lunes, 17 de febrero de 2020

Libre albedrío: ¿realidad o ficción?

La mayoría sentimos que nuestra vida avanza conforme las decisiones que tomamos. En función del entorno social, podemos vernos más o menos coaccionados, pero en último término somos nosotros quienes decidimos. Nuestro futuro es una ramificación de elecciones y en función de estas tejemos el camino. Pero, ¿y si todo fuera una ilusión? Tenemos la sensación de que tomamos decisiones, pero esa percepción de la realidad puede ser errónea. Con este breve artículo buscamos dar un punto de vista alejado de los eternos debates filosóficos sobre la materia, existiendo otras disciplinas que se han planteado la misma cuestión y han llegado a sus propias conclusiones.


 El mecanicismo que dominó buena parte del siglo XX percibía el mundo como resultado de la interacción de las diferentes entidades del mundo material. En este modelo, el principio de causalidad de todo suceso quedaba determinado por la física clásica, lo que chocaba directamente con la libertad humana, pues el libre albedrío no podría darse en un marco donde la acción no venía dada por la elección, sino por una relación causa-efecto predefinida. Pierre-Simon Laplace creó una entidad ficticia conocida como el Demonio de Laplace para explicar este fenómeno, conocido a su vez como determinismo causal o cientifico. Según él, si este ser tuviera el conocimiento de la ubicación exacta en un momento determinado de cada átomo del universo, podría obtener sus valores pasados y futuros gracias a la mecánica clásica, proveniente de las leyes de Newton. Obviamente, obtener este conocimiento de todas las partículas del universo está fuera de nuestro alcance y tampoco existe un Demonio de Laplace al que vender nuestra alma para solicitárselo. Lo importante de esta idea es entender que, de obtener estos datos, podríamos conocer la evolución pasada y futura de estas partículas. Esto quiere decir que no existe el azar, que el futuro está predeterminado.

«Una inteligencia que un momento determinado conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen, si además fuera lo suficientemente amplia como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos»Pierre-Simon Laplace

Quizás es más asumible aplicar este razonamiento a los fenómenos meteorológicos, a la trayectoria de los cuerpos celestes o al movimiento de las placas tectónicas, pero ¿son acaso distintas las conexiones neuronales? Las sinapsis nerviosas, al igual que las pilas comunes, tienen lugar debido a una serie de procesos químicos y eléctricos; neurotransmisores y potenciales de acción en las primeras, e hidróxido de potasio y corriente continua en las segundas. En conclusión, los cálculos matemáticos utilizados para prever lo que tardará en rotar Mercurio alrededor del Sol, pueden usarse para predecir el comportamiento humano.


Muchas personas no comulgaban (ni comulgan) con esta visión determinista del mundo. La capacidad de elegir es el rasgo particular que marca la línea divisoria entre nosotros y el resto de los animales. ¿Es asumible su pérdida? Algunas religiones teístas como el cristianismo instan a que obremos bien, a que elijamos el camino correcto discerniendo entre el bien y el mal. ¿Qué lógica tendría que estas decisiones estuvieran predeterminadas? ¿Tendría sentido una recompensa o castigo si no podemos elegir? Credos más recientes como el liberalismo tienen sus cimientos aposentados sobre la libertad del individuo, defendiendo esta en todas sus vertientes (económica, política, social, etc.). ¿Qué ocurriría si la premisa básica no fuera real? René Descartes expuso con el dualismo cuerpo-alma una clara diferencia: se debe hacer una escisión entre el soma y la psique, la cual no está sujeta a las leyes físicas. De acuerdo con esto, las decisiones no están condicionadas de antemano y las leyes newtonianas solo podrían aplicarse a aspectos puramente somáticos y no conductuales. El alma es lo que hace que el libre albedrío vuelva a ser nuestro rasgo característico.

