Un adorno que refleja uno de los elementos discursivos claves del macronismo: su OPA neoliberal a los valores de la izquierda
Protestas en Francia contra la reforma de Macron del sistema nacional de pensiones./ EFE/EPA/YOAN VALAT |
“No cederé nada ante el pesimismo ni el inmovilismo”. En su tradicional discurso de fin de año, el presidente francés, Emmanuel Macron, ratificó su voluntad de “llevar a cabo la reforma de las pensiones,
ya que se trata de un proyecto de progreso y justicia social (…) que
garantiza la universalidad”. Repitiendo una tarareada fórmula, el joven
dirigente recordó que con su transformación —o desmantelamiento — del
modelo de jubilación francés “cada euro cotizado dará los mismos
derechos a todos”. Justicia. Equidad. Universalidad. El ejecutivo
centrista defiende con atributos de la izquierda su contestada medida.
Curiosamente, esta reforma tan “justa” ha desatado la mayor movilización social en Francia desde 2010.
Los trabajadores en el sector ferroviario y los transportes
metropolitanos ya llevan más de un mes en huelga. Todo un récord en la
historia reciente de este país tras haber superado los 28 días de huelga
en la compañía de trenes SNCF a finales de 1986. Las protestas han
vivido este jueves y el sábado dos jornadas claves que dirimirán su
persistencia ante la guerra de desgaste impulsada por Macron.
Pese a una movilización más que notable, el Gobierno francés apuesta por culminar su medida,
que será presentada el 24 de enero en el consejo de ministros, sin
hacer grandes concesiones. Confía en que el impacto de la huelga, muy
importante en los transportes en París, degrade el apoyo mayoritario de
la opinión pública a las protestas. Según un sondeo reciente del instituto Elabe,
el 53% de los franceses se oponen a la reforma de las pensiones, aunque
este porcentaje disminuyó un 4% desde el inicio de las protestas el 5
de diciembre.
Uno
de los artefactos utilizados por Macron para imponerse en esta batalla
de la opinión pública ha sido el supuesto carácter igualitario de su
medida. El ejecutivo presume de crear un modelo más “equitativo” al
establecer un único sistema de cotización por puntos, en lugar de los 42
regímenes actuales. De esta forma, acabar con los once regímenes
especiales de cotización que permiten a los trabajadores de la SNCF, del
grupo de transporte metropolitano de París RATP o de las empresas
estatales eléctricas —solo representan el 1,3% de la población activa—
disponer de unas mejores condiciones de jubilación, como retirarse antes
de los 60 años, fruto de las luchas sociales del pasado.
OPA neoliberal a los valores de la izquierda
“Este
discurso de un sistema universal es en realidad un mensaje
propagandístico para lograr adoptar un régimen de pensiones por puntos
cuyo principal objetivo será limitar sus costes”, defiende Romaric
Godin, periodista en el diario digital Mediapart. Según este
analista económico, la finalidad de la reforma es apuntalar la
competitividad del capital, al congelar las cotizaciones sociales que
pagan las empresas. También fijar en el actual 13,8% del PIB el gasto
público destinados a las pensiones, aunque la tendencia demográfica
augura un aumento del número de jubilados. Lo que amenaza con una
disminución significativa de las futuras pensiones.
Tras
las últimas semanas de negociaciones, el Gobierno ya ha garantizado que
los policías conservarán su régimen específico y podrán jubilarse a
partir de los 52 años. Las bailarinas de la Ópera de París, también con
condiciones específicas, solo se verán afectadas las contratadas a
partir de 2022. La introducción de la reforma entre los trabajadores de
la Compañía Arrendataria Autónoma de los Transportes Parisinos (RATP) y
la empresa estatal ferroviaria, la SNC, resultará lenta y no les
afectará hasta dentro de veinte años. En definitiva, el sistema “universal” de Macron estará lleno de excepciones.
Su presunta equidad no deja de ser un ornamento para vender una
(contra)reforma que empobrecerá a los pensionista. Un adorno que refleja
uno de los elementos discursivos claves del macronismo: su OPA neoliberal a los valores de la izquierda.
