miércoles, 11 de septiembre de 2019

Suicidio y toxoplasma

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Diez personas se suicidan cada día en España. Cada día. No sabemos la causa de un acto que es contrario a uno de los principios básicos de la biología: la conservación de uno mismo. Hay factores de riesgo y entre ellos están muchos trastornos mentales como la depresión, el trastorno bipolar, la esquizofrenia, los trastornos de personalidad, los trastornos de ansiedad y el consumo de drogas. También influyen en el riesgo de suicidio otros factores personales y ambientales como el estrés, el diagnóstico de una enfermedad grave, las dificultades financieras, los problemas en las relaciones personales o el acoso escolar. Pero hay muchas personas bajo circunstancias similares o peores que no cometen suicidio. ¿Habrá algo más?

Los parásitos son a veces capaces de inducir cambios en el comportamiento de sus hospedadores para mejorar la transmisión, poder infectar a otros individuos o completar su ciclo biológico. Toxoplasma gondii, un protozoo que infecta una amplia gama de especies de sangre caliente, es un ejemplo que apoya la llamada «hipótesis del parásito manipulador» ya que cambia en beneficio del toxoplasma el comportamiento de su hospedador, incluso en contra de sus intereses más primarios. Un ejemplo llamativo es que toxoplasma induce modificaciones en las preferencias olfativas de los roedores, convirtiendo la aversión innata por el olor a gato en atracción. ¡Eso sí es atracción fatal! Un ratón infectado de toxoplasma, en vez de huir despavorido de un lugar donde huela a gato se acerca allí y, de hecho, se acerca a los gatos, lo que acaba frecuentemente con su vida. Los felinos son el hospedador definitivo de Toxoplasma gondii, así que el protozoo consigue su objetivo, ir a parar al tubo digestivo del gato aunque para el ratón, el hospedador intermedio, significa la muerte. La imagen de un ratón acercándose a un gato se asemeja mucho a un suicidio y no debemos olvidar que gatos y ratones son mamíferos, muy parecidos a nosotros.

En los humanos, T. gondii induce modificaciones del comportamiento como cambios de personalidad, tiempos de reacción prolongados y disminución de la concentración a largo plazo. También hay evidencias de que va asociado a diferentes enfermedades psiquiátricas incluida la depresión, la esquizofrenia y el intento de suicidio. Sin embargo, los humanos modernos no son hospedadores intermedios adecuados porque ya no somos presa de los felinos. En consecuencia, se supone que las modificaciones del comportamiento en personas infectadas son generalmente efectos secundarios de la toxoplasmosis o rasgos residuales de una manipulación que sucedió hace milenios, cuando los antepasados homininos aún estaban bajo una depredación felina significativa. De hecho, T. gondii también altera las preferencias olfativas en los humanos; los hombres infectados clasifican la orina de gato, pero no la de tigre, como agradable, mientras que los hombres no infectados no lo hacen.

El olfato es nuestro sentido menos conocido. Cuando llegamos a una reunión solemos estrechar las manos a los presentes y sentarnos. Si se graba el encuentro a los pocos segundos, menos de treinta, todos empiezan a oler sus palmas, una forma de captar información de manera inconsciente sobre ese grupo de personas. Nuestro sistema nervioso, a través del olfato, averigua datos sobre el estado de salud, la compatibilidad genética y el estado emocional de cada uno. Parece que podemos detectar ese famoso olor a miedo. No es raro, un estudio de 2014 demostró que somos capaces de distinguir un billón de olores diferentes. Hasta entonces se calculaba que no eran más de 10.000.

Para desentrañar el origen de las modificaciones inducidas por el toxoplasma en los seres humanos, el grupo de Poirotte realizó pruebas olfativas en un primate vivo que es aún depredado por una especie

felina. El grupo francés encontró en nuestro pariente más cercano, el chimpancé (Pan troglodytes troglodytes troglodytes), que los animales infectados por toxoplasma perdieron su aversión innata hacia la orina de los leopardos (Panthera pardus), su único depredador natural. Es decir, en una zona marcada por la orina de un leopardo un chimpancé no infectado probablemente se alejaría rápidamente mientras que un chimpancé infectado por toxoplasma sería indiferente o incluso podría mostrar cierta atracción hacia una zona que normalmente llevaría la señal olfatoria de “peligro”. Por el contrario, los investigadores franceses no observaron ninguna diferencia clara en la respuesta de los animales a la orina recolectada de otros hospedadores felinos definitivos que los chimpancés no encuentran en la naturaleza, como leones y tigres.

Esto encaja con una foto sorprendente realizada en 1966 por John Dominis como parte de un encargo para la revista Life.

Dominis lo cuenta así:
«Había fotografiado algunos animales antes y aunque realmente no era ningún experto en felinos podía contratar a gente que supiera más. Pat Hunt, la jefa del departamento de naturaleza de Life, me recomendó a un cazador en Botswana que capturaba animales para zoológicos.

Había atrapado un leopardo y lo puso en la parte trasera de una camioneta y nos fuimos al desierto. Él liberaba al leopardo y la mayor parte de las veces el leopardo perseguía a los babuinos que corrían y trepaban a los árboles. Pude fotografiar todo eso.

Pero por alguna razón un babuino no se marchó. Se dio la vuelta y se puso cara al leopardo y el leopardo le mató».



¿Por qué? Ese babuino no tenía ninguna posibilidad frente al leopardo. ¿Por qué le hizo frente?
Aunque el valor adaptativo de la conducta inducida por parásitos debe ser evaluado cuidadosamente, el ejemplo de los chimpancés y el babuino sugiere que ese comportamiento anómalo podría aumentar el riesgo de depredación de estos primates por parte de los leopardos para beneficio propio del parásito. ¿Y en humanos? Los seres humanos hemos compartido la mayor parte de nuestra existencia con grandes carnívoros y fuimos cazados por ellos en una proporción similar a la que sufren otros primates actuales. Puesto que los ataques por felinos era una importante fuerza evolutiva para el ser humano y ya que muy probablemente los primeros homininos eran unos hospedadores intermedios adecuados para el toxoplasma, no es de extrañar que nuestro comportamiento fuese manipulado por este parásito unicelular. Si un cromañón se acercase desorientado a un león de las cavernas duraría unos segundos y sus compañeros lo verían como un suicidio. ¿Es posible que el sistema persista a medias, ya no llevemos el toxoplasma a un félido, pero sigamos teniendo el parásito en nuestro interior y mostrando un comportamiento incomprensible y autolesivo y ello explique algunos de los casos actuales de suicidio? Los últimos datos: Toxoplasma es el parásito más frecuente en los países desarrollados. La prevalencia va entre un 22% de personas infectadas en el Reino Unido a un 84% en Francia. Es muy probable que la mitad de los que lean este artículo estemos infectados por toxoplasma. ¿Nos estará haciendo algo?  Es posible que no sea la explicación, pero necesitamos nuevas miradas sobre el suicidio, necesitamos explorar otros caminos para buscar una solución. Son diez personas al día.

Fuente: https://jralonso.es/2019/09/10/suicidio-y-toxoplasma/

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