domingo, 26 de enero de 2020

Éric Vuillard: “Las ideas de la Revolución Francesa aún tienen un largo recorrido por delante”

El pueblo contra las élites. Quizás una realidad más compleja cuando uno se adentra en las interioridades de la historia. Así lo reflejan los libros de Vuillard, galardonado en 2017 con el Goncourt, el mayor premio de las letras francesas, por El orden del día.

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Éric Vuillard es autor de ‘El orden del día’ y ‘La batalla de Occidente’. Séverine Carreau
Campesinos, artesanos, comerciantes, prostitutas, monjes rebeldes… Un pueblo diverso y heterogéneo llena las páginas de los relatos de Éric Vuillard (1968, Lyon). De la misma forma que también lo hacen las tramas de las élites económicas que catapultaron el nazismo o la hipocresía de los príncipes alemanes que decían querer negociar al mismo tiempo que aplacaban las revueltas campesinas del siglo XVI. El pueblo contra las élites. Quizás una realidad más compleja cuando uno se adentra en las interioridades de la historia. Así lo reflejan los libros de Vuillard, galardonado en 2017 con el Goncourt, el mayor premio de las letras francesas, por El orden del día (Tusquets, 2018).

A través de sus relatos históricos breves e incisivos sobre el auge del nazismo —El orden del día—, la Revolución Francesa —14 de julio (Tusquets, 2016)— o la Primera Guerra Mundial —La Batalla de Occidente (Tusquets, 2012)—, este escritor francés ha desarrollado una perspicaz mirada sobre el pasado y una sugerente geografía política. Sus relatos históricos interpelan constantemente al lector sobre problemáticas actuales, como la irresponsabilidad de las élites o las revueltas populares que no encajan en las categorías marxistas.

Poco después de la emergencia de los chalecos amarillos, publicó a principios de 2019 La guerre des pauvres (“La guerra de los pobres”, aún no ha sido traducida en castellano), sobre las revueltas de los campesinos alemanes en el siglo XVI. En el piso de un amigo librero en el este de París atendió a El Salto durante un hora. Una extensa entrevista en la que reflexionó sobre su obra y las luchas sociales del presente.

Tu última novela se titula La guerre des pauvres y relata las revueltas campesinas y protestantes en la Alemania del siglo XVI, lideradas por Thomas Müntzer. ¿Por qué te interesaste en la figura de este predicador revolucionario? En este caso me inspiré en un hecho que ocurrió hace unos cuantos años, cuando abrieron las primeras prisiones privadas en Francia. Durante la inauguración de uno de los primeros centros penitenciarios en Poitiers el intercambio de detenidos se produjo en medio de la niebla en esta localidad, en el centro del país, y ese día se produjo un tumulto de los presidiarios, que rompieron vitrinas de la empresa de telecomunicaciones Bouygues [encargada de gestionar estos centros privados] y también hicieron un grafiti en latín en el bautisterio de Poitiers. En él aparecía escrito: “Omnia sunt comunia” (todo es común), una de las frases emblemáticas de Müntzer.

En tu libro describes estas revueltas del siglo XVI en Alemania como un “levantamiento del hombre ordinario”. Siempre observo la historia a partir del presente y en el caso de las llamadas revueltas campesinas del siglo XVI me llamó la atención que no solo se rebelaron los campesinos, sino también los artesanos, comerciantes modestos… Era un pueblo diverso. Las llamamos revueltas campesinas al ser la expresión que utilizó Friedrich Engels a mediados del siglo XIX de acuerdo con el pensamiento marxista de entonces. Pero en realidad el término que mejor califica estas revueltas protestantes es el de “levantamiento del hombre ordinario”. Una expresión que tiene una gran vigencia en el presente. Fueron unos movimientos muy heterogéneos, con una configuración social bastante más difícil de designar que si fuesen campesinos o proletarios.

Un pueblo diverso que también es protagonista de uno de tus libros anteriores, 14 de julio, sobre la toma de la Bastilla. Sí, y estos pueblos diversos tienen una gran resonancia con el presente. Lo hemos visto en los últimos meses en Francia con el movimiento de los chalecos amarillos, con una composición social heterogénea. Cuando en el pasado los trabajadores se movilizaban lo hacían como una clase obrera organizada a partir de las instancias representativas de los sindicatos. Pero esto se ha descompuesto en gran parte en la actualidad, lo que hace que la expresión “levantamiento del hombre ordinario” nos resulte sugerente.