Macron ideó su concepto de “progresismo” para culminar la implantación del modelo neoliberal en Francia
ante la histórica resistencia de su pueblo. “Presenta el neoliberalismo
como un concepto de izquierdas, que debe permitir a cada individuo
expresar todo su potencial en la sociedad de mercado”, explica Godin,
quien ha publicado recientemente La guerre sociale en France,
en el que describe la introducción del neoliberalismo en Francia y
analiza la especificidad del momento Macron. Como subraya en este
ensayo, “a través del mercado, el progresismo substituye la
redistribución por los derechos”. Uno de los hitos discursivos del
dirigente centrista ha sido resignificar conceptos tradicionales de la
izquierda, como la justicia y la igualdad, para alejarlos del ideal de
redistribución de riqueza.
Ismaël Emelien y David Amiel, dos de los exconsejeros más cercanos del joven presidente, publicaron en primavera Le progrès ne tombe pas du ciel
(El progreso no cae del cielo). Un ensayo con una calidad más que
dudosa, pero interesante al mostrar desde dentro el progresismo versión
Macron. Lo describían como una “maximización de las posibilidades de
cada individuo”. Es decir, “permitir a la gente que culmine su talento,
ayudarles a cursar los estudios más largos o prometedores, a obtener la
mejor retribución por sus esfuerzos”. El individuo ocupa el centro del universo macronista.
Su idea de justicia se fundamenta en oponerse a las rentas y
obstáculos, o protecciones sociales, que alteran el “justo”
funcionamiento del mercado.
Manifestantes sujetan una pancarta en la que se puede leer "revoltons-nous",(lit. vamos a rebelarnos), durante una protesta contra la reforma de las pensiones. EFE |
La renuncia de Macron a
cobrar su pensión vitalicia como expresidente también reflejó su
reivindicación de una “nueva política” más justa. Esta decisión resulta,
sin embargo, un sacrificio menor para un exbanquero con un importante
patrimonio familiar. Para el joven presidente, es sinónimo de justicia
renunciar a los privilegios de la “vieja política”, aunque esto comporte
continuar su trayectoria profesional en el sector privado con un
salario astronómico.
Un bloque burgués minoritario, pero competitivo en las urnas
Esta
apropiación neoliberal de valores de la izquierda, según Godin, “se
encuentra en el corazón de la reforma de las pensiones”. Con el nuevo
modelo, las pensiones se calcularán en función de los puntos acumulados a
lo largo de toda la carrera, en lugar de hacerlo en función de los 25
mejores años o los seis últimos meses en el caso de los funcionarios. “Cada euro cotizado dará los mismos derechos a todos”, repiten desde el ejecutivo.
Una supuesta universalidad que obvia que la clase social y la profesión
influyen en la posibilidad de gozar de una larga jubilación. Los
franceses más acomodados viven de media 13 años más que los más
modestos, según datos del Instituto nacional de estadística y estudios
económicos (Insee).
No resulta ninguna sorpresa la oposición de la mayoría social a las reformas del joven dirigente. Macron e impopularidad continúan siendo sinónimos.
Sus niveles de confianza apenas superan el 30%, aunque esta esta vez no
se hundieron hasta el 20% como sucedió a finales del 2018 con la crisis
de los chalecos amarillos. El canto de las sirenas del progresismo
neoliberal no seduce a las clases populares, pero sí a las más
acomodadas. Uno de los logros del macronismo ha sido unir en una misma
base electoral a las clases medias y superiores, procedentes tanto del
centro-izquierda como del centro-derecha. Y así impulsar una
recomposición del paisaje político francés.
Este “bloque burgués”, descrito por los sociólogos Bruno Amable y Stefano Palombarini en L’illusion du bloc bourgeois,
se caracteriza por su optimismo económico, vinculado al nivel de
ingresos. Representa una minoría social, pero constituye una sólida base
electoral. Sobre todo, ante una débil oposición liderada por la
ultraderechista Reagrupación Nacional de Le Pen, que sigue generando
animadversión entre la mayoría de los franceses; y una izquierda
dividida entre los tibios verdes, el decadente Partido Socialista y la
decaída Francia Insumisa de Mélenchon.
Sin embargo, la revuelta de los chalecos amarillos y las fuertes movilizaciones por las pensiones han mostrado la resistencia al neoliberalismo
y la demanda de justicia social como los principales motores del
malestar en Francia. Las elecciones municipales, que se celebrarán en
marzo, servirán como termómetro de una incipiente alternativa popular.
Una izquierda anti-neoliberal que ponga contra las cuerdas en las urnas
al macronismo y su trampa “progresista”.
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