El filósofo Santiago Alba Rico. Fotografía: Sara Baquero Leyva |
La voz pausada y enérgica de quien sabe lo que expresa. La concesión de un segundo antes de contestar. Postura relajada, signo de confianza y seguridad ante las respuestas. Quizá, durante la entrevista, el cuerpo de Santiago Alba Rico no se fugó. Porque son las huidas corporales las que cercan el nuevo ensayo del reconocido filósofo de la izquierda: ‘Ser o no ser (Un cuerpo)’ (Seix Barral). Y es que, según su tesis, la civilización capitalista actual, ayudada por la tecnología e Internet, nos ha llevado a la abolición del cuerpo, a su negación, y a que “mirar diez minutos las flores de un árbol” se haya convertido en todo un acto de coraje.
¿Hemos abolido el cuerpo los seres humanos?
Ésa es un poco la tesis del libro; hay toda una estructura social, económica y tecnológica, que no sólo opera al margen del cuerpo, sino que lo ha dejado atrás. Lo ha dejado atrás como pivote antropológico, ancestral. Y eso tiene sus peligros y sus consecuencias. Yo creo que vivimos en un sistema que, con independencia de que sea su objetivo o no, se fundamenta sobre la evolución del cuerpo como algo obsoleto, algo residual, incómodo, que entorpece las relaciones económicas y culturales
¿Qué peligros pueden surgir?
Sobre todo uno: que con independencia del tiempo que pasemos en las redes, con independencia de cuántas imágenes nuestras depositemos ahí, de cuánto dependa nuestra vida del capital financiero, en último término, somos vulnerables. El cuerpo, que hace miles de años se acuclillaba en las cuevas de Altamira al lado del fuego para pintarlas, es el mismo que hoy se sube en un tren de alta velocidad o un avión para ir al otro lado del Atlántico.
Al coger un avión o tomar un tren, somos cómplices de una huida de nuestro cuerpo. ¿Por qué esa necesidad?
Huir del cuerpo está dentro de la condición humana. Huimos de él porque en la vida tenemos que aceptar que el marco antropológico en el que nos movemos es un marco de fuga. Pero hay muchas maneras diferentes de huir. Huimos a través del lenguaje, de la tecnología. Huimos también a través de una serie de vectores que tienen que ver con la cultura. En el libro hablo de huidas a través de medios intercorporales, extracorporales e intracorporales. Huimos a través de la danza, de los tatuajes…, operaciones sobre el cuerpo, que son los medios intracorporales. Los intercorporales tienen que ver básicamente con el lenguaje, con el intercambio de palabras; un espacio común entre los cuerpos. Y por último los extracorporales básicamente tienen que ver con la tecnología y con la economía. Somos una fuga, pero la cuestión es que también somos recaídas. El problema es pensar que esa fuga puede tener éxito, que es una fuga sin límites. Es la primera vez en que una sociedad determinada, la sociedad capitalista altamente tecnologizada, se cree que se ha desenganchado totalmente de ese cuerpo de 40.000 años que vuelve una y otra vez, a través de la enfermedad, del aburrimiento, y finalmente de la muerte.
¿Cuánto de culpa tiene el capitalismo?
Una buena parte. En la medida en que ha acelerado dos cuestiones: es el único sistema económico que sólo puede representar la riqueza en forma de mercancía; que ha mercantilizado todas las criaturas del mundo. No sólo los zapatos y las lavadoras, no sólo ha mercantilizado los alimentos, sino que ha mercantilizado las condiciones mismas de la vida, la tierra, y, a través del mercado laboral, la fuerza del trabajo, los cuerpos, sus energías. En ese sentido es un modo de producción que ha generado una sociedad en la que los cuerpos son mercancías.