Sin embargo, la ciencia más reciente no apoya estas visiones, pues se ha comprobado que la estimulación eléctrica de nuestro cerebro condiciona las acciones (y por tanto decisiones) posteriores. Así pues, la decisión es resultado de un proceso interno que no es decidido; la iniciativa que creemos tener al escoger no es tal, pues tampoco nosotros iniciamos intencionadamente este proceso.

El quid de la cuestión radica en ser capaces de confrontar nuestro propio sentimiento de libertad. Si te preguntan por qué haces lo que haces, dirás que porque así lo eliges, porque eres libre. Pero la libertad no puede resumirse (aunque es cotidianamente entendida de esta manera) como la capacidad de actuar según nuestros deseos. Un animal sediento desea beber y bebe. Aun si pudiéramos elegir nuestros deseos, estos no son más que sensaciones resultantes de reacciones químicas y, desde luego, no son libres. Se podría creer que es libre albedrío decidir no comer pese a tener hambre, pero si mi pensamiento es el de no comer aún con hambre, ese pensamiento es fruto de una respuesta química predeterminada y la percepción de libertad un significado que le hemos dado a esta sensación. Ir en contra del instinto de autoconservación o del principio de placer de Freud no nos hace libres, pues no somos inalterables y nos adaptamos a las circunstancias. La flexibilidad cognitiva permite que una norma general no se convierta en absoluta, pero es la bioquímica quien lo decide; además, dicha flexibilidad no implica libre elección. Un ordenador puede presentar un abanico de posibles respuestas a un problema, siendo una más adecuada que las demás en términos de tiempo o consumo energético, entre otros. Sin embargo, al tratarse de un sistema flexible, la Inteligencia Artificial (IA) puede dar varias resoluciones al conflicto presentado. Si esta IA no es autónoma (y de serlo tuvo que programarse), la decisión la determinan los comandos que ingresemos en la consola de control. En el caso de los seres humanos, esos comandos que inician (y no al revés) el proceso de decisión no son libres, pues no podemos controlarlos al igual que no podemos controlar los movimientos peristálticos del estómago.


Se ha comprobado en varios experimentos la existencia de actividad neuronal antes de que el paciente tome una decisión. El escáner cerebral puede detectarla incluso antes de que el paciente manifieste su elección, antes de desear lo que hará después. Y aunque efectivamente toma una decisión, esta no es tal y como nosotros la entendemos. La reacción bioquímica nos hace sentir que deseamos algo, y ante este estímulo interno respondemos llevando a cabo la acción que queremos, pudiendo satisfacer o no el deseo que inicia el proceso. Dentro del abanico de opciones posibles elegimos, por eso creemos actuar con libertad.

Algunas instituciones han empezado a rentabilizar estos descubrimientos, como la Agencia de Defensa estadounidense DARPA, que dio luz verde en el año 2013 a la iniciativa BRAIN (Brain Research through Advancing Innovative Neurotechnologies), con la que se han desarrollado los primeros implantes cerebrales para mejorar la memoria. Estos dispositivos generan impulsos eléctricos que replican el mecanismo biológico por el cual se forman los recuerdos. Con el paso de los años la tecnología se ha ido afinando, dando lugar a un nuevo programa de aplicación militar conocido como TNT (Targeted Neuroplasticicty Training) que busca optimizar el rendimiento de los soldados. También se han utilizado para tratar exitosamente trastornos como la depresión, entre otros.
Como vemos, las decisiones libres que creemos tomar no son más que la interpretación romántica de un suceso que escapa a nuestro control, pero perfectamente modificable y controlable por fuerzas externas si estas tienen el conocimiento necesario. Los seres humanos necesitamos darle un significado a nuestros actos, y admitir que somos meros algoritmos puede resultar inadmisible e incluso insultante.

«La palabra sagrada «libertad» resulta ser, al igual que «alma», un término vacuo que no comporta ningún significado discernible. El libre albedrío existe únicamente en los relatos imaginarios que los humanos hemos inventado». Yuval Noah Harari.

Fuente: https://lasoga.org/libre-albedrio-realidad-o-ficcion/

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