 ¿Cuáles son los puntos en común entre los pueblos del presente y los que protagonizaron las revueltas del siglo XVI? Un elemento fundamental que comparten las revueltas del siglo XVI con los actuales movimientos de contestación es el hecho de utilizar la ideología del poder para rebelarse. Müntzer y los campesinos que le acompañaban recurrieron a aquellas herramientas ideológicas que tenían a su disposición, es decir, el cristianismo. Utilizaron los principios de la Biblia para invocarlos contra el uso que hacía de ellos la Iglesia y los privilegios que otorgaban a los nobles. Les recordaron al papa y a los príncipes alemanes que lo que reivindicaban como cristianismo no se correspondía con lo que decían los evangelios. En el presente sucede algo parecido. Como la tradición marxista ya no se encuentra a disposición de las masas, estas recurren a la Revolución Francesa y a principios liberales básicos de nuestras sociedades. Por ejemplo, los chalecos amarillos evocaron la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. En concreto, su artículo 6, en el que se establecía que el pueblo participa directamente en la elaboración de las leyes.

¿Qué representa la Revolución Francesa en Francia y en la Europa del presente? Los chalecos amarillos recuperaron y representaron el imaginario de la Revolución Francesa. Estuvo presente tanto en eslóganes como en prendas de vestir, por ejemplo, los gorros frigios. Además, la fuerza del legado de la Revolución de 1789 es que fue un acontecimiento mundial. Thomas Jefferson se encontraba entonces en París e inmediatamente se dio cuenta de la repercusión de la toma de la Bastilla. Entonces, cristalizó un nuevo lenguaje político, el de la libertad y la igualdad. Una verdad que aún irradia en el mundo actual. Así lo vimos, por ejemplo, con las Revoluciones Árabes en las que se reivindicaron estos mismos valores de libertad e igualdad.

A lo largo de la historia, aquellos revolucionarios franceses que encarnaron un mayor anhelo de igualdad, como Maximilien Robespierre, fueron constantemente demonizados. Cuando se conmemoró el bicentenario en 1989, la Revolución parecía un objeto político neutralizado y despojado de su ideología transformadora. ¿Te sorprendió la manera en que los chalecos amarillos se reapropiaron de ella? No, no me sorprendió. Siempre he pensado que, cuando se establecen determinadas ideas, estas difícilmente pueden ser erradicadas. Cuando se ha dicho a la gente que son libres e iguales, quizás los liberales podrán añadir a continuación que son libres e iguales en derechos, pero el pueblo se ha quedado con la primera parte de la frase. Es decir, que todos los seres humanos nacen libres e iguales. Esta fórmula resultó muy novedosa y difícilmente puede ser olvidada, a pesar de su generalidad, o más bien dicho, gracias a su generalidad. Es seductora tanto por su universalidad como por su carácter naíf, es decir, su optimismo respecto el futuro. Creo que aún tiene un largo recorrido por delante.

Mientras que en 14 de julio relatas una revolución que triunfa, en La guerre des pauvres los campesinos rebeldes son aplacados y Müntzer decapitado. ¿Qué te interesó de esta revuelta fallida? Un aspecto interesante de la derrota de Müntzer es que muestra una historia terrible de la negociación. Cuando se producen problemas sociales siempre se dice que hay que resolverlos negociando, de la misma forma que se hace con las disputas entre amigos, que se intentan solucionar hablando. Pero entre la vida privada y la sociedad existe una diferencia significativa: no defienden los mismos intereses. Las clases sociales existen. En el caso de Müntzer vemos cómo los condes y la aristocracia se dedicaron a negociar de forma muy hipócrita, dialogando por un lado y por el otro masacrando a las tropas de campesinos. El pasado cuenta con la ventaja de que las cosas son más claras. En 2015, al entonces ministro de Economía griego, Yanis Varoufakis, ni siquiera le dejaban tomar apuntes durante las fatídicas negociaciones en el Eurogrupo. En cambio, la historia de Müntzer nos muestra que la negociación en realidad es un arma de combate. Con esto no quiero decir que no hace falta negociar, pero sí ser conscientes de que, cuando la iniciativa la llevan los de arriba, se trata de una trampa.