Al mismo tiempo ha introducido un acelerón tecnológico. Yo creo que no se puede reducir la tecnología a su servidumbre capitalista. La tecnología tiene su propia historia. Hay inventos que demandan otros, y que por lo tanto aceleran de manera inminente en la historia de la tecnología. Pero sí es cierto en el capitalismo, por eso que llamaba Marx el plusvalor relativo (la necesidad de revolucionalización técnica de la base del capital), la tecnología se ha acelerado. La combinación de mercantilización y aceleración tecnológica es lo que ha convertido el cuerpo en algo así como un dinosaurio, en algo obsoleto. No solamente sobra, sino que obstaculiza las relaciones económicas y tecnológicas.
En este sentido, podemos encontrar al cuerpo en tres zonas: Internet, la zona que dirige el mundo y la realidad.
Exactamente. Y la cuestión es saber dónde está hoy la realidad. Si la mayor parte de la humanidad, o al menos en la zona occidental, la vida discurre más en las redes que entre los árboles, más en Internet que en los bares, más en Twitter que entre los cuerpos, hay que preguntarse también dónde está la realidad. Yo creo que hay al menos tres zonas distintas cuya intensidad cambiante acaba determinando la relación que tenemos con los otros cuerpos; la posibilidad de empatía, de intervención política y la propia autoestima. Esta última se ha desplazado fuera del cuerpo; ya no mido mi autoestima por la relación inmediata que mantengo con los seres humanos más próximos que tengo, sino a través de los seres humanos más distantes. Mi autoestima, en medida que se construye en las redes, ya no está determinada por la corporalidad.
Mientras que una mayor parte de la sociedad pierde el cuerpo, lo recuperan los inmigrantes, los enfermos, las personas mayores… ¿Es el cuerpo el mayor fallo del sistema?
Exactamente. Lo que digo es que el cuerpo es el mayor fallo del sistema. Toda una industria del entretenimiento, un capitalismo financiero que está montado para ocultar bajo la alfombra el cuerpo, de repente se muestran los fracasados. Yo hablo de los cuerpos en las vallas, en las fronteras, los refugiados…, pero también en las escuela infantiles, en los hospitales con los enfermos, los ancianos… Lo que está prohibido de alguna manera, allí donde el cuerpo molesta, son los procesos naturales de descomposición, y por lo tanto también el envejecimiento. Los viejos son incompatibles con el mercado laboral. No solamente en la medida en que están apartados del empleo, sino porque nos recuerdan de manera culpable que estamos destinados a envejecer. El envejecimiento es el fracaso de un sistema que se queda al margen de la descomposición natural.
¿Qué poder tiene el cuerpo?
En realidad lo tiene todo. Por un lado yo hablo de la fuga, y por otro de las recaídas. Tú lo acabas de comentar; los inmigrantes, los refugiados, el dolor, la enfermedad, el aburrimiento… Son recaídas que la humanidad ha utilizado para dar un paso adelante. Cuando tú te encuentras aburrido, acabas inventando algo para poner en movimiento el tiempo. El aburrimiento no es más que un estancamiento del tiempo. Frente al aburrimiento, ha nacido el arte, la belleza, el amor. Una sociedad que ha generado una industria del entretenimiento que proletariza el ocio prohíbe el aburrimiento. Necesitamos el aburrimiento, y necesitamos el dolor. Son inevitables, y al mismo tiempo son oportunidades. En la medida en la que estamos intentando evitar lo inevitable, estamos evitando la oportunidad que acompaña a esa inevitabilidad.
¿Cómo podemos llegar a tener más conciencia de nuestro cuerpo?
