoliberales lo que hacen es ahondar en los extractivismos, con claras tendencias reprimarizantes de la economía. El caso de Brasil es el más paradigmático. En ninguno de esos países hay un intento serio de ruptura de la lógica de acumulación del capital. No hubo transformaciones y se perdió una oportunidad histórica.
¿Esa ausencia de ruptura por parte de los gobiernos progresistas explica de algún modo el auge de la extrema derecha?
Nunca hubo un afán de golpear la estructura de poder concentrada, de profundo raigambre colonial, oligárquica y ahondada con la lógica neoliberal.
¿La falta de voluntad política es la clave para que no se produzcan dichas transformaciones?
El problema puede ser la falta de voluntad política, pero la presión social tampoco estaba, porque esos gobernantes, que devinieron en regímenes caudillistas, lo que menos querían era que esa sociedad siguiera organizada y autónoma; y eso es otra gran lección. Faltó la participación de esos grupos autónomos y esos movimientos sociales que son los que crearon las condiciones para la llegada de los gobiernos de los regímenes progresistas.
Pero, ¿la gente está dispuesta a dar ese paso y asumir las consecuencias de los buenos convivires?
En muchas partes la gente vive eso, esa experiencia existe. Va a ser muy complejo hacer el buen vivir con una propuesta de política estatal, tiene que surgir desde lo comunitario, concreto y específico, porque el Estado, per se, es una institución de dominación. Y el Estado actual se nutre de la lógica del sistema capitalista.
Antes mencionabas Ecuador, ¿cómo está la situación tras las protestas de octubre?, ¿está debilitado el Gobierno?
Ecuador está muy complicado, porque el Gobierno defraudó a amplios segmentos de la población. Lenin Moreno fue vicepresidente de Correa seis años, fue el candidato impuesto por Correa y tuvo todo el espaldarazo del Gobierno para ganar las elecciones en 2017, pero prácticamente desde el inicio de su gestión tomó distancia de Correa. En una primera etapa abrió una serie de expectativas, inclusive para los movimientos sociales: mayor respeto a la libertad de expresión, a la libertad de organización, y abrió quizá la puerta para la recomposición de propio movimiento indígena, que con Correa estaba permanentemente perseguido, criminalizado y debilitado. Pero Moreno se plegó en muy pocos meses a los grupos más tradicionales y terminó, hace ya un año y pico, en las garras del neoliberalismo y del FMI. Este año habrá que definir las candidaturas, las elecciones son en marzo de 2021 y estamos en fase preelectoral; pero no hay ahora mismo ninguna otra opción ni alternativa real dentro del juego democrático.
Ya fuiste candidato a la presidencia de Ecuador para las elecciones de 2013, por la Unidad Plurinacional de las Izquierdas, una coalición de partidos y movimientos sociales. ¿Te planteas volver a serlo?
No, no.
Para analizar a mandatarios como Moreno, Correa y Morales, en tu discurso sobrevuela el término de ‘régimen caudillista’. En ese sentido, mantienes que lo sucedió en Bolivia fue un golpe de Estado al que el propio Evo abrió la puerta.
Sin lugar a dudas.
Es una postura compartida con matices por pensadoras como Rita Segato o Silvia Rivera Cusicanqui, muy criticada por buena parte de las izquierdas. ¿Podrías explicarla?
Morales generó algunas condiciones muy preocupantes de debilitamiento del movimiento indígena boliviano. Es el caso de imponer la carretera a través del TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure), atropellando a las comunidades indígenas y a las condiciones que él mismo aceptó. Esa es una de las explicaciones por las que el Gobierno se debilita rápidamente, en apenas 21 días. Y luego hay otras cuestiones adicionales: no podía haber sido candidato por cuarta vez y lo impuso, generó condiciones para el debilitamiento institucional. Hubo un referéndum que perdió pero que no aceptó, buscando una salida que fue afectando a la institucionalidad democrática. Y, sin lugar a dudas, hubo una manipulación del proceso electoral; lo mismo que hizo Correa: no respetaron las reglas del juego. En la Constitución de Ecuador de 2008 prohibíamos la reelección indefinida, y Correa la reintrodujo. En esos contextos, sin dejar de lado que haya una ruptura del marco institucional en el caso de Bolivia, y por eso hablo de golpe de Estado, quienes alimentaron las condiciones fueron los propios gobernantes.
Y llegados a este punto, ¿qué solución propones en Bolivia? ¿Nuevas elecciones con el MAS (Movimiento al Socialismo) de Morales pero sin Morales?
Esa es una pregunta más difícil. Tendrá que ser una solución democrática que deberían resolver los propios bolivianos. La gran lectura no es quedarnos pensando solo en las elecciones; la solución está en la construcción de otro mundo desde abajo, en la construcción de otra historia desde abajo, en volver a los orígenes, a lo comunitario y en tratar de reconstruir estos países con una mayor presencia y participación de las comunidades, de los barrios y de las comunidades campesinas.
Pero mientras se construye desde abajo, ¿qué? ¿Abandonar la lucha por el poder político y que sea cooptado por la derecha?