En el caso de Müntzer, también subrayas su capacidad como escritor para describir la pobreza, el sufrimiento y la cólera social de su época. Müntzer fue un predicador y escritor del siglo XVI. Es poco habitual que un intelectual apoye la causa del pueblo con tanta convicción como él lo hizo y que por ello pague un precio tan elevado como la muerte. Siempre hay que tomarse en serio a alguien que muere por sus ideas. Además, tiene el mérito de haberse impregnado de la realidad de los de abajo a diferencia de Lutero, que tuvo una vida más bien acomodada y, si apostó por la reforma protestante, fue porque se trataba de su propia teología. Primero, Müntzer adoptó los postulados oficiales de la reforma protestante, pero su pensamiento cambió a partir de su actividad como predicador itinerante. Entonces visitó los barrios más pobres y se empapó de la vida de los artesanos, los pequeños comerciantes o los campesinos. Es muy poco habitual que un intelectual extraiga la base central de su pensamiento de otras personas y aún menos que provenga de aquellas menos letradas y sabias que él.

Otro aspecto interesante en La guerre des pauvres es el sentimiento de traición que describes del pueblo hacia los clérigos y la aristocracia. ¿Cuál es la importancia de este sentimiento de haber sido traicionados por las élites en las revueltas del siglo XVI? Este sentimiento de traición se vio favorecido por la aparición de la imprenta y la literatura moderna. La unión entre la imprenta y el protestantismo inventaron el libro, un objeto emancipador por excelencia, y favorece la emergencia del sujeto moderno. Abre una caja de pandora. A partir de entonces, Müntzer y su banda de artesanos y personas humildes también son capaces de leer y se consideran teólogos al mismo nivel que aquellos que habían estado en el seminario.

Un sentimiento de traición de las élites que también se encuentra presente en movimientos de contestación actuales…
Sí, en el presente existe cierta unanimidad de que solo la gente corriente debe respetar los principios básicos de nuestras sociedades. La mayoría de la población tiene que cumplir las leyes y principios constitucionales, mientras que las élites políticas y económicas los traicionan. Por ejemplo, en Francia se aplicó durante dos años el estado de emergencia [entre finales de 2015 y de 2017], lo que permitía retener en domicilio a una persona solo mediante una decisión administrativa, sin la intervención de un juez. Todo esto contradice los principios fundamentales del derecho y de nuestra democracia.

En una entrevista en 2018 para la web Ctxt, aseguraste que “ahora los ricos ya no necesitan al pueblo”. De hecho, una de las principales reivindicaciones de los chalecos amarillos fue el decir “existimos”. ¿Existe una tensión entre la invisibilidad de las clases populares y su demanda de reconocimiento? Mi libro La batalla de Occidente sobre la Primera Guerra Mundial está relacionado con esta tensión entre la visibilidad y la invisibilidad del pueblo. A principios del siglo XX la gente modesta tenía que ser completamente invisible para que se la pudiera abocar durante cuatro años a las trincheras. En este relato hablo de una batalla de un día en la que murieron más de 24.000 personas. Una cifra equivalente a los combates militares más importantes de la historia, pero esta batalla no recibió ningún nombre. Fue un día como cualquier otro. Esta invisibilidad del pueblo experimenta un giro copernicano a partir de la Primera Guerra Mundial. La idea de escribir La batalla de Occidente me vino tras visitar un cementerio de la Gran Guerra. Paseándonos con mi mujer por ese lugar nos emocionamos mucho. Entonces, reflexioné sobre los motivos por los que me había tocado tanto la fibra esa visita y mientras escribía me di cuenta de que estaba relacionado con las desigualdades sociales. La experiencia de visitar un cementerio de la Primera Guerra Mundial resulta única porque todas las tumbas son iguales. Incluso la caligrafía con la que escribieron los nombres de los muertos. La igualdad humana está incrustada en la materia. Ya fueran ricos o pobres, con o sin graduación militar, todos los soldados fueron enterrados en las mismas condiciones. Pero ¿cuál fue el precio de esta igualdad? 10 millones de muertos.

