viernes, 31 de enero de 2020

El fin de Palestina

La mirada de Mónica G. Prieto sobre Palestina: "Hasta hace no tanto, los países árabes se habrían opuesto a este plan por injusto, pero en estos tiempos de 'realpolitik' sin escrúpulos no hace falta fingir ni contentar a las poblaciones, así que Arabia Saudí y Emiratos Arabes alaban los 'esfuerzos' de Trump".

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Protesta contra los planes de Trump. REUTERS
 Al principio, solo parecía errático. Donald Trump carecía de una estrategia internacional más allá de la destrucción del legado de Barak Obama, sin pensar en el largo plazo. En algunos episodios incluso resultó coherente, como su respuesta ante un ataque con gas sarín del régimen sirio contra su pueblo –ya fue más de lo que hizo Obama tras la masacre de Ghouta– o el pulso dialéctico con Corea del Norte que se tradujo en un proceso diplomático catatónico pero aún con vida: lo más cerca que ha estado la península coreana de la paz en las últimas dos décadas.

Otras muchas de sus decisiones como el asesinato del general Qassem Suleimani y el colapso del pacto nuclear con Irán, el abandono del Acuerdo de París o el TPP o el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, el repliegue militar en Asia y Oriente Próximo o la extorsión económica a sus socios, cada vez más reacios a apoyarle, parecen diseñadas para minar, destruir y aniquilar la estabilidad internacional, ese frágil sistema que ordena el mundo sin abocarnos a la destrucción.

Semejan estar cuidadosamente concebidas para sembrar la discordia, alimentar los agravios contra Occidente, dividir aún más a un mundo ya polarizado y dejar un vacío de influencia y credibilidad progresivamente ocupado por dos países que aspiran a rellenarlo desde las más firmes convicciones antidemocráticas: China y Rusia. Pero ninguna de sus decisiones resulta tan injusta ni mina tanto la credibilidad y la influencia de Washington como su plan de paz para Israel, que no para Palestina.

Con él, Trump desafía la histórica postura mantenida por la comunidad internacional durante 70 años basada en la máxima paz por territorio y en la ilegalidad de los asentamientos judíos para consagrar un apartheid de manual, instaurado mediante una política de hechos consumados por Israel que nadie osó a desafiar.

Su proyecto no solo ignora las fronteras del 67 –referente para lograr una paz justa– sino que concede a Israel un 30% más de aquel territorio y le permite anexionarse el Valle del Jordán (entregándole la frontera con Jordania) y la miríada de asentamientos que atomizan la integridad de Cisjordania. La castigada franja de Gaza y los bantustanes de Cisjordania quedarían supuestamente unidos por túneles: una bofetada a la viabilidad de cualquier Estado.

Jerusalén, hogar de la Mezquita del Al Aqsa –tercer lugar más sagrado del Islam, tras Meca y Medina– perderá su actual estatuto de ciudad en disputa para ser declarada capital del Estado de Israel. Y las colonias, con casi medio millón de ocupantes, quedarán anexionadas y normalizadas, pese al desplante hacia la legislación internacional. Los palestinos no han tenido voz ni voto: el proyecto lo han cocinado Trump y su socio Benjamin Netanyahu y lo han presentado el mismo día en el que el fiscal general acusaba formalmente al premier israelí por corrupción. De ahí que Netanyahu acelere la anexión del nuevo territorio antes de que los tribunales, la Corte Penal Internacional que investiga crímenes de guerra tras las políticas israelíes de los asentamiento o las elecciones del mes próximo se lo impidan.

El plan supone el final del sueño palestino. Se traducirá en la imposibilidad de crear un Estado viable donde pueda regresar el exilio (seis millones) desperdigado en campos de refugiados de todo Oriente Próximo. Dan Rothem, exasesor del primer ministro Ehud Olmert, experto en propuestas de paz, estimaba –citado por el New York Times– que el plan de Trump entregará a Israel un 84% más de tierra respecto a la que tenía antes de 1967. Nunca, a lo largo de la historia del conflicto, se ha contemplado una solución que ofrezca tan poco a Palestina: solo un presidente cortoplacista y sin una visión global podía responsabilizarse de una solución sin justicia, basada una vez más en la extorsión casi mafiosa: por eso promete una lluvia de millones para los palestinos si aceptan un diseño que entierra para siempre el sueño de un Estado viable.

«Cada día aprendemos más sobre las tácticas que esta Administración utiliza para promover sus objetivos, y cada día comprobamos que no son más sofisticadas que las tácticas de los gángsters», lo definía la exembajadora norteamericana en Qatar Dana Shell Smith. Hasta hace no tanto, los países árabes se habrían opuesto a este plan por injusto, pero en estos tiempos de realpolitik sin escrúpulos no hace falta fingir ni contentar a las poblaciones, así que Arabia Saudí y Emiratos Arabes alaban los “esfuerzos” de Trump. En el nuevo mundo unilateral, la ley y el sentido común han sido sustituidos por los caprichos e intereses de los vendedores de humo, sobre todo si estos necesitan distraer la atención de sus propios problemas judiciales. Huyen hacia adelante quemando aquello que pisan.


Fuente: https://www.lamarea.com/2020/01/30/el-fin-de-palestina/

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