Pero ese poder no estaba en función de una transformación estructural. Ese poder de Evo Morales, o de Correa, es el que pacta con los extractivismos, con las grandes empresas transnacionales, mineras, gasísticas o petroleras. Incluso el Gobierno progresista del PT no hizo ninguna transformación, ni siquiera una buena reformar agraria, a pesar de que contaba con el respaldo del Movimiento de los Sin Tierra, uno de los movimientos sociales más poderosos de América Latina.
A pesar de estos cuestionamientos, creo que tenemos un montón de experiencias valiosas que nos llevan a varias conclusiones: el poder no está en las urnas o, al menos, no está solo en las urnas. Y esa es una cuestión en discusión ahora en Ecuador. El movimiento indígena, envalentonado y quizás sobredimensionando su capacidad política nacional, apuesta más por las elecciones y va a perder poder; porque tuvo poder y ejerció poder en octubre de 2019 cuando paró al neoliberalismo, pero no sé si ahora tendrá ese poder para ganar elecciones. Yo fui candidato, y muchas veces he estado en esos procesos, y muchas veces nos enfrascamos en los procesos electorales y terminamos agotándonos, tenemos tremendas derrotas electorales y no construimos fuerzas capaces de detener la avalancha de este tipo de gobiernos neoliberales y de derechas. Lo ideal sería no descuidar la organización, la capacidad de respuesta desde abajo y entender que el poder está más en las plazas, en las calles y en los campos que en las urnas. Ese es un reto.
En el momento actual, en América Latina, mencionaría dos casos: las grandes movilizaciones en Colombia y las de Chile, dos países que nos están sorprendiendo. La pregunta es ¿qué está pasando en América Latina? Es una ebullición, sí, pero de qué tipo. Creo que la primera conclusión es que ya no nos sirven las aproximaciones tradicionales, aquellas lecturas encasilladas de blanco o negro. Y eso tiene que ver con el hecho de que las organizaciones sociales y políticas tradicionales están perdiendo el control de lo que sucede y volveríamos lo que dije antes de la pérdida de expectativas, de las frustraciones.
En esa discusión de pérdida de fuerza e identidad por parte de los actores tradicionales de la política, como el Estado y los sindicatos, pensadores como Enrique Dussel y Ernesto Laclau proponen la categoría ‘pueblo’. ¿Compartes esa idea? ¿Tiene el pueblo suficiente peso político y suficiente capacidad transformadora?
Sí tiene peso, pero tal vez es demasiado general. Me quedo con la categoría que le escuchaba a la socióloga Maristella Svampa ‘sociedad en movimiento’. Habría que pensar más esto desde los barrios y desde las propias comunidades; la gente ya no espera que venga ningún iluminado a que le resuelva los problemas, comienza a buscar respuestas propias. Y se moviliza en muchos casos sin tener un escenario positivo convocante, se moviliza porque está frustrada.
Pero esa frustración que mencionas con frecuencia también da alas a la extrema derecha, con casos como el de Jair Bolsonaro en Brasil.
Ese es el gran problema. Es también terreno para los fascismos. En el caso de Bolsonaro no es la única explicación, pues hay que ver todo lo que significó la teología de la prosperidad, que apuesta más al individualismo. En el caso de Ecuador, octubre provocó un terremoto en términos sociales. Hubo cosas positivas, pero hubo otras tremendamente preocupantes y emergió algo que ya existía, pero con una fuerza que yo no había visto antes: el nauseabundo racismo. Impresionante. Se ahondó en las tendencias patriarcales y xenófobas, en este caso contra venezolanos y venezolanas. En ese escenario aparecen los reclamos por los gobiernos autoritarios. Todo está en una relación dialéctica. el movimiento indígena es potente, pero también la respuesta es tremendamente reaccionaria. Y el Gobierno de Moreno, que es un gobierno mediocre y muy irresponsable que se entrega al FMI, hace lecturas que le llevan a conclusiones muy preocupantes: aumentar los movimientos represivos para evitar que otro movimiento de octubre se repita, así que se compra gran cantidad de equipos para la policía y las fuerzas armadas.
Las fuerzas armadas son otro elemento que podemos anotar, pues tienen un papel cada vez más poderoso y peligrosamente presente en toda América Latina. Retrocedemos 40 años. Y se ve por todos lados: ¿quién sostiene en Chile a Sebastián Piñeira?, ¿y en Colombia a Duque?, ¿y en Venezuela a Maduro?, ¿quién participó en el golpe contra Evo? En América Latina hay elementos positivos y preocupantes, luces y sombras en un proceso de ebullición.
En ese retrato de América Latina, el “agotamiento del ciclo” y el regreso de las derechas que señalas, ¿están relacionados con situaciones de degradación ecosistémica, como la de la Amazonia?
Se exacerba con Bolsonaro, pero hay elementos de más fondo: la ampliación de los extractivismos viene de antes. Independientemente de gobiernos progresistas o neoliberales, hay una ampliación de los extractivismos y se tiende a reprimarizar las economías. Volvemos a ser lo que fuimos siempre: países producto, países que están atados a la evolución del mercado mundial. Estamos quemando el planeta para sostener la ilusión del desarrollo y no hay tal desarrollo; nos vamos a dar cuenta cuando ya no haya planeta.
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