La Primera Guerra Mundial también tuvo una gran repercusión en la historia de la literatura. Este conflicto cambió la relación que los intelectuales tenían con las masas. Tras la Gran Guerra y la Revolución Rusa de 1917, ya no se podía seguir escribiendo de la misma manera. Las clases sociales de las que proceden los escritores se ven alteradas. Marcel Proust, un burgués rentista, sería el último representante del viejo mundo. Después de la Primera Guerra y la experiencia de la muerte masiva, serán los mismos campesinos y obreros que combatieron en el frente los que se dedicarán a escribir sobre ella. Directamente desde las trincheras surge la literatura de Louis-Ferdinand Céline, Jean Giono o Erich Maria Remarque. Todos ellos no se dedicarán a explicar las vidas de los generales, sino el horror de las trincheras y el sufrimiento de las masas. Esto no solo se ve reflejado en la literatura, sino también en las ciencias sociales, por ejemplo, con la creación de la Escuela de los Annales.

Uno de los temas centrales que desarrollas en La batalla de Occidente, y también en El orden del día, es la irresponsabilidad y la corrupción de las élites. Pero aún en el presente las desigualdades no hacen más que aumentar y la corrupción es un problema presente en numerosos países. ¿No hemos aprendido nada del pasado? Sí que extraemos algunas lecciones, pero la dificultad reside en aplicarlas. En el final de La batalla de Occidente relato una serie de atentados que se produjeron durante la Primera Guerra Mundial y uno de ellos tenía como objetivo el banquero estadounidense John Pierpont Morgan [fundador de la entidad JP Morgan]. Durante la guerra, este magnate prestó dinero a los franceses y británicos, pero también a sus rivales alemanes para que devolvieran la deuda contraída tras perder la guerra. Además, vendió armas durante el conflicto. Es decir, logró que el dinero circulara para siempre terminar en sus manos. Conocer este tipo de tramas de financiamientos es importante. Sobre todo hay que dejar de lado las visiones líricas sobre la Gran Guerra.

Uno de los aspectos característicos de tu obra es la crítica del carácter teatral y lírico con el que se narran muchos acontecimientos históricos. ¿Por qué? Justamente esto es algo que aprendimos de la Primera Guerra Mundial. En el Viaje al fin de la noche de Céline vemos cómo se zanja cualquier visión teatral de la guerra y las élites que la dirigen. Esta novela empieza con una escena en la que se produce un bombardeo en el frente y uno de los jefes militares queda decapitado. Con la literatura realista de Stendhal a principios del siglo XIX ya se dejó de describir la guerra con el registro de las crónicas heroicas, escritas para exaltar la gloria de nobles y reyes. Pero con la Gran Guerra y la experiencia de las trincheras este teatrillo desapareció completamente.

También resulta un poco teatral la forma en la que muchos políticos alertan ahora ante el crecimiento de la ultraderecha, pero al mismo tiempo no hacen gran cosa para corregir las causas que lo favorecen. ¿Qué piensas de este auge ultraderechista? Me preocupa que las ideas represivas no solo son defendidas por los partidos de extrema derecha, sino también por el resto de la clase política. La decisión de decretar el estado de emergencia en Francia en noviembre de 2015, que traicionó los derechos fundamentales, fue tomada por un gobierno socialista. Que haya algunos partidos de ultraderecha no resulta ninguna novedad, pero que el resto de dirigentes estén obsesionados con la seguridad y dejen de lado las libertades públicas sí que me parece más preocupante. Esto también se debe al hecho de que no existe ninguna oposición exterior. Todos los países viven bajo el mismo modelo.

Además, una diferencia significativa entre el presente y las décadas de los 20 y 30 es la ausencia de un sentimiento dramático. Como no escuchamos el ruido de botas en la calle ni hay aquelarres fascistas, el auge ultraderechista nos parece más bien light. Es como si todos los días se produjera una Conferencia de Múnich [en referencia a la cumbre de 1938 en la que el gobierno francés y británico aceptaron que la Alemania nazi anexionara los Sudetes checos]. No obstante, el aspecto que más me preocupa es la concentración desmedida de riqueza. Tanto los poderes financieros como los partidos ultraderechistas parecen plenamente compatibles.


Fuente: https://www.elsaltodiario.com/historia/eric-vuillard-las-ideas-de-la-revolucion-francesa-aun-tienen-un-largo-recorrido-por-delante

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