Es uno de los puntos traumáticos de nuestra sociedad: al final sólo concebimos formas dolorosas o traumáticas de tomar conciencia de nuestro cuerpo. Creo que, en efecto, una de las acciones políticas que más necesitamos en este tiempo es la de recuperar la conciencia del cuerpo. No a través de la negatividad, sino a través de la positividad, de la conciencia de nuestra dependencia y de los cuidados. Yo creo que hay dos campos en los que entendemos hasta qué punto el cuerpo se puede asociar también al placer, o por lo menos a la seguridad y la autoestima: la maternidad, en la que uno puede vivir como propio el placer de un hijo, y el otro el amor. El amor está prohibido, está sacrificado al deseo. Hay un deseo muy liberado, que se ha liberado del cuerpo, hasta el punto que deseamos sin cuerpo. El amor es una cosa incómoda; en cuanto uno se enamora, descubre que no es libre. Y no es libre porque el cuerpo del otro le ata. Pero al mismo tiempo, el amor es una situación en la que unos cuerpos desnudos, en lugar de sentirse vulnerables, se sienten seguros.
A lo largo del ensayo, podemos ver cómo el lenguaje cobra mucha fuerza como una forma de huida del cuerpo, pero también como una forma de establecer bloques mentales.
Es esta lucha entre la clasificación y la rebelión contra las clasificaciones. Esto define la condición humana. Somos animales que clasifican y somos animales que se revelan contra las clasificaciones. Sin lenguaje y sin taxonomía, el ser humano no podría sobrevivir en este mundo. Pero a la vez, sin estar continuamente revelándose contra esas especificaciones, tampoco. Necesitamos orden y necesitamos rebelión contra ese orden. Esa rebelión contra el orden también establece una relación ordenada. No podemos vivir fuera de toda clasificación.
¿Dónde está el punto medio entre aceptar el orden y la rebelión?
El punto medio lo hemos perdido; pero lo peor es que quizá nunca lo hayamos encontrado. La historia tampoco ofrece muchos ejemplos de sociedades armónicas, sociedades libres… donde se conjugue el orden y la libertad. Ahora es como si nos hubiéramos pasado de estación. El capitalismo de consumo altamente tecnologizado ha dado un acelerón a eso que llamo historia en el libro, que ha hecho que nos hayamos pasado de estación. Puede que una gran parte de la humanidad se haya quedado atrás. Y se ha quedado atrás en estadios desde los cuales, mitad por nostalgia, mitad por necesidad de protección, nos emiten mensajes que tampoco son los que probablemente prometen mayor libertad o armonía a este mundo. Es como si la lucha entre las imágenes y los cuerpos, las imágenes destruyeran a los cuerpos y éstos sólo pudieran oponer proyectos revolucionarios. Creo que es un momento complicado en la historia de la humanidad por eso: hay una lucha en la que las imágenes intentan ilusoriamente separarse de los cuerpos, y los cuerpos se defienden a través, por ejemplo, de la religión, y no a través de cuidados institucionalizados.
¿Cómo sobrelleva esta lucha interior Santiago Alba Rico?
Como todos. Yo tengo una necesidad muy grande de cocinar, una nostalgia muy grande de mis hijos, envejezco, lo que me hace sentir más vulnerable en un mundo complejo en el que avanza el autoritarismo y la des-democratización, y en la que es cada vez más difícil tener el coraje de mirar diez minutos seguidos las flores de un árbol.
¿Surge el libro como consecuencia del aburrimiento?
Me acuerdo de una frase excelente que decía que se escribía contra el tedio mortal. Yo sí que creo que todos escribimos contra el aburrimiento. Algunos suben montañas enormes, y otros descubren estrellas. Cada uno lucha contra el aburrimiento como puede. Los que escribimos, yo creo que escribimos contra el aburrimiento porque el aburrimiento está lleno de libros. El aburrimiento es la coincidencia entre el cuerpo y el tiempo. Yo creo que la escritura sirve precisamente para poner en circulación el tiempo, frente a un aburrimiento que suele ser amenazador, no sólo para el que lo vive, sino para el que lo rodea. Creo también que las cosas peores que podamos imaginar son cosas del aburrimiento. Desde las relaciones amorosas tóxicas, hasta el nazismo, son malas soluciones para el aburrimiento.
Fuente: https://elasombrario.com/alba-rico-capitalismo-vida/
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