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La vida del pingüino de Adelia (Pygoscelis adeliae) es la más inhumana del mundo, y también la más práctica. Si uno de ellos cobrara fama de ingenuo, no tendría nada que hacer entre sus congéneres. Basta con verlos cuando van a bañarse: se congregan en el cinturón de hielo unos cincuenta o sesenta en estado de agitación, se asoman al borde y se dicen unos a otros lo a gusto que van a estar en el agua y lo bien que van a cenar. Pero esto no son más que fanfarronadas: en realidad están preocupadísimos, porque abrigan la terrible sospecha de que un leopardo marino está esperando a que se zambulla el primero para devorarlo. Según nuestra forma de ver las cosas, un ave realmente noble diría: "Ya me echo yo primero. Y si me matan, al menos habré muerto en un acto de generosidad, sacrificando mi vida por mis compañeros." Y así, andando el tiempo, acabarían muertos todos los pingüinos nobles. Lo que en realidad hacen es intentar persuadir a un compañero con menos luces para que se dé un chapuzón. Si esto no les sale bien, aprueban a todo correr una ley de reclutamiento obligatorio y lo empujan al agua. Entonces... ¡zas! Se arma un guirigay y se lanzan todos los demás.
Un adulto de pingüino de Adélia, Pygoscelis adeliae, encargado de cuidar a dos pollos / MNCN |
Cuando salen del huevo, las crías son minúsculas y están cubiertas de pelusa gris, pero enseguida se transforman en estómagos negros en forma de bola coronados por una cabecilla que deja bastante que desear. A las dos o tres semanas abandonan a sus padres, o éstos las abandonan a ellas, no sabría decirlo. Si el socialismo consiste en la nacionalización de los medios de producción y distribución, entonces los pingüinos son socialistas. Se dividen en padres e hijos. La comunidad adulta va al mar y regresa con el estómago lleno de quisquillas a medio digerir. Pero no son para sus hijos; éstos, si no están muertos ya, se hallan perdidos en medio de una multitud de crías hambrientas y tambaleantes que asedian a cada uno de los proveedores de comida tan pronto como van llegando. Pero no todos pueden conseguir comida, pese a que no hay ninguno que no tenga hambre. Algunos ya llevan demasiado retraso; hace días que no logran obtener alimento, tienen frío, carecen de fuerzas y están muy cansados.
La vida del pingüino de Adelia es difícil. No podemos por menos de admirarlos, aunque sólo sea porque son más simpáticos que nosotros. Ahora bien, no resulta nada agradable: la naturaleza es una niñera inflexible...
El peor viaje del mundo
Apsley Cherry-Garrad
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