El mecanicismo que dominó buena parte
del siglo XX percibía el mundo como resultado de la interacción de las
diferentes entidades del mundo material. En este modelo, el principio de
causalidad de todo suceso quedaba determinado por la física clásica, lo
que chocaba directamente con la libertad humana, pues el libre albedrío
no podría darse en un marco donde la acción no venía dada por la
elección, sino por una relación causa-efecto predefinida. Pierre-Simon Laplace
creó una entidad ficticia conocida como el Demonio de Laplace para
explicar este fenómeno, conocido a su vez como determinismo causal o
cientifico. Según él, si este ser tuviera el conocimiento de la
ubicación exacta en un momento determinado de cada átomo del universo,
podría obtener sus valores pasados y futuros gracias a la mecánica
clásica, proveniente de las leyes de Newton.
Obviamente, obtener este conocimiento de todas las partículas del
universo está fuera de nuestro alcance y tampoco existe un Demonio de
Laplace al que vender nuestra alma para solicitárselo. Lo importante de
esta idea es entender que, de obtener estos datos, podríamos conocer la
evolución pasada y futura de estas partículas. Esto quiere decir que no
existe el azar, que el futuro está predeterminado.
«Una inteligencia que un momento
determinado conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza, así
como la situación respectiva de los seres que la componen, si además
fuera lo suficientemente amplia como para someter a análisis tales
datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos
más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría
incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus
ojos». Pierre-Simon Laplace
Quizás es más asumible aplicar este
razonamiento a los fenómenos meteorológicos, a la trayectoria de los
cuerpos celestes o al movimiento de las placas tectónicas, pero ¿son
acaso distintas las conexiones neuronales? Las sinapsis nerviosas, al
igual que las pilas comunes, tienen lugar debido a una serie de procesos
químicos y eléctricos; neurotransmisores y potenciales de acción en las
primeras, e hidróxido de potasio y corriente continua en las segundas.
En conclusión, los cálculos matemáticos utilizados para prever lo que
tardará en rotar Mercurio alrededor del Sol, pueden usarse para predecir
el comportamiento humano.
Muchas personas no comulgaban (ni
comulgan) con esta visión determinista del mundo. La capacidad de elegir
es el rasgo particular que marca la línea divisoria entre nosotros y el
resto de los animales. ¿Es asumible su pérdida? Algunas religiones
teístas como el cristianismo instan a que obremos bien, a que elijamos
el camino correcto discerniendo entre el bien y el mal. ¿Qué lógica
tendría que estas decisiones estuvieran predeterminadas? ¿Tendría
sentido una recompensa o castigo si no podemos elegir? Credos más
recientes como el liberalismo tienen sus cimientos aposentados sobre la
libertad del individuo, defendiendo esta en todas sus vertientes
(económica, política, social, etc.). ¿Qué ocurriría si la premisa básica
no fuera real? René Descartes expuso con el dualismo
cuerpo-alma una clara diferencia: se debe hacer una escisión entre el
soma y la psique, la cual no está sujeta a las leyes físicas. De acuerdo
con esto, las decisiones no están condicionadas de antemano y las leyes
newtonianas solo podrían aplicarse a aspectos puramente somáticos y no
conductuales. El alma es lo que hace que el libre albedrío vuelva a ser
nuestro rasgo característico.
Sin embargo, la ciencia más reciente no
apoya estas visiones, pues se ha comprobado que la estimulación
eléctrica de nuestro cerebro condiciona las acciones (y por tanto
decisiones) posteriores. Así pues, la decisión es resultado de un
proceso interno que no es decidido; la iniciativa que creemos tener al
escoger no es tal, pues tampoco nosotros iniciamos intencionadamente
este proceso.
El quid de la cuestión radica en ser
capaces de confrontar nuestro propio sentimiento de libertad. Si te
preguntan por qué haces lo que haces, dirás que porque así lo eliges,
porque eres libre. Pero la libertad no puede resumirse (aunque es
cotidianamente entendida de esta manera) como la capacidad de actuar
según nuestros deseos. Un animal sediento desea beber y bebe. Aun si
pudiéramos elegir nuestros deseos, estos no son más que sensaciones
resultantes de reacciones químicas y, desde luego, no son libres. Se
podría creer que es libre albedrío decidir no comer pese a tener hambre,
pero si mi pensamiento es el de no comer aún con hambre, ese
pensamiento es fruto de una respuesta química predeterminada y la
percepción de libertad un significado que le hemos dado a esta
sensación. Ir en contra del instinto de autoconservación o del principio
de placer de Freud no nos hace libres, pues no somos
inalterables y nos adaptamos a las circunstancias. La flexibilidad
cognitiva permite que una norma general no se convierta en absoluta,
pero es la bioquímica quien lo decide; además, dicha flexibilidad no
implica libre elección. Un ordenador puede presentar un abanico de
posibles respuestas a un problema, siendo una más adecuada que las demás
en términos de tiempo o consumo energético, entre otros. Sin embargo,
al tratarse de un sistema flexible, la Inteligencia Artificial (IA)
puede dar varias resoluciones al conflicto presentado. Si esta IA no es
autónoma (y de serlo tuvo que programarse), la decisión la determinan
los comandos que ingresemos en la consola de control. En el caso de los
seres humanos, esos comandos que inician (y no al revés) el proceso de
decisión no son libres, pues no podemos controlarlos al igual que no
podemos controlar los movimientos peristálticos del estómago.
Se ha comprobado en varios experimentos
la existencia de actividad neuronal antes de que el paciente tome una
decisión. El escáner cerebral puede detectarla incluso antes de que el
paciente manifieste su elección, antes de desear lo que hará después. Y
aunque efectivamente toma una decisión, esta no es tal y como nosotros
la entendemos. La reacción bioquímica nos hace sentir que deseamos algo,
y ante este estímulo interno respondemos llevando a cabo la acción que
queremos, pudiendo satisfacer o no el deseo que inicia el proceso.
Dentro del abanico de opciones posibles elegimos, por eso creemos actuar
con libertad.
Algunas instituciones han empezado a
rentabilizar estos descubrimientos, como la Agencia de Defensa
estadounidense DARPA, que dio luz verde en el año 2013 a la iniciativa
BRAIN (Brain Research through Advancing Innovative Neurotechnologies),
con la que se han desarrollado los primeros implantes cerebrales para
mejorar la memoria. Estos dispositivos generan impulsos eléctricos que
replican el mecanismo biológico por el cual se forman los recuerdos. Con
el paso de los años la tecnología se ha ido afinando, dando lugar a un
nuevo programa de aplicación militar conocido como TNT (Targeted Neuroplasticicty Training)
que busca optimizar el rendimiento de los soldados. También se han
utilizado para tratar exitosamente trastornos como la depresión, entre
otros.
Como vemos, las decisiones libres que
creemos tomar no son más que la interpretación romántica de un suceso
que escapa a nuestro control, pero perfectamente modificable y
controlable por fuerzas externas si estas tienen el conocimiento
necesario. Los seres humanos necesitamos darle un significado a nuestros
actos, y admitir que somos meros algoritmos puede resultar inadmisible e
incluso insultante.
Fuente: https://lasoga.org/libre-albedrio-realidad-o-ficcion/
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